CRÍTICA: “El Cuervo” (“The Crow”)
Un reinicio poco ambicioso.
Más de una década lleva fraguándose la vuelta a la gran pantalla de la historia de The Crow, el exitoso comic de James O’Barr publicado en 1989 que ya adaptó al cine Alex Proyas en 1994 con grandes resultados en taquilla. Treinta años después, el remake titulado El cuervo ha corrido finalmente a cargo de Rupert Sanders, director de obras como Blancanieves y el cazador y Ghost in the shell, que ha abordado la adaptación desde un ángulo visual mucho más contenido.
La película narra la historia de amor entre Eric Draven, interpretado por Bill Skarsgård (It, Kill Boy), y Shelley Webster (FKA Twigs), que resultan brutalmente asesinados. No obstante, Eric abraza la posibilidad de sacrificarse y salvar el alma de Shelley, volviendo del reino de los muertos para emprender una despiadada venganza contra los demonios del pasado.
El problema fundamental es que a la película le cuesta encontrar su ritmo, dando demasiadas vueltas para conducirnos a la idílica relación de Eric y Shelley, lo que conlleva una inversión excesiva de metraje que perjudicará lamentablemente las necesidades de la segunda parte de la película. Así, la historia de venganza, donde reside el potencial de la obra, tarda en llegar y fatiga la importancia narrativa del villano, la preparación de Eric y, en definitiva, la construcción icónica de El cuervo.
Sanders opta por no homenajear el estilo que Proyas utilizó en su adaptación, de marcadas referencias a la cultura del videoclip, llevándose la película a un planteamiento más realista y logrando un resultado más cercano al thriller fantástico que al terror gótico. Así, la planificación narrativa de El cuervo queda lastrada por la contención de sus imágenes, que solo explotan en su último acto gracias a la notable escena de matanza en la ópera. Aquí Sanders sí se desmelena y nos otorga una secuencia que remite al universo de John Wick y que sí recuerda la esencia dinámica del cómic. Este es el único momento en el que la película se permite a sí misma volar y despegarse de ese inmovilismo autoimpuesto. Sin embargo, este contraste repentino que supone la escena de violencia desmedida desequilibra la apuesta general en lugar de potenciarla, haciendo que la película se precipite hacia su final con demasiada velocidad.
En términos de puesta en escena, la música – compuesta casi en su totalidad por canciones de los 80 y los 90 – choca de forma extraña con el mundo que muestra El cuervo, como si existiese un miedo real a replantear por completo la figura mitológica y sus posibilidades actuales. Ninguno de los actores brilla tampoco, ni en la parte afectiva ni en el desenfreno vengativo del tercer acto, y se siente como si la transformación de Eric en El cuervo sea más una conveniencia de guion que un paso lógico en la narración.
Parece, pues, que esta vuelta del mito de los años 90 ha quedado a medio camino entre una apelación a la nostalgia de los fans del terror gótico y un vago intento de actualización para las audiencias contemporáneas.
NOTA: ★★☆☆☆
“EL CUERVO”, ESTRENO HOY EN CINES.
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