CRÍTICA: “La Lección de Piano” (“The Piano Lesson”)
Una conmovedora reflexión que resuena en el tiempo.
En los últimos años, las adaptaciones de obras teatrales escritas por grandes dramaturgos se han ido labrando un hueco en el cine moderno. Películas como Ma Rainey’s Black Bottom o Fences han elevado las narrativas de August Wilson, traduciendo sus profundas exploraciones de la vida afroamericana al lenguaje cinematográfico. Adaptaciones que no solo honran al material original, sino que revelan la arraigada relevancia de temas como la identidad, el legado, y la opresión sistémica. La lección de piano de Malcom Washington (North Hollywood), una inspiradora adaptación de la obra de Wilson de 1987 – la cual le valió el premio Pulitzer –, se une a este linaje con una introspectiva y profundamente emotiva representación de una familia que lucha por reconciliarse con su pasado. Sustentada por unas poderosas interpretación de la mano de John David Washington (Tenet) y Samuel L. Jackson (Pulp Fiction), La lección de piano conforma una reflexión histórica que resuena en la actualidad.
Ambientada en los años treinta, y empapada por la eterna cuestión del legado, la cinta captura de manera vívida el debate de la familia Charles a cerca de una simbólica reliquia familiar: un piano ornamentado con tallas de sus ancestros esclavizados. Por un lado, Boy Willie (Washington), en un intento de reclamar la dignidad de sus ancestros, sueña con vender el piano y comprar la tierra que sus antepasados trabajaron bajo el yugo y la opresión de sus «amos». Por otro, Berniece (interpretada con una feroz contención por Danielle Deadwyler) se aferra el instrumento musical, viéndolo como un testamento de su herencia compartida.
Un conflicto al que Malcolm imbuye un subtono de Western, donde la búsqueda por parte de Boy Willie por adquirir las tierras se asemeja al arquetipo del vaquero errante que busca la libertad a través de la propiedad. Sin embargo, esta metáfora es reimaginada por el director con el fin de enfatizar la triste historia que envuelve la privación de derechos a los afroamericanos.
Al igual que muchos de los trabajos de August Wilson, La lección de piano se centra en la interacción entre la ambición individual y la memoria colectiva. La película profundiza en cómo la familia lucha por su herencia compartida, encontrando fuerzas en aquello que los une, y dolor en lo que los divide. El debate de la familia Charles sobre el devenir del piano encapsula una tensión más amplia: la elección entre el progreso económico y el honrar los sacrificios hechos por los ancestros. Malcolm respeta el intrincado diálogo y el tempo marcado por Wilson, permitiendo a los tonos emotivos de la narrativa descubrirle de manera natural a la audiencia las cuestiones universales de la identidad, memoria, y supervivencia.
En este sentido, la dirección de Malcolm Washington canaliza la intensidad emocional del material original a través de un enfoque que se siente tan teatral como íntimo. Los planos cortos capturan cada mueca y expresión, transformando al piano en sí en una presencia inquietante cargada de significado. El uso de la casa familiar de los Charles como principal escenario de la película amplifica esa sensación de intimidad de la que hablábamos, creando un mundo encapsulado donde la tensión generacional fermenta y explota. El tempo mesurado permite que los temas que trata la historia emerjan de manera orgánica, subrayando el peso de los silencios y los conflictos sin resolver. Una precisión cinematográfica con paralelismos con el trabajo de dirección de George C. Wolfe en Ma Rainey’s Black Bottom, donde las restricciones inherentes de una única localización se convierten en un terreno fértil para el drama explosivo.
Por su parte, el diseño de producción de La lección de piano transporta al espectador al Pittsburgh de 1930, reproducción el contexto histórico con un cuidado detalle. La deteriorada textura de la casa de los Charles, los tonos apagados de la ropa propia de la era de la depresión, y la evocativa iluminación, imbuyen a la escenografía autenticidad y peso emocional. El propio piano es un elemento central a nivel visual y simbólico, con sus intrincadas tallas como un recuerdo táctil del pasado esclavo de la familia.
Tanto John David Washington como Danielle Deadwyler (Till) ofrecen unas energéticas interpretaciones, donde la química entre ambos es capaz de capturar el amor y la fricción entre hermanos con una penetrante autenticidad. John David interpreta a Boy Willie con una intoxicante mezcla de carisma y tenacidad, abrazando la ambición desmedida de su personaje. Por el contrario, Deadwyler aporta a Benice una calmada pero inflexible fuerza, siendo esta contención el amplificador de la profundidad emocional.
Pero no son las dos únicas interpretaciones que consiguen sobresalir. Samuel L. Jackson, quien da vida al patriarca de la familia, aporta a la cinta un retorcido humor, actuando como puente entre las conflictivas perspectivas de los hermanos. En su conjunto, el elenco crea una palpable sensación de intimidad familiar, sumergiendo a la audiencia en la historia compartida de los personajes y sus dilemas personales.
Por todo ello, podríamos llegar a la conclusión de que La lección de piano es una grandísima adaptación que honra el legado de August Wilson, a la vez que muestra el floreciente talento como director de Malcolm Washington. A través de su meticulosa artesanía, las interpretaciones irresistibles, y la profundidad temática, la película captura el inquebrantable poder de la familia, la memoria, y la herencia. Como el piano de la historia, La lección de piano resuena más allá de su tiempo, ofreciendo una conmovedora reflexión sobre las decisiones que nos definen, y el legado que llevamos sobre nosotros.
NOTA: ★★★★½
“LA LECCIÓN DE PIANO”, ESTRENO HOY EN NETFLIX.
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