CRÍTICA: “Bikeriders: La Ley del Asfalto”
La vuelta del western más rebelde y evocador.
Uno de los grandes arquetipos que nos ha dejado el legado del cine Western es el del forajido: ese rebelde que vive según sus propias reglas y rechaza las normas sociales establecidas. Desde los icónicos westerns de John Ford, hasta el espíritu rebelde de películas de moteros de los años 50 como Salvaje, este género ha explorado temas como la libertad, la lealtad y la búsqueda de la identidad. En este sentido, es evidente ver como Bikeriders: La ley del asfalto está claramente inspirada en esta rica tradición, mezclando la cruda energía de la cultura motera con la mítica narrativa de los westerns clásicos.
La película, basada en el libro de fotos de 1967 de Danny Lyon que documenta el Chicago Outlaws Motorcycle Club, ofrece una visión moderna de la arquetípica historia de los forajidos al margen de la sociedad con la década de los 60 como telón de fondo, y sigue el viaje de Los Vándalos, un club de moteros que encarna el espíritu de rebelión y libertad de la época. La historia se desarrolla a través de los ojos de Kathy (Jodie Comer), una mujer de carácter fuerte que se enamora de Benny (Austin Butler), uno de los miembros del club. A través de la perspectiva de Kathy, conocemos el funcionamiento interno del club y a su carismático líder, Johnny (Tom Hardy), viajando a lo largo de la historia de este particular grupo de hombres.
Bajo la dirección de Jeff Nichols (Mud), Bikeriders: La ley del asfalto recupera los matices narrativos tan característicos del director, para volver a ofrecer una narración rica y centrada en los personajes que explora los márgenes de la sociedad con empatía y perspicacia. Una perspicacia capaz de equilibrar el realismo descarnado de la película, con momentos de belleza lírica a través de la solemne e imponente puesta en escena. Dirección capaz de captar la camaradería y el caos del estilo de vida motero con una autenticidad evocadora, mostrando una atención al detalle en cada fotograma magistral. Un trabajo que se ve acompasado a las mil maravillas por la mano de Adam Stone (Loving) en la dirección de fotografía.
Colaborador habitual de Nichols, Stone realza la atmósfera de la película con su impactante estilo visual, donde el uso conjunto de la luz natural y de la cámara en mano, confiere a la película un aire de documental, atrayendo al espectador al mundo de Los Vándalos desde el primer momento. Una fotografía que sin duda es de lo mejor que posee la cinta, y que pone de relieve el marcado contraste entre la libertad de la carretera y la realidad, a menudo claustrofóbica, de la vida en un club de moteros.
Con todo este imponente apartado técnico a su favor, el guion escrito por el propio Nichols ahonda en temas como la libertad, la lealtad y la identidad; pero de manera demasiado reiterativa. El marcado pero escueto viaje que recorren los protagonistas de la cinta sabe a poco al lado del tratamiento, en ocasiones demasiado pedante, que el director le da al apartado narrativo.
A pesar de esto, es cierto que la película consigue explorar con éxito el atractivo del estilo de vida motero, con su promesa de camaradería y rebelión contra las normas sociales, mostrándose valiente a la hora de plasmar el lado más oscuro de este mundo – la violencia, las actividades delictivas o los estragos que causa en las relaciones personales. Un estudio de personajes que buscan un sentido de pertenencia y un propósito, cada uno con sus mochilas y conflictos internos particulares, que en ocasiones se pierde en la belleza visual de sus decorados y escenografías.
Belleza que envuelve a los personajes de la cinta, quienes cobran vida gracias a un reparto excepcional. Con una interpretación estoica como Kathy, donde la vulnerabilidad y entereza se entrelazan a las mil maravillas, Jodie Comer (El último duelo) capta y trasmite de manera sobresaliente las complejidades de una mujer dividida entre su amor por Benny y su deseo de una vida más estable, haciendo al personaje cercano y convincente para el espectador. Una interpretación a la que sus compañeros Butler (Elvis) y Hardy (Venom) saben estar más que a la altura, convirtiendo los debates internos y morales de sus personajes en unos con los que resulta fácil empatizar. Algo en lo que Nichols sabe centrar gran parte de la tensión emocional de la película, demostrando una vez más su gran dirección de actores.
En definitiva, estamos ante una cinta profunda y conmovedora, que ofrece una mirada ajena a una subcultura a menudo idealizada pero raramente comprendida. Con sus interpretaciones estelares, una dirección envolvente y una narrativa reflexiva, pero en ocasiones demasiado pedante, Bikeriders: La ley del asfalto lo tiene todo para perdurar en la mente mucho después de los créditos, incitando a la reflexión sobre las decisiones que tomamos y los caminos que decidimos seguir.
NOTA: ★★★½
“BIKERIDERS: LA LEY DEL ASFALTO”, YA EN CINES.
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