Crítica de ‘Keeper’: Cuando la pareja se convierte en escenario del horror.

En los últimos años, Osgood Perkins (The Monkey, Longlegs) se ha aproximado al terror cinematográfico desde distintas esquinas del género. Echando un vistazo a su filmografía como director, encontramos historias enmarcadas en el ocultismo, las casas encantadas o incluso el folk horror, sirviéndose siempre de la vía del fantástico para narrar traumáticas y retorcidas relaciones interpersonales. Todo ello, a partir de un preciso control del ritmo atmosférico e imaginativas formas de composición visual, rasgos que vuelven a estar presentes en su última película: Keeper.

El guion, firmado por Nick Lepard (Dangerous Animals), está protagonizado por una pareja que celebra su primer aniversario con una escapada romántica de fin de semana a una cabaña aislada. Cuando Malcolm (Rossif Sutherland) regresa repentinamente a la ciudad, Liz (Tatiana Maslany) se encuentra aislada y expuesta a un mal indescriptible que desvela los horripilantes secretos del lugar.

La estilización de Perkins reúne tanto ecos del cine streaming como del cine autoral, recordando a otros coetáneos que también desarrollan su filmografía desde el género. Bien algunas decisiones recuerdan a la opresiva narración de Ari Aster o bien a la metáfora emocional de Jennifer Kent, por citar algunos ejemplos. De esta manera, Keeper transcurre a un ritmo lento y deliberado, apoyado por la edición de planos sostenidos –incluso vacíos– y sutiles acercamientos/alejamientos de cámara que intensifican la inquietud ante lo invisible. Así pues, la película remite a una de las máximas del terror: aquello que no se muestra resulta más aterrador, apelando a la indefensión del personaje –ergo, la del espectador–.
A esto se suma un cuidado lenguaje cinematográfico que juega con distintas ideas visuales, enriqueciendo una atmósfera tan contenida como perturbadora. Véanse los planos abiertos, externos e internos, de esa cabaña que enclaustra a su huésped femenina; el arrinconamiento de su rostro en el cuadro de la imagen, dejando aire vacío a su alrededor, lo que puntualiza su mirada vulnerable frente a la amenaza imperceptible; incluso el tratamiento de luz y color que, al igual que en obras anteriores de Perkins, traduce la psicología y la moralidad de esta mujer atrapada en un entorno asfixiante. El espacio se convierte, así, en una extensión del estado mental de Liz. Pero, tratándose de un peligro oculto, el diseño sonoro se antoja clave, alternando entre sutiles quejidos, gemidos y sonidos extraños con explícitos golpes de efecto, mostrando comprensión sobre los mecanismos del género.

En lo que respecta al relato, el libreto de Lepard aborda la dinámica negativa de la pareja romántica, la desconfianza y el miedo a la soledad. Por este motivo, resulta pertinente que toda la acción se concentre en los recovecos de esta cabaña apartada, la cual aguarda un traumático misterio a medio camino entre el folk horror y lo sobrenatural. No obstante, aunque la escritura trata de articular estas problemáticas desde lo fantástico, el resultado termina siendo vago, enigmático y críptico, perdiendo parte de la cohesión prometida en su arranque. Y es aquí donde emerge con mayor claridad la dirección de Perkins, pues la puesta en escena logra una tensión constante hasta edificar una atmósfera palpable.


En definitiva, Osgood Perkins regresa con otra película en la que el terror brota del vacío emocional y la maldición sobrenatural, canalizado a través de otra figura femenina, y que alcanza resultados tan hipnóticos como viscerales. Esta es una narrativa abierta y poliédrica que gira en torno a la fragilidad de la pareja frente a lo invisible, convirtiéndola en escenario del horror. Por lo tanto, apuesta por no mostrar, sino sugerir, demorando las revelaciones hasta momentos clave, y dejando al espectador la tarea de completar los huecos que habitan en el interior de la cabaña.
NOTA: ★★★☆☆
«KEEPER», YA EN CINES.
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