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CRÍTICA: “Arcane” – Temporada 2: Parte 1

Ni Faker podría haberlo jugado mejor.

© Netflix

En el mundo de los videojuegos, pocas franquicias han alcanzado el impacto cultural que ha logrado League of Legends. Por más de una década, ha cautivado a millones de jugadores y espectadores gracias a sus complejos personajes, su rico lore, y los gameplays competitivos y competiciones a nivel internacional. Un fenómeno que ha spawneado un universo completo que va más allá de su propia condición de videojuego, y donde Arcane, la serie original de Netflix, se erige como una extensión de dicho cosmos. Una serie que lleva el material original del que se nutre a nuevos horizontes, y cuyo primer arco de esta segunda temporada ha logrado superar las expectativas en todos los sentidos. Regalando al espectador una experiencia cautivadora a nivel visual y emocional, el inicio de la segunda temporada de Arcane se cimienta sobre el increíble éxito de su antecesora, volviendo a marcar un hito en el mundo de la animación.

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Desde su primera secuencia, ya se deja claro que la animación no ha hecho nada más que mejorar. El estilo único de la productora Fortiche que combina técnicas de animación 2D y 3D crea una experiencia completamente inmersiva y diferente al resto. El nivel de detalle en cada frame es apabullante, capturando desde la pulida y magnificente arquitectura de Piltover, hasta las nauseabundas pero iluminadas por el neón calles de Zaun. Pero sin embargo, lo que realmente engrandece a Arcane es su habilidad a la hora de conseguir un realismo casi fotográfico sin llegar a perder en ningún momento la plasticidad y fluidez que definen al arte de la animación. Las expresiones de los personajes están vívidamente matizadas, capturando cada atisbo de duda, de rabia y vulnerabilidad, cargando la historia de una emoción genuina muy difícil de lograr. Esta facilidad a la hora de reflejar realismo y estilización aporta a Arcane una estética única, una que sumerge al espectador en la narrativa mientras le recuerda que está en un mundo animado capaz de dar cualquier forma a la realidad.

La temporada dos introduce a Jinx (Ella Purnell) como antagonista, pero sin llegar a limitarla a una simple villana. Tras los eventos de la primera temporada, el colapso emocional y su dañada psicología la convierten en una fuerza tan poderosa como impredecible, sumergiendo a los espectadores en su desquiciada mente sin llegar a condenarla. No es ni una villana ni una heroína, sino una figura trágica moldeada por la pérdida, la traición, y la desesperada necesidad de pertenencia.

Su inestabilidad hace avanzar gran parte del conflicto que vemos en este primer arco, creando una absorbente dinámica con Vi (Hailee Steinfeld), quien se ve obligada a navegar a través de su propia lealtad y dilemas morales. Christian Linke y Alex Yee, los guionistas de la serie, no aportan respuestas fáciles en este tema. Las acciones de Jinx invitan a la empatía pero también a la precaución, forzándonos a examinar sobre quien recae nuestra simpatía. Las situaciones a las que se enfrenta Vi profundizan su complejidad moral a medida que se enfrenta a una hermana a la que en su momento amó, pero que ya es incapaz de reconocer. A través de sus ojos, se puede sentir la durísima elección que tiene que hacer entre lo que es correcto y lo que se siente correcto, añadiendo a su personaje capas, y convirtiendo este primer acto en uno tan emocionalmente cambiante como apasionante.

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Y es que, como era de esperar, Arcane no se corta en lo que acción se refiere. El primer acto está plagado de secuencias explosivas, desde persecuciones llenas de adrenalina, hasta brutales combates uno vs uno. Cada choque y confrontación se sienten meticulosamente coreografiados, con golpes y secuencias que van más allá de lo físico. La animación de Fortiche aporta intensidad a cada imagen, a cada explosión. Momentos donde el diseño de sonido y la banda sonora amplifican estos impactos, fusionando la energizante acción con la subyacente emoción. La banda sonora – una mezcla de sonidos orquestales y beats punkies – combinan a la perfección con la frenética energía que derrochan las batallas, haciéndose eco así del caótico estilo de vida que están viviendo estos personajes. Una armonización entre sonido y efectos visuales que tornan cada escena de acción en una experiencia tan intrigante como inmersiva, y donde nada se siente gratuito o desconectado de la historia.

