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Crítica de ‘La Grazia’ [73SSIFF]: Un giro depurado y reflexivo.

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© SSIFF

No es la primera vez que Paolo Sorrentino retrata a un político. En 2008 estrenó una de las películas que lo consolidó como un director de gran personalidad: Il Divo, acerca de los últimos años de mandato de Giulio Andreotti, colaborador de la mafia y estrechamente vinculado con la religión. El personaje, interpretado por Toni Servillo en su cuarta colaboración con el director italiano, era representado en imagen como un vampiro. Su silueta remitía al Nosferatu de Murnau, a modo de sátira. El segundo retrato político llegó con Silvio y los otros, centrado en la figura de Silvio Berlusconi. Un hombre de excesos, representado en una película de excesos. Y, en ambos casos, personas lamentables.

La Grazia, nueva película de Sorrentino y presentada en la sección Perlak de la 73.ª edición del Festival de San Sebastián, da un giro a esta tendencia del director. En realidad, a esta y a muchas otras. La gran belleza lo colocó en la cima del cine italiano gracias al Óscar ganado en 2013, pero también ha marcado el estilo de su cine desde entonces (con quizá un par de excepciones como La juventud y Fue la mano de Dios). El cine de Sorrentino tiende a lo pop, a lo barroco, al exceso y a la máxima estilización. Contenedor de secuencias elaboradísimas, de una lírica que podría recordar a Federico Fellini… si Fellini llevase un par de copas más encima. En cambio, La Grazia se siente muchísimo más depurada que Parthenope, su anterior film.

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Mariano de Santis, ficticio presidente de Italia interpretado por un fabuloso Toni Servillo, es un demócrata, católico acérrimo y jurista experimentado, cuyo mandato llega a su fin. El presidente, al que apodan “hormigón armado”, se debate entre promulgar o no un proyecto de ley que legalice la eutanasia. A su vez, considera las peticiones de indulto de dos individuos que asesinaron a sus parejas. Las presiones le vienen de todas partes: desde su propia familia –ya que su hija es y ha sido durante años su mano derecha–, del papa, y de los miembros de su partido, con quienes mantiene tratos muy distintos.
Pero es que, a su avanzada edad, Mariano se encuentra en eras melancólicas. Rememora siempre que puede su vida con su mujer, ya fallecida, pero la información de que ella le fue infiel una vez, hace muchos años, le atormenta.

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Este estudio de personaje dista mucho del Andreotti y el Berlusconi de Sorrentino. Más todavía en una época, en nuestra actualidad, en la que personalidades políticas tan extravagantes y mezquinas como Donald Trump o Javier Milei estropean el mundo con su sola presencia. Sorrentino presenta a un presidente que actúa desde la duda y desde la más honesta humanidad. La historia, aun siendo la habitual retahíla de personajes y situaciones cargantes y, en ocasiones, irritantes que ya son marca de su director, es realmente conmovedora. En sus divagaciones, monólogos y momentos de soledad, La Grazia logra ser meditativa y reflexiva sobre el perdón y la importancia de la duda.

Esto no quita que haya momentos de la marca Sorrentino: su introducción, a ritmo de techno, con los cazas dibujando la bandera italiana en el cielo; o la bienvenida bajo la lluvia a un político portugués de avanzada edad. Momentos de una estilización absoluta, casi abstractos. Algunos funcionan mejor que otros (la vertiente onírica de Sorrentino nunca ha sido especialmente brillante), pero desde luego aportan ritmo.

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Quizá La Grazia peque de ser demasiado complaciente con su personaje y las ideas alrededor de su discurso. Esa escena en la que Mariano visita la cárcel y se queda en la sala de espera, junto al pueblo, no llega a ser el desastre de Churchill en el metro de El instante más oscuro, pero bordea el abismo de lo ridículo. Como en todo el cine de su director, todo se siente irregular. Es una maldición de la que no puede escapar. Sin embargo, La Grazia contiene escenas preciosas. Simplemente, su último tramo puede ser lo mejor que ha escrito Sorrentino en toda su carrera: una secuencia larguísima que merece completamente la pena.

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En definitiva, La Grazia se alza como una de las mejores películas de su director.

NOTA: ★★★★☆

«LA GRAZIA» SE PROYECTA EN EL FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN Y SE ESTRENA PRÓXIMAMENTE EN CINES.


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Enrique Constans

Enrique Constans

Licenciado en cine documental por la ECAM, donde realizó varios cortometrajes en calidad de director, guionista y montador. Además, ha estudiado guion y crítica cinematográfica y dirigido y escrito varios cortometrajes. Actualmente se dedica tanto a la escritura de ficción como a la docencia de Historia del Cine en la UNED.

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