CRÍTICA: “La Trampa” (“Trap”)
Una intrigante película que cae en sus propias trampas.
El reconocido director M. Night Shyamalan, siempre atrevido en su planteamiento creativo, presenta en su nueva película La trampa una premisa intrigante, descrita por el propio Shyamalan con el interrogante: “¿qué pasaría si El silencio de los corderos tuviera lugar en un concierto de Taylor Swift?”. Un planteamiento bastante sugestivo que, de hecho, casi se convierte en realidad días atrás en Viena, donde un concierto de la cantante estadounidense tuvo que ser cancelado por un aviso de atentado.
En La trampa, este planteamiento se materializa en la historia de Cooper (Josh Hartnett), un padre que lleva a su hija adolescente Riley (Ariel Donoghue) a un concierto de música pop, solo para descubrir que el evento es en realidad una trampa para atrapar a El Carnicero, un famoso asesino en serie que también resulta ser la identidad secreta de Cooper.
Y es que, esta identidad secreta de Cooper se revela apenas unos minutos después del inicio del primer acto. Un primer acto donde la vibrante y colorida ambientación del concierto, plasmada mediante la vivaz fotografía de Sayombhu Mukdeeprom – quien está teniendo un año más que notable con su trabajo en Grand Tour, de Miguel Gomes, y Rivales y Queer, de Luca Guadagnino –, contrasta fuertemente con la creciente sensación de peligro que experimenta Cooper, subrayada por las furtivas miradas a los cuerpos policiales y las cámaras de seguridad. Un entretenido e hipnotizante primer acto en el que el guion de Shyamalan muestra potencial, verosimilitud y lógica.
Pero – y aquí está el gran pero – llega un momento de La trampa en el que un personaje le dice a otro «al final esto va a acabar de la forma más mediocre posible», y que perfectamente podría aplicarse a La trampa, ya que a partir del tercer acto de la película comienzan a aparecer los famosos “giros Shyamalan”, ese sello distintivo del cineasta que comenzó con su brillante ópera prima, El sexto sentido, que infunden inverosimilitud y absurdez a esta descabellada historia. A esto hay que sumar los diálogos, que adolecen de una artificialidad bastante visible, y una secuencia final – no confundir con la escena post-créditos – que roza más lo hilarante que lo impactante.
Una película, no obstante, en la que, además del notable trabajo de dirección de Shyamalan, destaca Josh Hartnett (Oppenheimer), en el papel dual de padre y asesino en serie, con una interpretación que sobresale a medida que avanza la trama y florece la identidad oculta de Cooper, acentuada a través de intensísimos primeros planos de la cara de Hartnett que intensifican la locura y la insanidad de la doble cara del personaje. Junto a él, Ariel Donoghue (Un lobo como yo) interpreta con autenticidad a una fangirl adolescente. Sin embargo, Saleka Shyamalan, en su debut como actriz como la estrella del pop Lady Raven – ya es la segunda hija de Shyamalan que debuta este año, después de Ishana Shyamalan, que ha debutado como directora de largometrajes con Los vigilantes –, no logra dar la talla.
En definitiva, la nueva película del ‘enfant terrible’ del cine de suspense es disfrutable, aunque queda atrapada – y no solo en sentido figurado – en los típicos excesos que han caracterizado su filmografía a lo largo de los años.
NOTA: ★★★☆☆
“LA TRAMPA”, YA EN CINES.
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