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Crítica de la serie ‘El Camino Estrecho’: Jacob Elordi protagoniza un relato lírico en el que amor y guerra se entrelazan.

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© Movistar Plus+

En su primerísimo proyecto televisivo, el cineasta Justin Kurzel (The Order) se adentra en un episodio bélico del que apenas tenemos retazos cinematográficos (salvo contadas excepciones como El puente sobre el río Kwai o Un largo viaje): la construcción del Ferrocarril de la Muerte. Hablamos de un megaproyecto del Imperio japonés durante la Segunda Guerra Mundial para levantar un trazado ferroviario entre Tailandia y Birmania, en medio de la jungla, que dejó decenas de miles de cadáveres tras de sí, incluidos 2.815 australianos prisioneros. Kurzel retrata dicho evento histórico a través de un personaje ficticio, –a diferencia de la mayoría de sus trabajos, centrados en figuras reales como John Bunting, Ned Kelly o Martin Bryant–: Dorrigo Evans, el protagonista de El camino estrecho al norte profundo, la novela de Richard Flanagan –Booker Prize de por medio– en la que se basa esta adaptación y que llega a España a través de Movistar Plus+ bajo el título abreviado El camino estrecho.

Compuesta por cinco episodios, la miniserie El camino estrecho opta por una estructura no lineal y desordenada para articular la suma de la vida de Dorrigo, abarcando el antes, el durante y el después de la guerra, y conformando así un minucioso y exhaustivo estudio de personaje. Así pues, tenemos al joven Dorrigo (Jacob Elordi), un médico australiano en 1940, enredado en una historia de amor adúltera con Amy Mulvaney (Odessa Young), la esposa de su tío (Simon Baker); al Dorrigo oficial médico del ejército australiano y prisionero de guerra (también Elordi), unos años más tarde, al mando de un millar de soldados en plena selva tailandesa obligados a construir el ya citado Ferrocarril de la Muerte bajo condiciones extremadamente inhumanas (y con algunos atisbos, asimismo, de su retorno tras el cautiverio); y, por último, al atormentado Dorrigo de setenta y pico años (un Ciarán Hinds que, seamos honestos, no es que guarde mucho parecido físico con Elordi), ya en 1989 como reputado cirujano y héroe de guerra, atrapado en un matrimonio infeliz.

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© Movistar Plus+

Dichas etapas se presentan con una estructura narrativa fragmentada y aparentemente caótica que, de entrada, puede desorientar al espectador, pero que termina por componer un retrato coherente y riguroso de su protagonista. Ayuda el montaje de Alexandre de Franceschi (Lion), pero es la fotografía –y la paleta de colores– de Sam Chiplin (El extraño) el elemento que, con más claridad, separa las líneas temporales del joven Dorrigo: los tonos cálidos y a veces ensoñadores de Australia, que evocan la belleza febril de un amor prohibido, contrastan con su etapa en la guerra, que se tiñe de un verde oscuro, apagado, húmedo y opresivo. Esta imaginería (con planos que podrían pasar por pinturas, sobre todo los de la jungla), de una belleza casi onírica y etérea, se ve acompañada por una maravillosa banda sonora espectral, obra de Jed Kurzel (Monkey Man), hermano del director, que une todos los tiempos en uno. Y tan solo por sus aspectos técnicos se justifica su estreno mundial en la Berlinale y que se viera en la gran pantalla.

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Pero si alguien se imagina algo en la línea de Hermanos de sangre, Hasta el último hombre o Sin novedad en el frente, con un planteamiento belicista sin respiro, de ritmo frenético y con tiroteos y explosiones incesantes, puede esperar sentado. El camino estrecho es una serie contemplativa, de combustión lenta y, a veces exigente, que, por tanto, no agradará a todos los públicos. Esto no quiere decir que en su representación de la guerra falten el horror y la crueldad (los hay en abundancia), pero se manifiestan más bien en los rostros y en los cuerpos desnutridos –y casi siempre semidesnudos– de los prisioneros que acompañan al personaje de Jacob Elordi (Priscilla, Saltburn) en el reparto, o en las heridas abiertas y explícitas que él mismo debe curar, así como en los dibujos de su camarada Guy ‘Rabbit’ Hendricks (William Lodder), que ayudará a dar a conocer cincuenta años después. Tampoco escasean las escenas duras de ver (una decapitación en el segundo episodio y una paliza filmada con crudeza en el cuarto).

No obstante, El camino estrecho es también una historia de amor. De hecho, ambas tramas –la bélica y la romántica– están tratadas con un equilibrio sorprendente en cuanto a tiempo y peso dramático. De esta forma, amor y guerra se entrelazan de forma indisociable. Porque Dorrigo es tan prisionero de la guerra como de su amor imposible: una relación íntima, sensual y profundamente erótica, que empieza a dibujarse más a partir del segundo episodio, cuando conoce a Amy, y que jamás abandona su memoria.

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Por todo ello, podría decirse que en El camino estrecho, una serie bélica nada convencional y muy poética, amor y guerra mantienen una relación –nunca mejor dicho– estrecha, que se abrazan, conviven y definen la vida de Dorrigo Evans.

NOTA: ★★★½

«EL CAMINO ESTRECHO», YA EN MOVISTAR PLUS+.


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Marta Medina

Marta Medina

Graduada en Estudios Ingleses por la Universidad de Sevilla (US) y con un nivel C2 de inglés. Fundadora de mundoCine con diferentes roles como crítica, redactora y gestora de redes sociales. Amante del cine y seguidora de la temporada de premios y festivales de cine.

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