CRÍTICA: “Argylle”
El sucedáneo de acción más soporífero del mercado.
Planteemos el siguiente escenario. Eres Matthew Vaughn, un director británico famoso por la capacidad de crear una simbiosis perfecta entre humor y acción en adaptaciones para el cine de novelas gráficas, dando como resultado películas como “Kick-Ass: Listo para Machacar” o “Kingsman: Servicio Secreto”. Con este pedigrí, Apple Original Films, una productora que solo el último año ha producido películas magnánimas como la “Killers of the Flower Moon” de Martin Scorsese o la “Napoleón” de Ridley Scott, te confiere un guion escrito por Jason Fuchs (“Ice Age 4” y “Pan”) y más de 200 millones de dólares de presupuesto para dirigir una nueva película de acción. Una película, “Argylle”, en la que, cuando las tramas de sus libros empiezan a parecerse demasiado a las actividades de un sindicato de inteligencia clandestino, la introvertida autora de novelas de espías Elly Conway (Bryce Dallas Howard) y su gato (el de Claudia Schiffer para ser más exactos) se ven inmersos en el verdadero mundo del espionaje de la mano de Aiden (Sam Rockwell), un espía de verdad.
Para dar vida a los personajes de esta nueva película, decides contar con el mismísimo hombre de acero; con una mujer empoderada que se ha enfrentado no una, no dos, sino tres veces a los depredadores más peligrosos que hayan poblado la Tierra; con el capo de la droga conocido como Heisenberg; un policía de Missouri ganador de un Oscar; y un sin fin de grandes nombres y personalidades de la historia reciente del cine. Bajo este escenario, la única pregunta razonable sería, ¿qué podría salir mal?
Pues todo. Todo podría (y puede) salir mal.
Y es que, “Argylle” acaba concibiéndose como una versión de marca blanca de estas películas que mencionamos antes y que llevaron el nombre de Matthew a lo más alto del género. Un Matthew que siempre ha bebido del cine noventero y de los dos mil de Guy Richie, pero que con “Argylle” parece emular el cine más estereotípico y mundano del director británico (no miro a nadie, “Operación Fortune”). Una película con la que el director pretendía salir de “su zona de confort”, pero que termina cayendo en la misma zona donde cayó en 2010 James Mangold con su “Noche y día”, en lo trascendentalmente soporífero. Con un cuarto acto donde Matthew deja latente al espectador que no sabe cómo terminar la película, el director de “Stardust” condensa toda la amalgama de estereotipos y situaciones rocambolescas y sin sentido que hemos ido viendo a lo largo de la hora y media metraje previa (donde la incapacidad de gestionar bien los tiempos narrativos hace imposible generar el mínimo ápice de intriga o misterio), para crear las que probablemente sean de las escenas de acción más espantosamente mal dirigidas y confeccionadas de la historia del género.
Situaciones que, a base de giros de guion descabelladamente incongruentes con el devenir de la historia que el atónito espectador está viendo, transcurren a lo largo de un guion lleno de conveniencias y agujeros que poco ayudan a obviar lo esperpéntico de los diálogos y lo macabro del apartado visual. Y es que, en esta película con un presupuesto de más de 200 millones de dólares de presupuesto (que vete tú a saber dónde habrán ido a parar), el uso de los efectos especiales y visuales no podría ser más mediocre. La cinta está repleta de planos y secuencias completas donde el croma que envuelve a los personajes deja más huella que estos, forzando al espectador a ver lo que parece una película de bajo presupuesto más que un ‘blockbuster’.
Una película donde la interesante premisa sobre la dualidad entre la ficción dentro de la cinta y la “realidad” en la misma se va desnaturalizando a medida que va avanzando el metraje, llevándonos a situaciones cada vez más desconcertantes e inverosímiles. Situaciones donde el personaje de Argylle (encarnado por la versión estrambótica de James Bond de Henry Cavill) cada vez representa o se asemeja a un miembro de la dupla protagonista distinto.
Una dupla protagonista que, lamentablemente, es lo único destacable que tiene “Argylle”. La dupla Bryce Dallas Howard (“Jurassic World”) y Sam Rockwell (“Tres Anuncios a las Afueras”) saben llenar la pantalla cada vez que aparecen en escena, aportando el gran nivel actoral que poseen a nivel individual, y derrochando química a nivel conjunto. Una pareja con una dinámica que ya hemos visto hasta la saciedad anteriormente en este tipo de películas. Típicas películas, como la propia “Noche y Día” o “Tras el Corazón Verde”, donde la chica “indefensa” y casera que no ha salido de su zona de confort en ningún momento de su vida, y que por cosas del destino acaba con un hombre varonil aventurero dispuesto a todo. Una chica, y un varonil hombre, que saben interpretar a las mil maravillas Bryce y Sam.
En definitiva, “Argylle” supone un intento por parte de su director de replicar la fórmula del éxito que tantas alegrías le ha dado en producciones pasadas, pero que termina siendo el sucedáneo de acción más soporífero del mercado. Un más que forzado intento de convertir la mítica escena de la Iglesia de “Kingsman: Servicio Secreto” en una película completa, donde los ingredientes del dinamismo y vistosidad visual no llegan a saborearse en ningún momento.
NOTA: ★☆☆☆☆
“ARGYLLE”, YA EN CINES.
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