Crítica de ‘Happy Gilmore 2’ (‘Terminagolf 2’): Adam Sandler regresa al green con nostalgia y golpes certeros.

Desde finales de los años 90, Adam Sandler se ha consolidado como uno de los comediantes más influyentes del cine estadounidense contemporáneo. Con películas como Billy Madison, Happy Gilmore, El aguador y Un papá genial, construyó una marca reconocible de humor absurdo, físico y entrañablemente infantil que marcó a toda una generación. Más tarde, su productora Happy Madison expandió esa fórmula con títulos como Click, Niños grandes y Desmadre de padre, mientras que su faceta más seria brilló en cintas como Embriagado de amor o Uncut Gems. Con más de tres décadas de carrera, Sandler se ha convertido en sinónimo de comedia popular estadounidense, y su regreso con Happy Gilmore 2 (Terminagolf 2 en su título español), veintinueve años después de la original, supone tanto una carta de amor a su legado como un homenaje a sus fans más fieles.
Happy Gilmore 2, dirigida por Kyle Newacheck (Misterio a bordo) y escrita por el propio Sandler junto a Tim Herlihy (Sígueme rollo), logra lo impensable: mantener viva la esencia de la película original sin depender exclusivamente de la nostalgia. Desde su inicio, la película retoma el tono irreverente y caótico que hizo famosa a Happy Gilmore en 1996. La energía física del personaje, su falta de filtros, sus reacciones desproporcionadas y su guerra personal contra todo aquello con lo que no está de acuerdo, aunque esta vez con una carga emocional mayor.
La historia nos presenta a un Happy envejecido, retirado del golf y sumido en una crisis tras la trágica muerte de su esposa Virginia (Julie Bowen), fallecida accidentalmente por culpa de un tiro descontrolado del propio protagonista. La pérdida lo arrastra a una espiral autodestructiva de alcoholismo y apatía hasta que se ve obligado a volver a competir para recaudar fondos y salvar el futuro en el mundo del ballet de su hija Viena (interpretada por Sunny Sandler, en un guiño meta familiar). Esta premisa, aunque inesperadamente dramática, no le resta ni un ápice de comedia al relato, sino que le añade una nueva capa de humanidad a un personaje que, por primera vez, parece crecer sin dejar de ser el mismo.

Uno de los grandes aciertos del guion es su estructura casi episódica, plagada de easter eggs y referencias a la carrera y vida personal de Sandler. Y es que, Adam Sandler se ha convertido en un género fílmico en sí mismo. Desde menciones a películas como El chico ideal o 50 Primeras Citas, hasta cameos de colaboradores habituales como Rob Schneider (Este cuerpo no es el mío) o Steve Buscemi (Amigos pasajeros 2), la cinta funciona como un museo autoconsciente del “universo Sandler”. El propio diseño de los torneos, la estética de los caddies, y hasta la banda sonora están cargados de guiños a su filmografía. Incluso los gestos más sutiles –como la forma de celebrar un hoyo en uno o los insultos absurdos al estilo de los años 90– están pensados para provocar sonrisas nostálgicas.
Lo que sorprende es lo bien que esta estructura funciona gracias a una comedia física que sigue siendo efectiva y una comedia verbal más afilada que nunca. Los monólogos internos de Happy, que parecen sacados de un sketch de Saturday Night Live, encuentran su mejor versión en los intercambios con el resto del elenco, donde la dirección cómica y el timing resultan impecables. Las secuencias de enfrentamiento con Shooter McGavin (Christopher McDonald) recuperan esa rivalidad icónica con diálogos repletos de insultos grandilocuentes, situaciones absurdas y una fisicidad que rinde homenaje a la slapstick comedy clásica. La escena en la que se discute enfrente de la tumba de Chubbs (en homenaje al fallecido Carl Weathers) es un ejemplo brillante de cómo se puede mezclar humor, emoción y absurdo en un mismo plano.

Sin embargo, el reparto original no vuelve solo. Entre las nuevas incorporaciones, destaca especialmente Benito Antonio Martínez Ocasio (Bullet Train), más conocido como Bad Bunny, quien interpreta a Oscar, un caddie novato con actitud despreocupada pero talento oculto. Su presencia no solo añade un elemento fresco a la dinámica del equipo, sino que también sorprende por la química natural que desarrolla con Sandler y el resto del elenco original. Su estilo relajado, que podría parecer fuera de lugar en una producción tan enraizada en el humor estadounidense, encaja con una fluidez sorprendente, generando algunos de los mejores momentos de la película. Su personaje aporta un humor más contemporáneo, pero sin romper con el tono clásico de la cinta, y deja claro que su carrera en el cine va mucho más allá de los cameos promocionales.
Además, la película se da el lujo de presentar una retahíla de cameos –desde Margaret Qualley (La sustancia) hasta Eminem (8 millas) o Post Malone como comentarista de golf psicodélico– que funcionan más como un juego para los fans que como elementos de peso narrativo, pero que aportan un dinamismo constante y una sensación de gran evento en cada secuencia.

El único gran pero de Happy Gilmore 2 llega en su cuarto acto. Tras mantener un ritmo dinámico y una sucesión de momentos cómicos bien orquestados, la película entra en un tramo final que parece más preocupado por cerrar emocionalmente el arco de su protagonista que por mantener la coherencia tonal. El exceso de pirotecnia visual y algunos personajes introducidos de manera demasiado histriónica desentonan con el espíritu gamberro del resto del metraje, y aunque se agradece la intención de cerrar el ciclo con madurez, se echa en falta el descaro del primer Happy. Aun así, no llega a empañar el conjunto, que sigue funcionando como una de las secuelas más disfrutables dentro del universo Sandler.


Por todo ello, Happy Gilmore 2 es, ante todo, un homenaje a Adam Sandler, a su estilo, a su gente y a su carrera. Es una comedia que se ríe de sí misma, que se toma libertades narrativas sin complejos y que ofrece una combinación de risa, nostalgia y corazón que encantará a los fans de siempre. Puede que no reinvente el género, aunque tampoco es que lo necesite. Sin embargo, su mayor mérito es demostrar que, casi tres décadas después, el swing de Happy sigue siendo tan potente como antes. Y sí, todavía quiere pegarle a alguien con un palo de golf.
NOTA: ★★★½
«HAPPY GILMORE 2», YA EN NETFLIX.
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