CRÍTICA (28FestivalMálaga): «Enemigos»
Una mirada contemporánea al cine quinqui.

A finales de los años setenta y principios de los ochenta, emergió en España el denominado cine quinqui. Un género que nació como una cruda y necesaria respuesta a las desigualdades sociales que asolaban el país tras la dictadura franquista. Cineastas como Eloy De la Iglesia con su Navajeros o José Antonio de la Loma y su Perros callejeros llevaron a la gran pantalla historias sobre jóvenes delincuentes atrapados en un ciclo infinito de crimen y marginación. Interpretados en su mayoría por actores no profesionales, pero con experiencia directa en el tipo de vida que se plasmaba, estas cintas borraban cualquier tipo de línea entre la ficción y el documental, ofreciendo así una mirada pura a la violencia callejera, la drogodependencia y los problemas a los que se enfrentaban la clase social.
Más recientemente, una nueva ola de directores liderados por Daniel Monzón (Las leyes de la frontera), Isaki Lacuesta (Entre dos aguas) y Carlos Salado (Criando ratas) ha intentado revivir o reinterpretar esta tradición quinqui, añadiendo a ésta las sensibilidades del mundo moderno, manteniendo en el proceso la crítica social propia del género. En este sentido, la propuesta que hace David Valero en Enemigos cae de lleno en esta tendencia, actualizando la fórmula con una perspectiva contemporánea sobre el bullying, la violencia y la delgada línea entre victimismo y venganza.
Para ello, Valero emplea el clásico arquetipo narrativo de enemigos – a – amigos para presentarnos a Chimo (Christian Checa) y Rubio (Hugo Welzel), dos figuras que representan los (también) arquetípicos roles de víctima y verdugo. Sin embargo, el director alicantino lleva la premisa más allá de la mera confrontación, introduciendo al espectador en las estructuras sociales y familiares de ambos chicos, renunciando a dibujarlos con simples tonos moralistas. Sus animadversiones mutuas, enraizadas en años de bullying y traumas sin resolver, no se ciñe a lo personal, sino que trasciende al plano sistemático, a algo inevitable, fruto de cómo sus ambientes los han ido moldeando.
Por esta razón, podríamos decir que Valero le da a Enemigos su propias alas al incrustar esta dinámica en un paisaje de marginalidad, donde la violencia, el único lenguaje que se sabe hablar, es una manifestación de la negligencia parental.

La película consigue trazar de manera sutil, pero continua, una evolución en la relación de ambos chicos, promovida por un sentido de redención que se siente merecida más que forzada. Con esto, Enemigos no parece pretender ofrecer una reconciliación fácil, más bien sugiere que el entendimiento –aunque en su faceta más frágil– es algo que debe trabajarse con el tiempo.
Una meditación sobre el perdón y la penitencia cuasi-bíblica que sin duda es el elemento más contundente que posee Enemigos. El resentimiento escondido en la estoica figura de Chimo se trasforma en la búsqueda de justicia, aunque el momento de venganza que él contemplaba no llega a darse como esperaba. En vez de esto, el destino decide invertir los roles de víctima y agresor de una forma que ninguno de los dos podría haber visto venir. Y es aquí donde Enemigos encuentra su mayor virtud: en la idea de que el perdón no es algo que se dé por hecho, ni siquiera algo que siempre sea deseable.
La narrativa se tambalea entre la rabia y la piedad autoimpuesta, llevando a sus protagonistas a través de una serie de pruebas emocionales y físicas que introducen a Enemigos en el territorio de las parábolas. Algo que se ve inundado por ecos del cine quinqui al forzar a los protagonistas a luchar sin las suficientes herramientas contra unos conflictos morales que no pueden dejar de lado.
Conflictos morales que terminan girando en torno a uno de los elementos más sutiles, pero contundentes, de Enemigos: la dignidad tanto de la vida como de la muerte. A pesar de que la película nunca llega a comprometerse por completo con este tema, su presencia envenena cada interacción que se muestra. Paradójicamente, esto hace que las ideas que se plantean impacten con mayor fuerza en el espectador, existiendo como una fantasmagórica corriente que infecta la narrativa principal sin necesidad de saturarla.

Sin embargo, esta contención es tanto una fortaleza como una frustración, presentando a la audiencia profundas cuestiones existencialistas que se quedan sin resolver, reflejando con esto las vidas de los protagonistas y su negativa a tomar conclusiones fáciles.
Pero, si de algo peca Enemigos, es por su ambición. La película trata de abarcar más de lo que puede retener, derivando de esta forma, en momentos de saturación narrativa. Las subtramas emergen y se disuelven con distintos grados de impacto, y su densidad temática –el bullying, el determinismo social, la venganza, el perdón, o la dignidad– en ocasiones merman el ritmo de la cinta. El compás emocional se mantiene efectivo, pero algunos arcos se sienten subdesarrollados, sacrificados en pro de la imagen general.
Una tendencia por la saturación bastante común en el cine quinqui moderno, ya que los directores suelen tratar de balancear el homenaje a los orígenes del género y las complejidades contemporáneas. Sin embargo, en un intento de tratar tantos temas, Enemigos se arriesga a diluir sus elementos más fuertes. A pesar de que la película se erige como una demostración de la habilidad de Valero de no perder en ningún momento el peso emocional en sus producciones, un enfoque más concentrado hubiera permitido que el mensaje principal de la película fuera más penetrante.
Un mensaje transmitido a través de la figura de sus dos protagonistas. Protagonistas a los que dan vida con una autenticidad que trasciende la propia estructura de la película Christian Checa (1992) y Hugo Welzel (La chica de nieve). Con unas interpretaciones que permiten otorgarle visceralidad y pureza a la evolución psicológica de sus personajes, ambos actores consiguen crear una dinámica que otorga viveza al conflicto continuo en el que se ven envueltos. Christian le da a Chimo una vulnerabilidad cruda que hace que su transformación de víctima a algo mucho más ambiguo sea realmente dolorosa. Por su parte, Hugo evita caer en la trampa de caricaturizar a Rubio, asegurándose de que su personaje es algo más que un mero acosador: un producto fruto de las mismas fuerzas que han moldeado a Chimo, pero manifestado de distinta forma.

Por todo ello, Enemigos es una ambiciosa, y en ocasiones sobrecargada, entrada al revivir del cine quinqui moderno. Se adhiere a la estructura de enemigos – a – amigos y la incrusta en un mundo donde la reconciliación es de todo menos fácil. Su meditación sobre el perdón, el determinismo social y la dignidad le otorgan una profundidad que penetra en el espectador, incluso en aquellas ocasiones donde las temáticas se quedan en un territorio inexplorado. Con Enemigos, David Valero ha creado una película que, pese a sus lagunas, se niega a aportar respuestas fáciles. Al hacerlo, la película se mantiene fiel a la tradición quinqui: inquebrantable, irresoluble, y brutalmente humana.
NOTA: ★★★★☆
«ENEMIGOS», ESTRENO EN CINES EL 9 DE MAYO.
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