CRÍTICA: “Longlegs”
Las apariencias engañan, para bien.
De un modo similar a lo que planteó Smile en 2022, la campaña de marketing de Longlegs, del director Oz Perkins, auguraba uno de los estrenos de terror más imponentes del año. Sin embargo, y a diferencia de la película de Parker Finn, en Longlegs los tráileres fundamentaron su potencial en lo oculto, al no dar apenas pistas sobre la trama y, especialmente, al no mostrar la apariencia de Nicolas Cage (Dream Scenario) más que en un fuera de campo.
La película sigue a Lee Harker, interpretada por Maika Monroe (El extraño), la novata agente del FBI a la que se le asigna el caso de un asesino en serie que deja extrañas cartas con símbolos en cada escena del crimen. La protagonista parece manifestar una conexión especial con el caso, ya que su instinto la conduce constantemente a los lugares donde descubre nuevas pistas sobre el asesino. En este sentido, la película funciona temáticamente en la misma línea que los anteriores trabajos de Perkins, especialmente La enviada del mal de 2015, en las que la vivencia del terror en la infancia y el espacio familiar son los puntos sobre los que se asientan las cuidadas imágenes que desvelan el posible origen del mal.
Perkins trabaja su particular y cuidada visión del terror desde la creación de una atmósfera inquietante que construye a través de la puesta en escena. Es en este sentido donde cobran gran importancia los ligeros movimientos de cámara que conforman la idea del mal inminente que se cierne sobre Lee Harker. Por otro lado, el uso del gran angular permite al director favorecer dicho efecto al aumentar la amplitud de los espacios domésticos, provocando un ascenso de la sensación de inseguridad de la protagonista y el espectador en cada encuadre.
En Longlegs, el cuento sobrenatural se mezcla con el thriller procedimental de marcadas referencias, como son El silencio de los corderos, del director Jonathan Demme, por la relación de descubrimiento entre agente y sospechoso, y Zodiac, de David Fincher, en torno a la idea del rastro de símbolos que deja el asesino tras de sí. A pesar de ello y consciente de sus intenciones, Perkins se desvincula de estas aproximaciones y juega a su propia concepción de lo terrorífico, encarnado en las imágenes demoníacas teñidas de rojo que aparecen durante breves segundos en la pantalla o las muñecas que encierran el secreto de los asesinatos. Así es como la película sigue a la protagonista y se centra en su visión individual (no se fía ni de su propio jefe), explorando la relación con su madre, la soledad y el trauma infantil que late en el interior del relato. En paralelo, Perkins la confronta al carismático Longlegs y expone de manera redundante el poso social de los Estados Unidos de principios de los noventa en el intersticio entre los mandatos de Bush y Clinton.
Longlegs aparece como un ejercicio sumamente valioso por su capacidad para ahondar en la imagen de terror y por la genuina indagación en los códigos del cine sobrenatural, moldeándolos a su gusto y evitando caer en la grandilocuencia temática. La compleja atmósfera que rige la película y que tanto se preocupa por mantener Perkins choca ligeramente con un guion que, en su intento de no desvelarse a sí mismo, se fatiga en ciertos momentos, especialmente en el último tramo de la película. Sin embargo, la voluntad de exploración y la capacidad de confirmar un estilo prevalecen sobre el lugar común y la previsibilidad que, lejos de provocar un resultado fallido, hacen aterrizar la película en su conclusión y permiten que se cobre su triunfo. Finalmente, la esperada caracterización de Nicolas Cage es solo la punta del iceberg de una película muy coherente que rebusca en las referencias y los códigos de un cine tan fructífero como es del terror, y logra situarse como una de las cintas más interesantes del año dentro del género.
NOTA: ★★★½
“LONGLEGS”, ESTRENO EL VIERNES EN CINES.
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