CRÍTICA: “El Bastardo” (“The Childe”)
El thriller de acción coreano del 2023.
Uno de los elementos más importantes en la teoría narratológica anglosajona es el leit motiv “show, don’t tell” (“mostrar, no contar”). Un lema que se le atribuye al dramaturgo Anton Chekhov, que se dice que una vez dijo: “no me digas que la luna está brillando; muéstrame el destello de la luz en los cristales rotos”, y que ha formado parte del core de la industria de Hollywood prácticamente desde su nacimiento. Un lema que, en el mundo del cine y de las series, se puede llegar a representar con mayor o menor dominio gracias a la estructura argumental y narrativa de los guiones cinematográficos. Un intento por transmitir con las acciones y situaciones en vez de con los diálogos y descripciones que Park Hoon-jung consigue dominar a la perfección (salvo por un pequeño desliz en forma de desafortunada frase que pronuncia el personaje protagonista) en esta El bastardo.
Una película en la que el director de Noche en el paraíso consigue hacer gala de una economización excelsa de los recursos fílmicos para dibujar en el primer acto a los protagonistas de la historia. Con el uso de una puesta en escena cercana y una escenografía que resalta lo paupérrimo y austero de su día a día, el director surcoreano es capaz de transmitir la candidez y bondad que emana el personaje de Marco Han (Kang Tae Ju), un luchador de boxeo filipino que trata de ganarse la vida como puede para poder hacerse cargo de su madre enferma, mientras que trata de encontrar a su padre coreano que nunca llegó a conocer. Una candidez que se contrapone con la frialdad con la que se representa la amoralidad sociópata y ególatra que personifican las figuras de Choi (Kim Seon-ho) y Han (Kim Kang-woo), quienes harán de la visita de Marco a Corea del Sur una de las experiencias más estrambóticas de la vida del joven filipino.
Una frialdad que impregna en la cinta Park Hoon-jung gracias a la dirección meticulosa y extraordinariamente bien calculada, que nos deja un retrato casi deshumanizado de dos figuras claves para el devenir de la historia que se nos muestra en El bastardo. Un retrato que se apoya en la fotografía cargada de colores fríos y apagados de Shin Tae-ho (Singkeuhol) para hacer visual lo que se transmite de manera sensorial.
Una dirección que también demuestra la capacidad innata de crear suspense solo con el posicionamiento adecuado de la cámara y los tempos con los que se trata cada escena, siendo algunas de las más representativas la protagonizada por el personaje de Kim Kang-woo y el periodista, o la escena previa a la secuencia de acción final.
Con toda esta utilización efectista de los recursos fílmicos, Park Hoon-jung dirige con maestría una historia que se articula sobre una premisa con alguna que otra conveniencia, y que se estructura en torno a un guion — escrito por el propio Hoon-jung — que decide omitir y compartimentar deliberadamente al espectador cierta información, con el aparente objetivo de hacerle entrar en el juego de misterio e intriga que plantea.
Y es que, El bastardo es una cinta capaz de crear suspense solo con la forma en la que está estructurado su guion, dejándonos continuamente giros y cambios de rumbos tan impredecibles como intrigantes, que son enfatizados por un montaje enfocado en jugar al despiste, capaz de crear numerosas situaciones de “cliffhanger” con la continua contraposición de los distintos puntos de vista sobre la historia que estamos viendo. Un guion cargado de un humor retorcido, y centrado en mantener la esencia de ese ‘show, don’t tell’ del que hablábamos al principio a través de la presentación dinámica y frenética de escenarios en los que el espectador se limita a observar cómo los personajes (a cada cual más carismático que el anterior) actúan sin llegar a saber muy bien sus verdaderas intenciones o pretensiones durante el segundo acto, y que relaja el ritmo e intensidad en el tercero.
Tercer acto donde las secuencias se tornan más extensas y el personaje de Yoo-ju (Go Ara) actúa como un ‘Deus ex machina’ para el espectador, ayudándonos a terminar de contextualizar y unir las piezas necesarias para poner a descansar nuestras agitadas mentes en un cuarto acto donde el director surcoreano saca a relucir todo su repertorio, dejándonos unas secuencias de acción finales cargadas de dinamismo visual, capaz de llenar de violencia y sangre la pantalla al más puro estilo John Wick.
En definitiva, El bastardo supone un clarividente thriller de acción coreano capaz de mantener la tensión y misticismo que rodean a los protagonistas y sus pretensiones durante la totalidad de la cinta, gestionando muy bien la información y exprimiendo al máximo la intriga que se le aplica a cada plano y secuencia. Un trabajo de dirección inmaculado, capaz de hacer olvidar unas conveniencias de guion que se hacen más latentes en la explicación final donde se da a conocer el verdadero trasfondo de todo lo acontecido, y en el que todos los personajes tienen su cometido y razón de ser. Un ejemplo más de que Hollywood no es el único capaz de dejar huella en el cine.
NOTA: ★★★½
“EL BASTARDO” (“THE CHILDE”), YA EN CINES.
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