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CRÍTICA (72SSIFF): “Querer”

Una imborrable y reflexiva exploración sobre la violencia de género.

© SSIFF

La violencia de género ha sido un tema de lo más recurrente en la industria del cine y la televisión, en ocasiones representada con el objetivo de exponer lo profundamente arraigados que están ciertos comportamientos o creencias a nivel social cultural. En películas como Thelma & Louise, Atonement o el más reciente remake de El color púrpura, la violencia de género ha sido representada en infinidad de formas, desde las más sutiles hasta las más incisivas. Representaciones que no solo reflejan el trauma de la víctima, sino el sistema tan opresivo que perpetúa este comportamiento de dominación, creando cintas y series que dejan espacio para la reflexión a nivel de sociedad. En algunos casos, estas narrativas ponen el foco en la incapacidad real por parte del sistema a la hora de proteger a la mujer en este tipo de situaciones, mientras que en otros, el foco se centra en las distintas secuelas psicológicas que padecen las víctimas.

En este sentido, la miniserie dirigida por Alana Ruiz de Azúa (Cinco lobitos), Querer, ofrece una poderosa y profunda exploración sobre una de las violencias de género más peligrosas y a la vez predominantes en nuestra sociedad: la que no se ve.  Y lo hace no a través de una mirada sensacionalista, sino una mucho más simple, minimalista y cercana, centrando la atención en los personajes que componen esta historia, y el silencio que en demasiadas ocasiones envuelven a estas situaciones.

Querer cuenta la desgarradora y compleja historia de Miren (Nagore Aranburu), una mujer que, después de treinta años de matrimonio, decide divorciarse de su marido, no sin antes denunciarlo por haberle estado violando de manera continuada y sistemática durante su matrimonio. Una miniserie que navega a través del turbulento mar emocional de una familia dividida por semejante acusación, y donde los hijos de la pareja se ven obligados a elegir entre creer a su madre o defender a su padre. Un viaje emotivo-legal en el que se embarca la familia en busca de una verdad que se muestra elusiva durante gran parte del metraje.

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Como ya introducíamos previamente, uno de los mayores aciertos que consigue Alana con esta miniserie es la elección de una puesta en escena minimalista. Con un uso simple pero efectivo de los elementos que rodean a los protagonistas, la directora consigue apartar el ruido visual que una elección más saturada podría generar, enfrentando a la audiencia con la crudeza, en ocasiones desagradable, de las emociones que experimentan los personajes. Algo que combina muy bien con el austero diseño de producción, donde la selección sistemática de espacios domésticos poco espaciosos para albergar las distintas escenas y secuencias enfatiza esa claustrofobia que Miren debió de sufrir durante su matrimonio. 

De hecho, en cierta manera, esta simplicidad escénica sirve como reflejo de la naturaleza omnipresente de la violencia de género. Una violencia, concretamente la vivida en el matrimonio, que solo se ve de puertas para adentro, alejada del mundano día a día. Al deshacerse de los excesos visuales y centrarse en lo verdaderamente esencial, Alana nos fuerza a confrontar lo que está escondido. Confrontar la vomitiva dinámica que puede llegar a existir hasta en las familias más “idílicas”. 

Dinámica que la directora capta a través de los planos cercanos y que sumergen a la audiencia en la verdadera esencia de esta familia, donde la cámara captura cada matiz de las expresiones faciales de los protagonistas, reflejando a la perfección la tensión, el miedo, y la desconfianza que caracteriza este tipo de situaciones. Todo ello, bajo una paleta de colores pálidos que acentúa el drama.

La falta de brillo en la fotografía creada por Sergi Gallardo (La boda de Rosa) permite eliminar toda distracción visual que pudiera enmascarar la dureza y poder de los acontecimientos que se desarrollan en la miniserie. Una fotografía que amplifica la tensión que flota en el ambiente gracias al uso predominante de colores poco saturados, y una iluminación suave y dispersa.

Unas restricciones visuales que permiten brillar a un elenco liderado por Nagore Aranburu (Patria), cuyo retrato de Miren es extraordinariamente sutil y profundo. Una Nagore capaz de transmitir más a través de sus expresiones corporales -en su mayoría demostrando dolor, conflicto interior y resignación- que con las palabras, permitiendo a la audiencia sentir el peso del trauma que ha estado padeciendo los últimos 30 años sin necesidad de sobreactuar.

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Es por ello por lo que, en esencia, Querer sirve como ejercicio de meditación sobre la violencia de género y las severas consecuencias que esta deja a la víctima. La acusación de Miren hacia su marido (interpretado por un siempre excelente Pedro Casablanc), y las posteriores consecuencias que esta acarrea a Miren, exponen cómo en ocasiones las mujeres tienden a no ser tomadas en serio, forzándolas a justificar sus experiencias traumáticas, llegando a ser culpadas por la disrupción que sus acusaciones conllevan a la unidad familia. Incluso en el papel de víctima, Miren es la que tiene que dar más explicaciones, defender su verdad y enfrentar el escepticismo de sus hijos y allegados.

Y no solo eso, sino que la historia de Miren subraya la transmisión generacional de los comportamientos machistas. A través de su hijo mayor, interpretado por Miguel Bernardeau (La última), se ejemplifica como esa masculinidad tóxica se pasa de padre a hijo. Un Miguel Bernardeau cuyo personaje revela cuán arraigadas están este tipo de actitudes incluso en las generaciones que ya deberían de haberlas dejado atrás, otorgando una capa dramática extra a esta particular familia.

Sin embargo, Querer no es solo un drama familiar. Lejos de conformarse con eso, el guion escrito por la propia Alauda, junto con Júlia de Paz (Las largas sombras) y Eduard Sola (El cuerpo en llamas), esconde un tono misterioso y de suspense durante toda la miniserie de lo más intrigante. A través de una dosificación de la información excelsa en la que lo que conocemos se va revelando poquito a poco, se deja la ambigüedad justa en cada capítulo para que el espectador quiera -y necesite- saber más. Algo que sin duda hace que el mensaje y trasfondo de la miniserie cale más hondo.

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En conclusión, y gracias a una minimalista puesta en escena, unas actuaciones de lo más acertadas, y un cuidado en los detalles asombroso, Querer* se establece como una imborrable y reflexiva exploración sobre la violencia de género. Una miniserie que no se acobarda ante las difíciles preguntas que rodean este tipo de abusos, la justicia, y el error como sociedad a la hora de proteger a las víctimas. Sin duda, uno de los must-watch que nos deja esta 72ª edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián (SSIFF). 

NOTA: ★★★★½

“QUERER”, ESTRENO EL 17 DE OCTUBRE EN MOVISTAR PLUS+.


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Mario Hernández

Mario Hernández

Cinéfilo granadino de la generación del 98 (1998 más concretamente), amante del cine independiente y las grandes sagas. Entusiasta de una buena sesión de peli y manta, soy graduado en Economía por la Universidad de Granada (UGR) con nivel C1 de inglés. Actualmente, estoy realizando el curso de Crítica de Cine en la Escuela de Escritores de Madrid.