CRÍTICA (72SSIFF): “Bird”
Un vuelo entre la cruda realidad y la esperanza en un empático coming-of-age.
La cineasta Andrea Arnold (American Honey, Fish Tank) regresa con Bird, un conmovedor y empático coming-of-age que, tras su presentación en la Sección Oficial de Cannes, aterriza en el Festival de Cine de San Sebastián, dentro de la sección Perlak, prometiendo dejar una huella imborrable al explorar la vida de una chica de una familia disfuncional del norte de Kent, donde la cruda realidad que vive se entrelaza con destellos de esperanza.
Bird sigue a Bailey (Nykiya Adams), una chica de doce años que vive con su padre Bug (Barry Keoghan) y su hermano Hunter en una casa ocupada. La evidente desatención de su padre la empuja a encontrar su propio camino en el mundo, buscando aventuras por su cuenta. En una de estas escapadas, Bailey se encuentra con un hombre que busca a sus padres perdidos. Alguien que responde al nombre de Bird (Franz Rogowski).
Arnold logra que la cámara respire al ritmo de sus personajes en Bird. Una cámara con un objetivo de 16 mm que se convierte casi en un personaje más – a menudo con la cámara en mano e inestable –, siguiendo muy de cerca cada movimiento que hace Bailey. Se trata de una elección muy artística que, complementada a su vez por fragmentos de vídeos filmados por los propios personajes, genera una fuerte conexión entre personajes y espectador. Una íntima y estrecha dirección por parte de la cineasta británica que, junto con la evocadora fotografía de Robbie Ryan (Pobres criaturas) que capta lo suburbano y lo natural, nos hace sentir, casi en un estilo documental, que no somos meros observadores, sino testigos inmersos en el tumultuoso mundo disfuncional de la protagonista.
Una protagonista, memorablemente interpretada por la debutante Nykiya Adams, de la que presenciamos su particular coming-of-age – con una escena incluida en la que se enfrenta a su primera menstruación – en un momento que viene muy marcado por varios frentes, como puede ser su descontento ante la inminente boda de su padre – de la que acaba de enterarse – o el nuevo y abusivo novio de su madre, que convive con sus tres hermanos pequeños en una gravísima situación de violencia de género. La directora apuesta así por Adams en el papel protagónico de la película dentro de un reparto que combina actores noveles con nombres reconocidos como lo son Barry Keoghan (Saltburn) y Franz Rogowski (Passages). Este es un rasgo muy habitual en su filmografía que dota de una autenticidad palpable a esta narración, plasmando la dura realidad social a la que se enfrentan muchos jóvenes en contextos similares.
Y es que, a pesar de la crudeza y el entorno desestructurado en el que Bailey está inmersa, ya no solo con su familia y su hogar, sino también con sus amigos pandilleros que quieren tomarse la justicia por su cuenta, Arnold – al igual que Sean Baker en sus películas, y más recientemente, en Anora, con las trabajadoras sexuales – no juzga a sus personajes, como ocurre, por ejemplo, con Bug y sus momentos tanto de violencia como de ternura hacia Bailey y Hunter. Todo lo contrario. Más bien, la cineasta vislumbra atisbos de amor y delicadeza, sobre todo al final de la película, que crean una profunda empatía con un grupo de personajes que, a su manera, se preocupan y se prestan apoyo mutuo en medio de la adversidad. Y, la aparición de Bird – alguien que busca a su familia y que contrasta con la Bailey que vemos al principio que parece querer alejarse de ella – y la repetida frase «Don’t You Worry» subrayan el mensaje principal de esperanza que Arnold desea transmitir en última instancia a través de la resiliencia de estos personajes de carne y hueso. Si bien hay algunos toques de realismo mágico que pueden resultar desconcertantes y cierta dificultad para conectar con la historia al principio, ello no impide terminar el visionado con una sonrisa dibujada en la cara (e incluso con los ojos húmedos).
Y parte del mérito es también de la banda sonora de la película, que añade un toque cómico pero también emotivo, incorporando canciones como Yellow, de Coldplay, a la que se le hace un gag por ser una «dad song», y The Universal, de Blur, en una de las escenas finales más resonantes, y cuya letra también rezuma optimismo.
En definitiva, Bird no solo es un vuelo empático a través de la desgarradora realidad de una parte de la sociedad en situación disfuncional, sino también una celebración de la vida, llena de esperanza y de auténtica consonancia. A través del suave canto de un pájaro que compone Arnold en Bird, la cineasta nos recuerda que lo crudo y lo bello siempre van de la mano.
NOTA: ★★★★☆
“BIRD”, ESTRENO EL 29 DE NOVIEMBRE EN CINES.
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