CRÍTICA: “Apocalipsis Z: El Principio del Fin”
Tan cercana que da miedo.
La figura del zombi ha sufrido diversas transformaciones en el mundo cinematográfico. Dibujado por primera vez como cuerpos reanimados gracias al uso de la magia vudú en La legión de los hombres sin alma (1932), los zombis han evolucionado y se han establecido como símbolos de la decadencia social, el consumismo en masa y el miedo a pandemias incontrolables. Películas modernas, tales como La noche de los muertos de George A. Romero o la 28 Días Después de Danny Boyle, han redefinido el género, pasando de grandes hordas de muertos vivientes que se arrastraban por el suelo a unos infectados mucho más agresivos y rápidos.
En este sentido, en Apocalipsis Z: El principio del fin, la adaptación que hace Carles Torrens (Animal de compañía) del best-seller escrito por Manel Loureiro, podemos ver una nueva faceta de esta monstruosa figura, una que ahonda en el realismo y la desesperación humana de un mundo que se viene abajo. Torrens consigue capturar la pesadilla personal y colectiva de un futuro en el que las necesidades básicas actuales de la sociedad escasean, mezclando el horror, la acción, y la supervivencia emocional en un escenario escalofriantemente realista.
Lo que hace diferente a Apocalipsis Z: El principio del fin de muchas otras películas de zombis es su espeluznantemente plausible premisa. Los enrabietados infectados que pululan por las calles son terroríficos, pero no porque sean muertos vivientes inconscientes, sino por su similitud con una de las grandes pandemias recientes: la de la COVID-19. La infección se propaga como un incendio descontrolado, y el caos que este provoca resuena en el miedo hacia las pandemias globales y la fragilidad de la sociedad a la hora de enfrentarse a ellas. Esta no es solo una película sobre el miedo hacia los infectados, sino sobre el colapso del sistema que nos sustenta. La soledad que sufre Manel (Francisco Ortiz), el protagonista de la cinta, no es solo física, sino también psicológica, reflejando así el desgaste mental que supone una necesidad de supervivencia en un mundo donde el peligro no proviene solo de los infectados, sino también de la desesperación humana.
Por esta razón, podríamos decir que Apocalipsis Z: El principio del fin profundiza en la psicología de la supervivencia. Torrens resiste a la tentación de saturar a la audiencia con matanzas y cacerías zombis, para centrarse en los elementos humanos – en ese debate entre la cooperación y la preservación personal –. Al igual que hacía Alfonso Cuarón en su Hijos de los hombres, donde el colapso de la sociedad derivaba en la pérdida de la moralidad y la humanidad, Apocalipsis Z: El principio del fin muestra que el verdadero peligro reside en lo que el hombre se convierte cuando los cimientos de la sociedad se vienen abajo. En las escenas en las que Manel se encuentra con otros supervivientes, la tensión se palpa en el ambiente. Y no precisamente por el miedo a los infectados, sino por el hecho de que la confianza es un privilegio que no todos se pueden permitir. Este tema subyacente sobre la desesperación humana le otorga a la película un peso emocional que la eleva más allá de las convenciones del género.
Otra de las facetas que son dignas de mención es el diseño de producción. Galicia, con su escabroso y solitario paisaje, se convierte en una localización que parece casi sacada de otro mundo. Un lugar donde la supervivencia parece tan posible como inviable. Las inquietantes escenas costeras, los caminos de tierra, y las ciudades que se desmoronan reafirman la atmósfera de desolación que crea la cinta. Por su parte, el diseño artístico es capaz de recrear de manera vivida un mundo postapocalíptico en expansión, pero que se siente íntimo. Una atención al detalle – los edificios medio derruidos, los coches abandonados, o los objetos cotidianos abandonados – que realza el realismo, sembrando en el espectador el terror a un futuro más que tangible.
Y no solo eso, sino que, a pesar de la narrativa del colapso global, Apocalipsis Z: El principio del fin se erige como una historia profundamente personal. Manel no es un héroe de acción estereotipado, sino un hombre normal y corriente tratando de encontrar sentido a una situación sin precedentes. La relación con su gato le añade una dinámica casi de humor negro a la historia, otorgándole compañía y ese recuerdo de normalidad en un mundo desdibujado. Torrens es capaz de capturar el lado más personal e íntimo de la supervivencia – el temor por la escasez de comida, la rutinaria preservación de la seguridad en su casa, o el peso emocional derivado de la soledad –, otorgándole un carácter terrenal al drama personal del viaje de Manel.
Por todo ello, Apocalipsis Z: El principio del fin no trata solo de sobrevivir a los zombis, sino de la erosión lenta y dolorosa de todo lo que hoy en día damos por hecho. La película dirigida por Torrens plantea una desagradable pregunta: ¿qué pasa cuando el mundo no funciona como debería? Cuando la comida, la seguridad y el contacto humano desaparecen, la supervivencia se convierte en un brutal y emocionalmente desgastante test. De esta forma, Torrens consigue hacer fluir el miedo no solo desde los infectados, sino también desde el hecho de que, en un mundo como en el que se nos plantea, cualquier situación cotidiana del día a día se convierte en una cuestión de vida o muerte.
NOTA: ★★★★☆
“APOCALIPSIS Z”, ESTRENO EN PRIME VIDEO EL 31 DE OCTUBRE.
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