Crítica de ‘Gaua’: Paul Urkijo invoca el Akelarre y se bautiza como auténtico Hijo de Sitges.

Toda leyenda parte de una realidad que es transmitida de generación en generación por juglares que la impregnan de su propia cosmogonía. De este modo, cada cohorte recibe las historias propias de un lugar a través de una propuesta formal única que permite que el relato perdure en el tiempo y se materialice como mito. Algunos artistas generan un universo cinematográfico propio como piedra angular sobre la que desarrollan su cine. Es sencillo identificarlos con tan solo ver los planos de alguna de sus obras, gracias a su característico imaginario. Paul Urkijo, con tan solo tres largometrajes, se ha erigido como el kontalari contemporáneo del folclore vasco en el cine.
Cada vez más, la programación de los festivales de cine adquiere una relevancia mayor tanto en la cartelera como, sobre todo, en la temporada de premios a lo largo del año. Algo similar a lo que ocurre con Oliver Laxe (Sirat), quien ha estrenado sus cuatro largometrajes en diferentes secciones del Festival de Cannes en los últimos años, Paul Urkijo ha presentado Gaua en el mismo lugar que acogió el estreno mundial de sus dos anteriores películas, Errementari (2017) e Irati (2022): el Festival de Cine Fantástico de Sitges. La singularidad en la producción de sus propuestas y su ideario fantástico hacen que Urkijo sea recibido, y desde aquí bautizado, como un hijo de Sitges.

Todo en Gaua gira en torno a la noche –significado castellano de la palabra en euskera–, que otorga título a la película e invita al espectador a adentrarse en una oscuridad en la que puede quedar atrapado. Un travelling circular sobre una estela mitológica, en cuya roca aparecen grabadas imágenes que reflejan el día y la noche, da paso al comienzo de una historia de brujas y demonios nocturnos. En plena época inquisitorial contra la brujería, Kattalin huye de su hogar en mitad de la noche tras envenenar a su marido, adentrándose en el bosque. En su huida, las sombras acechan a la muchacha, que encuentra por fin refugio junto a una lavandería, donde tres ancianas lo único que le piden a cambio es que cuente cuentos de terror en los que la propia Kattalin se verá envuelta como protagonista.

En este sentido, Urkijo se vale del personaje de Yune Nogueiras (La infiltrada) como nexo común para presentar una estructura episódica en la que reflejar diferentes mitos vascos relacionados con las criaturas de la noche, los demonios y las brujas. Acierta haciendo confluir todos sus relatos entre sí para evitar la irregularidad que pueden llegar a causar los formatos antológicos, donde cada una de las historias son narrativamente independientes unas de otras. Pese a ello, es inevitable destacar el último acto de la película, donde Urkijo despliega todo su poder visual y su capacidad innegable para generar imágenes en el fantástico con una resonancia única.

Uno siempre tiene la sensación de que Paul Urkijo maneja con una soltura pasmosa presupuestos que, por progresivos que sean en cada una de sus producciones, siguen siendo del todo insuficientes para el tipo de imaginario e historias que el director de Vitoria-Gasteiz lleva a la gran pantalla. Como ya ocurría en su anterior película, tanto los efectos especiales como los prácticos que emplea el equipo visual de Gaua a lo largo del metraje son de una fisicidad muy destacable. En el apartado fotográfico también se encuentra uno de los debes de la película. Ya sea por cuestiones presupuestarias o por una decisión consciente de Urkijo y su director de fotografía, Gorka Gómez Andreu (Sound of Freedom), no son pocas las escenas –sobre todo las de interior y los planos cortos de personajes– donde queda del todo desaprovechado el contraste lumínico entre la luz natural del fuego de las velas y antorchas por una sobreexposición de la luz externa que invade toda intimidad lumínica entre el color tenue de las llamas y un negro puro que habría aportado aún más inmersión en el universo urkijiano.
En cambio, toda la mezcla de sonido que envuelve cada uno de los relatos y corona su inolvidable acto final hace sentir la reverberación del mundo místico en la tierra y la presencia física de los monstruos, que seguirán albergados en la memoria colectiva más presentes que nunca

Yune Nogueiras recupera el papel de joven tentada por la brujería en Akelarre, que la puso en el radar genérico del medio audiovisual, para cargar –ahora sí– con el papel protagonista de Katilina, símbolo de tantas mujeres señaladas por la Inquisición como brujas por practicar el amor libre y la independencia femenina. Aunque a fecha de esta crítica aún no se conozca, no sería una sorpresa que su nombre se postule como una de las candidatas al palmarés de interpretación de la 58.ª edición del Festival de Sitges por esta mujer valiente y libre. Cabe destacar, junto a ella, a las tres lavanderas que la recogen del bosque, interpretadas por tres figuras con gran bagaje en el cine vasco: Ane Gabaraín (20.000 especies de abejas), Elena Irureta (Sorda) e Iñaki Irastorza (Una ballena).

Pese a que toda película es recomendable verla en una sala de cine, donde se dan las mejores condiciones para desplegar todo su potencial, es del todo obligado acudir al cine cuando el akelarre de Gaua resuene en la cartelera nacional. Aunque deja el poso de que Paul Urkijo aún tiene su gran película por mostrar, sigue dando pasos adelante como el auténtico artesano del folclore fantástico de nuestro país. Los últimos veinte minutos de Gaua no palidecen respecto a otras propuestas anteriores, como la propia Akelarre o la magna obra de Robert Eggers, The Witch.
NOTA: ★★★½
«GAUA» SE PROYECTA EN SITGES Y SE ESTRENA EL 14 DE NOVIEMBRE EN CINES.
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