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CRÍTICA (28FestivalMálaga): «La Deuda»

Una reflexión atemporal sobre la pérdida.

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© Festival de Málaga

El cine español siempre ha tendido a ser un espejo en el que reflejar los problemas de sus gentes a través de dramas sociales con gran potencia narrativa. Cineastas como Ken Loach (El viejo roble) en Reino Unido, o los hermanos Dardenne (Dos días, una noche) en Bélgica, han perfeccionado el arte de contar historias profundamente humanas, enraizando en estas injusticias del día a día. Y España ha seguido esta tradición con su propia marca de cine con alta carga social. Desde Los lunes al sol, hasta Techo y comida, los cineastas españoles han capturado las precarias realidades del desempleo, la inseguridad en la vivienda y los problemas económicos con una firme honestidad emocional.

Daniel Guzmán (Canallas), conocido por su habilidad a la hora de retratar la cotidianidad de la vida con autenticidad y profundidad, continúa con esta tendencia en La deuda, una película que se sumerge en el peso emocional y existencial detrás de un proceso de desahucio. Con una mezcla entre la ternura y la cruda intensidad, la película no solo cuenta la historia de Lucas y Antonia, sino que también dibuja un cuadro más amplio sobre la gentrificación y la disparidad económica en la España contemporánea. El trabajo de Guzmán como director sobresale por su habilidad de encontrar luz en la oscuridad, presentando al espectador un atroz, pero humanístico, relato que resuena de manera intensa.

En este sentido, La deuda es una exploración profundamente emocional sobre lo que significa perder el hogar, independientemente de que este sea un lugar físico o una persona. La película nos presenta a Lucas (Daniel Guzmán), un hombre de cuarenta y siete años, desempleado, y con problemas económicos; y a Antonia (Charo), la anciana mujer que está a su cargo. Dos personas que habitan en un  pequeño y compartido apartamento que funciona no solo como un lugar que morar, sino más bien como un santuario cándido que les brinda una sensación de pertenencia. Sin embargo, cuando los impagos de la deuda contraída con el banco provocan el inicio de un proceso de desahucio, esta frágil estabilidad se verá corrompida.

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© Festival de Málaga

Una estabilidad sustentada por el cariño y compañía mutua capturada por Guzmán con una ternura que evita el melodrama, permitiendo que sus problemas diarios se sucedan de manera orgánica. A pesar de sus problemas financieros, Lucas y Antonia mantienen intacto su sentido del humor, demostrando cómo la resiliencia y la conexión humana puede funcionar como último refugio en época de crisis. La película nunca cae en el exceso sentimentaloide, sino que se mantiene fiel a sí misma, haciendo su desalojo inminente más devastador. 

Una fidelidad que también se refleja a nivel visual, poseyendo La deuda una fotografía que captura la elegante belleza de los barrios más afectados por el fenómeno de la gentrificación en Madrid. La paleta de colores, compuesta en su mayoría por colores apagados y poco iluminados interiormente, se mimetiza con la acuciante desesperación que sufre el protagonista, eso sí, manteniendo presente en todo momento la infravalorada belleza de la envejecida arquitectura madrileña.

En este sentido, la dirección de Guzmán se asegura de que el peso emocional de la historia se traslade orgánicamente a la pantalla. A través de planos cuidadosamente confeccionados y un uso deliberado de luces y sombras, el apartado visual de la película abraza la incertidumbre que acecha las vidas de Lucas y Antonia. Madrid se convierte en un personaje en sí mismo, donde los desordenados pero íntimos espacios simbolizan los distintos problemas y conexiones que recoge La deuda. A diferencia de otros dramas sociales que apuestan por una estética más desoladora, esta cinta mantiene una elegancia visual que respeta la dignidad de sus protagonistas y escenografías, evitando en todo momento reducir sus vidas a mera miseria.

Y no solo eso, sino que, a diferencia de thrillers de corte más mainstream que se apoyan en un ritmo más intenso, La deuda apuesta por la pasividad contemplativa, invitando a la audiencia a empatizar con la pesadumbre de su narrativa. Los momentos de calma tensa –las visitas al banco o las miradas silenciosas en el ambulatorio– son tan contundentes como cualquier giro de guion impredecible.

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© Festival de Málaga

Un ritmo mesurado que permite a la audiencia absorbe por completo la gravedad de la situación, forzándolos a reflexionar sobre las implicaciones reales que esconden los desahucios y la inestabilidad económica. Es de admiración ver cómo Guzmán crea tensión sin eludir a confrontaciones explosivas, sino apoyándose en la sofocante inevitabilidad de la situación de los personajes. Cada decisión que toma Lucas conlleva una urgencia que no se transmite con palabras, sino que subyace en el poderoso apartado emocional de La deuda.

Si bien es cierto que Daniel Guzmán consigue dar vida a Lucas con una encomiable interpretación, la verdadera estrella de La deuda es Charo, la actriz novel que da vida a Antonia. Con su mera presencia, es capaz de dominar cualquier escena sin necesidad de grandes gestos ni dramatismos, basándose así en una interpretación tan auténtica como conmovedora. A través de las pequeñas expresiones de pura dignidad, Charo es capaz de personificar el descorazonador desplazamiento que su personaje está experimentando, el peso de la edad y la sabiduría de alguien que ha pasado por mucho.

Antonia no es una víctima pasiva de un desahucio, es una fuerza de la naturaleza capaz de afrontar su futuro con tenacidad y, en momentos, incluso con humor. La actuación de Charo transforma La deuda de un simple drama social a una historia profundamente humana, recordando a la audiencia que detrás de cada número estadístico sobre desahucios, hay una persona con una vida y recuerdos atados a un lugar que llama hogar.

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© Festival de Málaga

Por todo ello, La deuda se consagra como una película que permanecerá en la mente del espectador más allá de los créditos finales. No estamos solo ante una historia sobre el drama de los desahucios, sino de una meditación sobre la pérdida y la dignidad, y los problemas invisibles de aquellos atropellados por la maquinaria del progreso económico. A través de una magistral dirección, y una evocativa estética visual, Daniel Guzmán ha creado con La deuda una película tan actual como eterna.

NOTA: ★★★★½

«LA DEUDA», ESTRENO EN CINES PRÓXIMAMENTE.


TRÁILER:

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© Festival de Málaga

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Mario Hernández

Mario Hernández

Cinéfilo granadino de la generación del 98 (1998 más concretamente), amante del cine independiente y las grandes sagas. Entusiasta de una buena sesión de peli y manta, soy graduado en Economía por la Universidad de Granada (UGR) con nivel C1 de inglés. Actualmente, estoy realizando el curso de Crítica de Cine en la Escuela de Escritores de Madrid.