Crítica de ‘Indomables’ (‘On Swift Horses’): Una mirada luminosa a la exploración personal y el drama queer.

En una partida de póker, los jugadores que se sientan en torno a la mesa deben manejar una serie de variables que no les hagan depender únicamente del azar que proviene del mazo. Algo parecido ocurre en las relaciones sentimentales, donde, cuando menos lo esperas, aparece una carta que pone en riesgo toda la partida. De riesgos, amor y variables trata Indomables, que llega a España tras su paso por TIFF 2024 y su estreno en Norteamérica el pasado mes de abril.
Encasillar esta película en un drama queer es algo reduccionista e injusto con la propia película, ya que, además de esto, también es un estudio introspectivo de las diferentes emociones sexuales y sentimentales que experimentan sus personajes en los Estados Unidos de los años 50.

Su historia parte de la novela homónima –On swift horses es su título original– escrita por Shannon Pufahl y adaptada a la gran pantalla por Daniel Minahan, director que ha destacado en las últimas décadas en el campo de las series, firmando episodios de Juego de Tronos o Deadwood, de la que también dirigió la película en 2019.
El guion de Indomables, escrito por Bryce Kass (El asesinato de la familia Borden), se aleja algo del estereotípico personaje trágico queer para centrarse más en la exploración sexual y en el amor como fuerza sentimental cuyas causas y consecuencias no entienden de géneros. La película, además, está producida, entre otros, por sus dos protagonistas, Daisy Edgar-Jones y Jacob Elordi.

Indomables narra la historia de Muriel y Lee, cuyo futuro pasa por progresar y formar una familia en San Diego (California) tras la Guerra de Corea. En la primera secuencia de la película, Muriel se asoma por la ventana y encuentra, tumbado en la nieve y sin camiseta, a su atractivo cuñado, Julius, un alma nómada, libre y rebelde que despertará en ella sentimientos encontrados e instintos desconocidos. El matrimonio acabará mudándose a San Diego sin la compañía de Julius, que comenzará un viaje hacia el sexo, el juego y un inesperado amor en Las Vegas. Mientras tanto, una insatisfecha Muriel explorará sus deseos a través de las apuestas de caballos y una relación lésbica con su vecina, a espaldas de su marido, al tiempo que anhela noticias de su cuñado.

En la actualidad, parece no haber un trono definido de actores jóvenes que ocupen los lugares incontestables que antes coparon figuras como Brad Pitt o Julia Roberts. En este filme encontramos a dos aspirantes a estos lugares como lo son Daisy Edgar-Jones (Twisters) y Jacob Elordi (El camino estrecho), aunque, quien escribe, apostaría que algunos otros van en cabeza (Margaret Qualley o Austin Butler).
Edgar-Jones interpreta a Muriel, cuyo arco resulta el más interesante de la película por los diferentes estados por los que transcurre. Sus sentimientos hacia su cuñado, el coqueteo con las apuestas y la exploración de su homosexualidad están bien definidos por una actriz que, si bien no para de crecer, aún no parece haber encontrado ese papel definitivo que la catapulte. Por su parte, Elordi, sin rehuir su figura de sex symbol, da vida a Julius. Perdido entre su adicción al juego y la fina línea que separa el vicio de la prostitución con hombres o mujeres, acaba en Las Vegas, donde intentará definir un futuro que no parecía nada alentador y donde se enamora de Henry, interpretado por Diego Calva (Babylon). A partes iguales entre la escritura de su personaje y la actuación de Elordi, Julius no acaba de sentirse como un desarrollo del todo bien construido, ni en lo físico ni en lo sentimental, desde su primera aparición hasta la última.

La dirección de Daniel Minahan resulta correcta y eficiente para plasmar un guion que, sin embargo, acaba dispersando el verdadero foco emocional de la película: la relación –casi por completo epistolar– entre Muriel y Julius. Es en la atmósfera que genera Luc Montpellier (Ellas hablan), director de fotografía, especialmente en los espacios homosexuales perseguidos por la autoridad, donde la película escala su nivel por encima de la media.
La narración es intimista: la cámara se mueve en primeros planos y planos medios de los personajes para lograr exprimir tanto la emoción que expresan como la que esconden. Mediante la repetición, resulta interesante el uso del sonido de sirenas de policía para alertar de una amenaza latente en determinados momentos del metraje o los detalles de objetos que indican localizaciones donde uno u otro personaje acabará acudiendo para encontrar lo que buscan. O no.
Tanto el diseño de producción como el vestuario están cuidados y hacen sentir la plausibilidad de la época en la que se sitúa la historia. Quizá, por poner un pero a esto, es el apartado de Las Vegas donde todo se siente más superficial y en el que el director evita los planos generales para no tener que elaborar decorados más complejos que elevarían el coste de producción.
El ritmo de la película se resiente en los momentos en los que la historia se desvía hacia ciertas subtramas cuyas vías de servicio se hacen demasiado largas antes de retomar la autopista principal formada por la relación entre Muriel y su cuñado. Falta construcción en las relaciones que acaban por constituir un enamoramiento de los personajes, como el caso de Julius (Jacob Elordi) y Henry (Diego Calva), cuya conexión, si no se hiciera explícita en el diálogo, difícilmente se percibiría como algo más allá del sexo y el interés económico. Algo similar ocurre con el personaje de Lee, el marido de Muriel, aunque no tanto con el actor que lo interpreta –Will Poulter (Warfare)–. Lee resulta plano, ajeno no solo a la partida de póker emocional que juegan los demás, sino también a cualquier aspecto relacionado con la historia.

Así pues, Indomables gustará especialmente a aquellos aficionados a los devenires del triángulo amoroso, así como a los seguidores acérrimos de Euphoria y Normal People, por el trabajo de sus sendos protagonistas, aun llegando más lejos interpretativamente Edgar-Jones que su partner masculino. La película ofrece una visión alternativa –no tan pesimista y con un cierre esperanzador– sobre las relaciones queer que últimamente se han retratado en la gran pantalla como tormentosas, como la reciente Queer de Luca Guadagnino, aunque no llegue a sus momentos más altos, pese a su irregularidad.
NOTA: ★★★☆☆
«INDOMABLES», YA EN CINES.
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