CRÍTICA (72SSIFF): “Anora”
La nueva obra maestra de Sean Baker reimagina un cuento de hadas con una explosiva fusión de romance, comedia, thriller y drama.
Sean Baker le da una vuelta de tuerca al clásico cuento de Cenicienta y a la Pretty Woman de Garry Marshall, y lo hace con Anora, una película presentada en la sección Perlak del Festival Internacional de Cine de San Sebastián tras su paso (y su triunfo) por Cannes.
Anora sigue a Ani (Mikey Madison), diminutivo de Anora, una joven trabajadora sexual de Brooklyn, cuya vida da un giro radical tras conocer a Ivan Zakharov (Mark Eydelshteyn), el hijo de una familia rusa adinerada. Su encuentro culmina en un precipitado matrimonio que para Ani parece sacado de un sueño. Pero, la noticia llega a Rusia, y su aparente cuento de hadas comienza a desmoronarse cuando los padres de Ivan viajan a Nueva York con la intención de anular el matrimonio.
El primer acto de Anora nos introduce en la rutina de Ani como bailarina erótica a través de una fotografía, a cargo de Drew Daniels, quien ya colaboró con Baker en Red Rocket, que baña el club de rojos estridentes y luces saturadas que contrastan con la gélida atmósfera invernal de una Nueva York desangelada. Para Ani todo cambia cuando el hijo carismático y derrochador de un oligarca ruso pide una bailarina que hable ruso, y esa solo puede ser ella, de origen uzbeko-americano. Un encuentro fortuito a partir del cual esta trabajadora sexual se convierte en la cliente estrella de Ivan y que da pie a un romance cómico y casi edulcorado – en el que no faltan el sexo, el alcohol, las drogas, los lujos y otros excesos –, que contrasta radicalmente con la vida cotidiana de Ani. Un primer acto donde las citas de ambos en la ostentosa mansión de su familia, las escapadas a Coney Island y un inesperado viaje a Las Vegas, ciudad en la que acaban casándose impulsivamente, reflejan la alegría e ilusión de Ani y generan, al mismo tiempo, un sentimiento de esperanza, euforia y felicidad en el espectador que, igualmente, se siente contagiado.
Pero, la aparente ligereza y alegría en Anora es efímera. Baker no tarda en hacer estallar esa calma con un inesperado y desatado giro que da paso a un segundo acto tan frenético como hilarante que transforma por completo el tono de la película. Todo comienza con una escena de allanamiento de morada, en la que los padres de Ivan envían a sus hombres, Toros (Karren Karagulian) y dos matones (Yuriy Borisov y Vache Tovmasyan), para que intenten hacer entrar en razón a su hijo mientras ellos están al llegar. Y es que, lo que debería haber sido una intervención controlada, rápidamente se convierte en un descontrol y frenesí cómico donde los insultos y las ofensas vuelan y el humor abunda, provocando risas incontrolables entre el público – y en el que uno no puede evitar preguntarse si el doblaje logrará captar la esencia de esos insultos que tanto nutren la comedia. Es tal la imprevisible hilaridad de esta secuencia en Anora, rodada en tiempo real y que se extiende a lo largo de veinticinco minutos – diez de los treinta y siete días de rodaje dedicados exclusivamente a esta escena –, que se erige indudablemente como una de las más memorables de la sobresaliente filmografía de Baker.
No obstante, Anora no se detiene en su habilidad para transitar entre géneros; el tercer acto nos devuelve a una cruda realidad que golpea con fuerza. Ani, que había encontrado en su matrimonio con Ivan un rayo de esperanza, se enfrenta a la posibilidad de que su sueño americano se desmorone. En este punto, la película se convierte en una profunda reflexión sobre la fragilidad de las ilusiones mientras acompañamos a la protagonista en su viaje, y el género vuelve a cambiar – del romance, la comedia y el thriller – hasta llegar al drama. Lo hace a la perfección y manteniendo una cohesión impecable entre géneros a lo largo de sus más de dos horas de metraje, que en ningún momento se sienten pesadas, gracias al fantástico guion y dirección de Sean Baker.
Y, una vez más, la maestría de Baker a la hora de retratar personajes marginados con una mirada honesta y despojada de juicios se manifiesta en Anora. Al igual que en sus trabajos anteriores – Starlet, Tangerine, The Florida Project o Red Rocket –, el director presenta el trabajo sexual sin prejuicios ni miramientos. Tan bien dibujados como interpretados están en esta película sus personajes, de carne y hueso, destacando el talento de Mikey Madison (Scream), cuya actuación merece todos los elogios, y las revelaciones aportadas por el carisma de Mark Eydelshteyn (Nado snimat filmy o lyubvi) y la comicidad y empatía brindada por Yuriy Borisov (Compartimento nº 6).
En definitiva, Anora es una ganadora más que merecida de la Palma de Oro en Cannes y que debería, por fin, catapultar a Baker a los Oscar. Y es que Anora es un nombre que se te quedará grabado mucho tiempo después de que acabe la película, y una historia como ésta solo podía ser obra de Sean Baker.
NOTA: ★★★★½
“ANORA”, ESTRENO EL 31 DE OCTUBRE EN CINES.
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