Crítica de ‘La Larga Marcha’: Una de las adaptaciones más cruentas de la obra de Stephen King.

En estos nuevos años 20 del S. XXI se está generando un movimiento de películas distópicas que abordan tangencialmente la realidad política y social de Occidente de manera que son perfectamente plausibles. La alienación y enfrentamiento social, la conspiranoia como un nuevo germen creciente que se mueve entre la des- y sobreinformación, las políticas deshumanizadas y la polarización a cualquiera de ambos extremos, o el establecimiento de estados policiales en determinadas zonas del planeta, han saltado de las noticias a la pantalla con películas como Civil War, Eddington, Una batalla tras otra o la nueva adaptación de Stephen King, que llega hoy a carteleras españolas, La larga marcha.
Cada una de ellas explora en estos temas desde diferentes puntos de vista, como la sátira, el humor negro, la deshumanización o la violencia, estos últimos dos casos a los que se adhiere la película dirigida por Francis Lawrence. Experto en la materia de adaptar obras de grandes escritores del género, como hizo en Soy leyenda (2007) del ilustre Richard Matheson, algunas películas de la exitosa saga escrita por Suzanne Collins, el caso de Los Juegos del Hambre: En llamas (2013), Lawrence se incorpora a la pléyade de cineastas que han abordado la vasta obra de Stephen King a lo largo de los últimos 50 años, destacando, entre ellos, a Brian de Palma con su acercamiento a Carrie en 1976, Stanley Kubrick con El resplandor en 1980 o el cineasta contemporáneo que, a juicio de quien escribe, más lejos ha llevado cinematográficamente las obras de King, Frank Darabont, con la magna obra que es Cadena perpetua (1994), La milla verde (1999) o La niebla (2007).

La larga marcha abre con la carta que recibe Ray Garraty, que ha sido seleccionado para participar en un evento militar y competitivo en el que un grupo de jóvenes de diferentes estados del país caminan incesantemente por hasta que solo uno quede en pie. Todo aquel que baje de un ritmo determinado recibirá una advertencia, que, acumuladas hasta tres, supondrán la eliminación del participante. Garraty forjará una progresiva relación con algunos de los participantes más colaborativos en este largo viaje hacia la muerte.

Lawrence opta por contar la historia de manera secuencial y cronológica, apostando porque sean los kilómetros y el paso del tiempo –que introduce mediante texto– los que generen el desgaste, tanto en los personajes como en el espectador. Desde el primer momento, el punto de vista se establece en el personaje de Ray Garraty, a través de cuya mirada vamos conociendo a parte del resto de integrantes de la marcha, como es el caso de Peter McVries. No obstante, no puede evitar caer en la tentación de utilizar varios flashbacks para terminar de contar el conflicto dramático del familiar del protagonista, para relacionarlo con su objetivo final en la marcha.
El guion centra su fortaleza en la exploración emocional y humana de los personajes, más que en llegar a explicar el porqué de este estado totalitario o las razones por las que una sociedad acepta este tipo de macabro juego. Las motivaciones de cada personaje van surgiendo a la luz con el desgaste de los kilómetros, y así se trata –pero no se profundiza– en temas como la venganza, la rebeldía contra el régimen establecido, el nihilismo, las segundas oportunidades, pero, sobre todo, la amistad.
Aquí reside el gran punto fuerte de la película, ya que en la relación de amistad y solidaridad que establecen Cooper Hoffman (Licorice Pizza) como Ray Garraty y David Jonsson (Alien: Romulus) encarnando a Peter McVries es donde más lejos llega la síntesis de la película. Ambos sobresalen en una actuación más que convincente, logrando reflejar una camaradería y química que desemboca en una amistad de dos personas que confían todo el uno al otro. El resto del reparto no está tan bien definido, y solo a través de sus diálogos se esbozan como personajes prototípicos, lo que hace que sus ausencias a lo largo del metraje solo tengan un impacto visual, más que emocional. Imposible no mencionar la aparición de Mark Hamill (Star Wars) como el hiperbólico –casi caricaturesco– y severo jefe militar que supervisa la marcha.

En cuanto a la dirección de Lawrence, no hay demasiados matices respecto a la posición de la cámara, los encuadres o la composición de los personajes a lo largo del metraje, provocando esto una linealidad visual que tan solo recibe algún impacto por la violencia de las muertes que va mostrando de manera explícita y otras mediante el desenfoque o, directamente, el fuera de campo. Algo similar ocurre con el trabajo de luz, bastante plano y que solo alcanza alguna estética más interesante cuando se incorporan texturas, como el efecto de la lluvia o la luz de los cañones en la noche, siendo la parte más interesante de esto el final de la película.
Sí hay que destacar el trabajo de maquillaje y vestuario, que va progresando en el deterioro de los personajes, el caminar incesante y las inclemencias meteorológicas, tratando de hacer testigo al espectador del sufrimiento de los personajes.


En definitiva, La larga marcha es una película que se despoja de cualquier alarde estético, narrativo y técnico para dotar al relato de la mayor crudeza y virulencia posible, con el objetivo de impactar al espectador mientras construye la emoción a través de los lazos de amistad. Se dispersa, eso sí, entre algunas conversaciones que apuntan, pero no profundizan, y es obra plana visualmente por la decisión de mostrar la caminata desde la repetición de los mismos enfoques y ausencia de más variedad de registros.
NOTA: ★★★☆☆
«LA LARGA MARCHA», ESTRENO HOY EN CINES.
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