CRÍTICA (21SEFF): “Desmontando un Elefante”
Cuando la adicción se convierte en un baile de ceder y resistir.
Con la accidentada edición de 2023 ya en el pasado – aunque el colorido y muy parecido cartel de este año aún nos remita a ella – da comienzo la 21ª edición del Festival de Cine Europeo de Sevilla. Una edición decidida a proyectar lo mejor del cine europeo y que cuenta con dos películas españolas en su sección oficial a competición, siendo Desmontando un elefante la que abre la contienda nacional. Una propuesta intimista que ahonda en el impacto de una adicción en el núcleo familiar y que aspira a llevarse, como otras muchas, el Giraldillo de Oro, que otorga este año un jurado presidido por el británico productor David Puttnam (Los gritos del silencio) y el también británico actor Jeremy Irons (El rey león).
Desmontando un elefante sigue a Marga (Emma Suárez), una exitosa arquitecta que vuelve a casa tras haber pasado dos meses en un centro de rehabilitación por un problema de adicción al alcohol. De igual modo, la película también se centra en su hija menor, Blanca (Natalia de Molina), quien, a raíz del regreso de su madre, se da cuenta de cómo afecta tanto a sus relaciones como a su carrera como bailarina profesional esa atención que le presta a su madre.
Aitor Echeverría da el salto al largometraje con esta contemplativa ópera prima de 82 minutos que alude en su título a una conocida metáfora: el elefante en la habitación. Un interesante concepto que, como se menciona en la primera escena de la terapia de grupo, representa ese problema que todos ven, pero del que nadie quiere hablar (ya sea por vergüenza, por miedo, por inseguridad o por incomodidad). En este caso, la adicción de Marga al alcohol es ese «elefante» omnipresente que estalla en una buena secuencia inicial marcada por un largo zoom in y arrastra a la protagonista hacia un proceso de terapia y sanación en el que también participa su familia: su hija Blanca y su marido Félix, interpretado por Darío Grandinetti (Hable con ella), pero no tanto su otra hija, María (Alba Guilera), embarazada de su primer nieto y que se mantiene más al margen. Un elefante que incluso se atreve a «aparecer» en una impactante y llamativa secuencia onírica con destellos de thriller psicológico. Y ojalá hubiera habido más.
Pero este «elefante» no es la única metáfora en la película del catalán. También un ejercicio de baile titulado «ceder y resistir» – una escena fascinante –, que refleja la compleja relación entre madre e hija: una Marga, que lucha con su adicción y a la que da vida Emma Suárez (Julieta), y una Blanca, encarnada por Natalia de Molina (¿Es el enemigo? La película de Gila), que cuida y se preocupa de la otra. Ambas ceden y resisten en este vínculo tan marcado por la codependencia. Porque aquí el foco no está solo en Marga y su adicción, sino más bien en cómo afecta a quienes la rodean, subrayado en este caso por el tándem madre-hija.
Con largas tomas cuidadosamente encuadradas, fruto de la experiencia de Echevarría como director de fotografía, y una banda sonora minimalista reservada para los brillantes e hipnóticos bailes de Blanca, coreografiados por Paloma Muñoz Luengo, y en los que se nota la mano del director en el ámbito de la videodanza, el cineasta apuesta por una mirada honesta pero contenida sobre un tema que se ha tratado en multitud de ocasiones en el cine. Sirvan como referencias más recientes y conocidas la Another Round de Thomas Vinterberg, la Manchester by the Sea de Kenneth Lonergan o la A Star is Born de Bradley Cooper. Pero, y he aquí el mayor de sus problemas, a la película de Echevarría le cuesta (y mucho) conectar con el público y que éste empatice lo suficiente con sus personajes como para que su contenido llegue a calar hondo. Y es que su guion – obra del propio Echeverría junto a Pep Garrido (Sin techo) – no termina de trasladar su mensaje de forma que conmueva al espectador y perdure en su memoria poco después de abandonar la sala de cine.
En definitiva, Desmontando un elefante supone un muy maduro debut en el largometraje de Aitor Echeverría, con una notable maestría detrás de la cámara y un estilo visual preciso y depurado, capaz de capturar con elegancia una coreografía de codependencia entre madre e hija. Una verdadera lástima que no resuene como debería.
NOTA: ★★★☆☆
“DESMONTANDO UN ELEFANTE”, ESTRENO EL 10 DE ENERO EN CINES.
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