CRÍTICA: “La Familia en el Diván” (“Mother, Couch”)
Cuando el cine pasa a ser otra cosa.
Es difícil contar una historia sin perderse. Es por ello que los narradores tienen la compleja tarea de escribir saliéndose de sí mismos para que los receptores de sus obras los comprendan. Un ejercicio que, desde los orígenes de la escritura, ha supuesto todo un reto, y muchos lo han logrado creando retratos universales de la ficción. Pero hay otros – los que catalogan como malditos – que no se adaptaron a las normas básicas y decidieron tomar otras vías. Con un público dividido entre el odio y el encanto, estas autoras y autores asentaron unas bases que le dieron otro toque al séptimo arte.
Así ha trascendido una joven disciplina que a lo largo de sus casi 130 años ha tenido en sus fauces a nombres como Steven Spielberg o Ingmar Bergman. Más del segundo tipo de cine, y compatriota sueco, parece que ahora Niclas Larsson toma el testigo de un cine mucho más críptico y psicológico en la actualidad. En su ópera prima, Mother, Couch (La familia en el diván), el autor de apenas 34 años adapta de manera libre Mamma I Soffa, de Jerker Virdborg, relato donde un hijo (Ewan McGregor) llega a una tienda de muebles con su madre (Ellen Burstyn) – reparto estelar como podemos ver – para comprar algunas cosas. Pero todo cambia de sentido cuando ella decide sentarse en un diván del que se niega a levantarse. Llamando a sus hermanos (Rhys Ifans y Lara Flynn Boyle), estos comenzarán a divagar sobre las rencillas familiares y los problemas que han podido llevar a su progenitora a esta histérica situación. Una llave, una cómoda y un mensaje encriptado en ellas terminan por darle todo el simbolismo a esta historia.
Aunque a primera vista parece que la trama de este largometraje puede ser asequible, no hay que dejarse engañar. Las capas que el guion comienza a tejer sobre su motivo central son laberínticas y muy sinuosas. El caso es que, sin leer la obra original, podemos apreciar que Larsson ha tomado sus credenciales para hablar sobre la familia y los traumas de esta desde un punto más abstracto. Pese a que el recorrido de lo que se cuenta sea lineal, el director juega con la irrealidad y el surrealismo de forma muy sutil. Recuerda quizás a ese espacio donde también se movió Charlie Kaufmann a la hora de guionizar y dirigir Estoy pensando en dejarlo, una obra también enrevesada y adaptada del libro con el mismo título escrito por Iain Reid. Una especie de limbo en el que los creadores toman las herramientas de la ficción para hacer dudar constantemente al espectador de lo que está percibiendo.
Sostenida también con un juego de recursos técnicos en la fotografía por parte de Chayse Irvin (creador también de grandes proyectos cinematográficos como Blonde e Infiltrados en el KKK) y de una buena composición musical por Christopher Bear (Past Lives y The Passenger), vemos que el joven director sueco ha cubierto muy bien sus espaldas en su estreno en el largometraje con un equipo sólido y con experiencia, que le han aportado más y más escalones a su historia.
Fondo y forma compactan a la perfección y eso es algo que si bien juega muy a favor, también puede ir muy en su contra. Como anticipábamos al inicio, el artista que se lanza a escribir lo que piensa puede tener muchas fallas al mostrarlo. Este es el caso de Larsson, quien tan intimista quiere ser con su relato, que al mostrarlo puede llegar a confundir. Hay que apreciar el riesgo, sin duda, pero hay que entender que el que recibe tu salto de fe, también tiene que tener las capacidades suficientes para comprenderlo – aunque sea un poco. Y es que si se tuviera que poner un ‘pero’ a esta película, sería que todo lo que muestra que el director posee en su interior – que no es poco –, no termina de llegar, o más bien lo hace de manera muy engorrosa. Quizás las bases del psicoanálisis con las que Bergman ya trataba los traumas familiares en sus obras se hayan disipado con las nuevas miradas crecientes, que usando el subconsciente, ahora más que mostrar, intentan recomponerse. Pero les falta todavía un bagaje que consolide ciertos aspectos que aún están en el aire.
En conclusión, cuando este tipo de autores como Niclas Larsson aparecen en la escena, el cine pasa a ser otra cosa. Puede que más indescriptible y con una falta de bagaje que se justifica al ser su ópera prima. Pero lo que está claro es que el arte no es cuestión de error, sino de posición y el joven realizador sueco parece haberse ubicado en su zona creativa para no salirse de ella. Parece que todavía quedan miradas que arriesgan, y eso es de agradecer.
NOTA: ★★★☆☆
“MOTHER, COUCH”, YA EN FILMIN.
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