Crítica de ‘Eddington’: Una disección de la polarización social.

Cuando Ari Aster irrumpió en el panorama del cine contemporáneo en 2018 con Hereditary, pocos podían prever que, apenas siete años después, se encontraría estrenando en Cannes un western político y satírico que nada tiene que ver con el terror clásico que lo convirtió en una de las voces más originales del género. Sin embargo, esa es precisamente la trayectoria de un autor que ha demostrado no interesarse tanto en etiquetas, sino en explorar el miedo y la ansiedad en sus formas más diversas. Con Eddington, Aster amplía de forma radical su territorio creativo, dejando atrás la claustrofobia familiar y la angustia psicológica –aunque las sigue mirando de reojo–, para adentrarse en el terreno pantanoso de la polarización política y la manipulación social en la era digital.

Para ello, el director nos sitúa en un pueblo ficticio de Nuevo México, en mayo de 2020, donde el panorama sociopolítico no podría estar en mayor ebullición: punto álgido de la pandemia, protestas tras el asesinato de George Floyd, y un clima de crispación política que se respira en cada esquina. En ese contexto, el sheriff Joe Cross (Joaquin Phoenix) se convierte en el antagonista del alcalde Ted Garcia (Pedro Pascal), empeñado en sacar adelante su reelección en medio de un clima de desconfianza hacia las medidas sanitarias y de creciente histeria colectiva. A su alrededor, orbitan personajes como la esposa del sheriff (Emma Stone) y un predicador influencer (Austin Butler) que encarnan el poder corrosivo de las redes sociales como difusoras de verdades a medias y relatos incendiarios.

Aster nunca ha ocultado que sus obsesiones giran en torno a la fragilidad de los vínculos humanos y el peso del trauma. Si en Hereditary exploraba la maldición hereditaria y la imposibilidad de escapar de lo que llevamos en la sangre, en Midsommar trasladaba ese dolor a un contexto colectivo, en el que una comunidad ritual absorbía la pérdida de la protagonista. Más tarde, con su más reciente Beau tiene miedo, se sumergía en el interior de la mente ansiosa de un hombre incapaz de escapar de la culpa y el control materno. Teniendo esto en cuenta, Eddington supone un giro de tuercas más: ahora el “trauma” ya no es íntimo ni familiar, sino social y político. Un virus que corroe el tejido de la comunidad. Lo que antes eran familias fracturadas o individuos desbordados, aquí se convierte en una radiografía de un país enfermo de polarización.
Sin embargo, lo más fascinante aquí es cómo Aster aplica sus recursos estilísticos característicos a un género distinto. El western, con sus arquetipos de sheriffs, forajidos y paisajes desérticos, se transforma bajo su mirada en un escenario de vergüenza pública, manipulación digital y violencia simbólica. La fotografía de Darius Khondji (Bardo) dota al pueblo de Eddington de una luz árida y casi bíblica, que recuerda a los clásicos del género, pero que se ve atravesada por la artificialidad contemporánea de las pantallas y las redes sociales. El resultado es un contraste inquietante: lo atávico del western frente a la toxicidad de la comunicación instantánea.
En esta ocasión, Aster usa la sátira como arma de doble filo. El director no toma partido de manera obvia: tanto el sheriff de Phoenix (Joker 2), escéptico y reaccionario, como el alcalde de Pascal (Los 4 fantásticos: Primeros pasos), oportunista y manipulador, aparecen como figuras deformadas por la desconfianza mutua y la lucha por el control narrativo. Es un retrato despiadado de la nación estadounidense reciente, en el que el debate político se convirtió en un espectáculo mediático y la verdad se volvió maleable al compás de los algoritmos. Asimismo, Emma Stone (Pobres criaturas) aporta una capa de humanidad a la trama con su personaje, atrapado entre la desafección íntima y el ruido público, mientras que Austin Butler (Dune: Parte 2), convertido en un predicador digital, encarna la deriva casi religiosa de las redes sociales como templos de fe distorsionada.
En este sentido, se podría decir que Eddington no es un relato de héroes y villanos al uso: es un espejo deformante de nuestra propia época, donde la comunidad ya no se cohesiona en torno a ideales compartidos, sino en torno a la indignación permanente. Aster recoge el lenguaje del género clásico y lo quiebra desde dentro, convirtiéndolo en una tragicomedia absurda y perturbadora. Pero si algo une a Eddington con las películas anteriores del director es su interés por la inevitabilidad del desastre. En Hereditary, era la sangre y la herencia; en Midsommar, la pertenencia a un colectivo que arrastra al individuo hacia lo impensable; y en Beau tiene miedo, la imposibilidad de escapar del propio miedo. En Eddington, esa inevitabilidad toma la forma de la polarización social: por mucho que se intente dialogar o escapar, el pueblo (y, por extensión, el país) parece condenado a romperse en pedazos.

En el apartado técnico, la película destaca por la precisión con que articula su discurso. La banda sonora compuesta por Bobby Krlic (Bronca) y Daniel Pemberton (Spider-Man: un nuevo universo) mezcla lo ritual con lo contemporáneo, creando un tapiz sonoro que va de la épica western al ruido digital. El montaje, por su parte, equilibra escenas corales con silencios cargados de tensión. Y el guion, escrito por el propio Ari, más que ofrecer respuestas, plantea preguntas incómodas sobre el lugar que ocupamos en una sociedad gobernada por el miedo, la vergüenza y la exposición constante.


En definitiva, Eddington es una obra arriesgada, incómoda y necesaria. No es terror en el sentido convencional, pero sí hereda de Ari Aster la capacidad de incomodar y de enfrentarnos a lo que no queremos mirar. Si sus primeras películas nos hablaban del dolor íntimo y de la ansiedad personal, ahora nos sitúa frente al trauma colectivo de una sociedad partida en dos. Puede que no guste a todos, pero ahí radica su fuerza: Aster no busca complacer, sino confrontar. El cineasta confirma que su cine no es un proyecto sobre el miedo en sí mismo, sino sobre cómo los seres humanos lidiamos con lo que nos aterra, ya sea la pérdida de un ser querido, la ansiedad frente al mundo o el colapso de nuestra comunidad. Y si en su evolución ha pasado de la familia al individuo, y de ahí a la sociedad entera, las preguntas que deja en el aire son inquietantes: ¿qué vendrá después? ¿Qué ocurrirá cuando no quede nada a salvo del desastre?
NOTA: ★★★★½
«EDDINGTON», YA EN CINES.
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