Sin embargo, lo que hace realmente remarcable este arco inicial de la segunda temporada de Arcane es la dinámica expansión del lore de League of Legends. La serie se mantiene fiel al material original de videojuego, tejiendo una red de sutiles referencias y easter eggs para los fans más acérrimos de la franquicia, a la vez que introduce a los nuevos espectadores a los mundos de Piltover y Zaun de manera orgánica. Esta profundización en el lore no solo amplía nuestro conocimiento sobre los personajes, sino que también aporta luz al panorama socio-político que se plasma a nivel narrativo. Vemos a la élite de Piltover luchar por el poder y el progreso, y a Zaun combatir marginalmente por la supervivencia y su autonomía. Cada interacción, desde las reuniones del consejo hasta los timos en el bajo mundo, revelan las alianzas perennes y las divisiones ideológicas que moldean a este universo.

Además, Arcane apuesta por una serie de riesgos creativos a la hora de tomar según que decisiones de montaje y edición. Ciertas escenas están montadas desde un punto de vista subversivo que rompe con los cánones tradicionales, manteniendo al espectador pegado a la pantalla. El excéntrico estilo de montaje – una mezcla de realismo terrenal con atisbos de magia y fantasía – captura a la perfección la esencia de League of Legends. Una esencia en la que ciencia, magia, y misterio coexisten. Fortiche y Riot Games no solo dan vida a estos mundos, sino que juegan con ellos, exprimiendo las barreras de la animación y la narración al usar transiciones vertiginosas y yuxtaposiciones inesperadas. Unas elecciones que insuflan a la serie con un sentido de belleza caótica que se alinea a la perfección con la mentalidad de personajes como Jinx, o el fracturado estado de Piltover y Zaun.

Bajo la acción y el esplendor visual, el primer acto de la segunda temporada de Arcane posee una tendencia subyacente que invita a la guerra política. Retomando los acontecimientos que vimos al final de la primera temporada, los conflictos en términos de poder entre Piltover y Zaun se sienten más intensos, con ambos bandos ensimismados en sus propios problemas de influencia y supervivencia. Esta tensión política añade profundidad a los conflictos interpersonales, posicionando a cada personaje no solo como individuo sino como un jugador de un juego mucho más ambicioso. Mientras que la elite de Piltover ve como el control se les escapa de las manos, la lucha sin cuartel de Zaun continúa, dibujando en Arcane un irresistible retrato de un mundo al borde de la autodestrucción, y en el que cada decisión puede cambiar el delicado balance de poder. A medida que se progresa, se deja claro que la narrativa de esta segunda temporada no trata de meros personajes, sino del destino de comunidades e ideologías en su totalidad.

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Por todo ello, el arco inicial de esta nueva temporada de Arcane no solo ha logrado mantener su propio legado, sino que lo ha superado. Ofreciendo una combinación magistral de complejas dinámicas de personajes, acción en estado puro, y una sobrecogedora animación, Arcane sigue envolviéndose en una narrativa que rechaza la simplicidad y lo condescendiente. Este nuevo arco es una continuación y una evolución al mismo tiempo, introduciendo al espectador en un territorio más profundo y siniestro con confianza y creatividad. Tanto para los fans de League of Legends como para los nuevos “loleros”, Arcane se erige como algo más que una simple adaptación; es un antes y un después en la narrativa animada, demostrando que, incluso dentro de las limitaciones de un universo de videojuego, hay infinitas posibilidades que explorar.

NOTA: ★★★★★

LA PARTE 1 DE LA SEGUNDA TEMPORADA DE “ARCANE” SE ESTRENA HOY EN NETFLIX.


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Mario Hernández

Mario Hernández

Cinéfilo granadino de la generación del 98 (1998 más concretamente), amante del cine independiente y las grandes sagas. Entusiasta de una buena sesión de peli y manta, soy graduado en Economía por la Universidad de Granada (UGR) con nivel C1 de inglés. Actualmente, estoy realizando el curso de Crítica de Cine en la Escuela de Escritores de Madrid.