CRÍTICA: “Priscilla”
Un cuento de hadas tóxico.
Toda personalidad pública tiene dos caras. La cara visible y mediatizada que normalmente se idealiza o mitifica, y la cara más personal e intimista que suele ser más desconocida. Dos caras que a veces pueden ser tan parecidas que parecen una misma, pero que en otras ocasiones se diferencian tanto que parecen propias de dos identidades completamente diferentes. Y si en 2022 Baz Luhrmann nos trajo esta primera faceta del rey del rock en el biopic Elvis, Sofia Coppola nos muestra la segunda de ellas desde el prisma y vivencias de su mujer, Priscilla Presley, en esta Priscilla, la adaptación de las memorias escrita por la propia Priscilla bajo el nombre de Elvis y Yo.
Una película donde Coppola nos muestra cómo, cuando una todavía adolescente y menor de edad Priscilla Beaulieu (Cailee Spaeny) conoce a Elvis Presley (Jacob Elordi) en una fiesta, este ya era una meteórica superestrella del rock and roll. Sin embargo, Priscilla verá en él a un hombre melancólico y sumido en la pena tras el reciente fallecimiento de su madre, que la trata con cariño y respeto, y que sobre todo, supone un auténtico flechazo para la joven. El inicio de un inocente noviazgo que derivará en lo que llegará a convertirse en un turbulento matrimonio y posterior divorcio.
A diferencia del retrato tremendista e hiper expresionista que nos dibujó Baz Luhrmann en su Elvis del icónico rey del rock, Sofia Coppola se limita a darle un enfoque clásico y sencillo a su cinta, sin querer dejar ningún tipo de impronta personal o exacerbar más de la cuenta esta intimista historia que no le corresponde, en una aparente búsqueda por objetivar el prisma a través del cual Priscilla Presley vivió su tóxica relación con Elvis. Y es que, esta no es su versión de la historia (la versión de Sofia Coppola). No es su punto de vista de la vida de Maria Antonieta en la película Maria Antonieta. Es la versión de Priscilla. Ni más, ni menos.
Un tratamiento casi aséptico y anodino por parte de la directora de Lost in Translation — como la vida que vivía Priscilla en Graceland, alejada de todo ese tremendismo mediático que envuelve la figura de Elvis — cuyo único remanente de obras pasadas se encuentra en ese enfoque ‘aestethic’ de los decorados y la escenografía, y el uso de una paleta compuesta por colores apagados y tonos pastel — al más puro estilo Las vírgenes suicidas — que te recuerdan constantemente que lo que estamos viendo no es una historia de amor sana. No es una historia de la que alegrarse o con la que sentirse feliz.
Tanto la dirección como el guion escrito por Sofía Coppola se limita a atestiguar de manera fílmica ese retrato que en su momento hizo la propia Priscilla de su relación. Un cuento de hadas tóxico compuesto por un Elvis depredador, manipulador y temperamental, que reducía la figura codependiente de Priscilla Presley a una mera mujer objeto. Un paño de lágrimas usado a conveniencia y cuyos problemas e inquietudes eran reducidos a la mínima expresión. Un retrato cargado de respeto por los protagonistas que Sofia Coppola se limita a describir desde la “imparcialidad”, sin ahondar en lo turbio de las adicciones y aventuras extramaritales sobre las que tan solo se sobrevuelan en el metraje final de la cinta, echando en falta en ciertos momentos su toque más provocador y “arriesgado”.
Un tratamiento fiel a las memorias de la propia Priscilla, en la cual se describe el amor que se profesaban ambos de manera pura y nada inapropiada, y que realmente es capaz de reflejarse a través de la puesta en escena fría, casi aséptica, empleada a la hora de presentarnos las interacciones más íntimas de los protagonistas.
Una falta de sello autoral justificado por el tratamiento objetivador del que hacíamos mención antes, donde el montaje ayuda al espectador a ponerse en el lugar de ella, de recorrer este viaje junto a Priscilla, sintiendo ese mismo aislamiento e incredulidad que sufre la exmujer de Elvis Presley en distintos momentos de su relación — la incredulidad al pedirle él un tiempo o el aislamiento con la realidad fuera de Memphis al leer los periódicos.
Un viaje liderado por las interpretaciones sentidas y contenidas tanto de Cailee Spaeny (El vicio del poder) como de Jacob Elordi (Saltburn), y en el que se pasa de puntillas por la fase final de la relación de Priscilla con Elvis, en una demostración (una más a lo largo del tratamiento de toda la cinta) de que en el fondo Priscilla siempre ha amado a Elvis, y que los momentos que le duele recordar y sobre los que retrotraerse, prefiere evitarlos.
Y es que, esta historia no es sobre lo malo que era Elvis Presley a nivel personal. No es una historia sobre la que Sofia Coppola quiera denunciar el papel que jugaba la mujer en la sociedad americana de finales del siglo pasado. No es una historia en la que se quiera sacar a la palestra pública la figura de Elvis para enjuiciarlo de manera póstuma. Esta historia es simplemente la historia de Priscilla. La historia de Priscilla y él.
En definitiva, Priscilla supone una sentida y respetuosa adaptación de las memorias de la que una vez fuera mujer de Elvis Presley, capaz de acercar al espectador al lado más íntimo de la pareja, sacando a relucir la toxicidad de un noviazgo, y posterior matrimonio, pero sin resultar tremendista ni exagerado. Una contención narrativa liderada por una Sofia Coppola que se limita a atestiguar de manera sutil lo que otros vivieron.
NOTA: ★★★★☆
“PRISCILLA”, YA EN CINES.
TRÁILER:
PÓSTER:
¡SÍGUENOS!
- CRÍTICA: “La Lección de Piano” (“The Piano Lesson”) - noviembre 22, 2024
- CRÍTICA (VPremiosLorca): “El Caso Ángelus, La Fascinación de Dalí” - noviembre 20, 2024
- CRÍTICA (VPremiosLorca): “La Fianza” - noviembre 18, 2024