CRÍTICA: “Los Últimos Románticos” (“Azken erromantikoak”)
Amor en tiempos de inclemencias.
En los últimos años, una nueva ola de directores españoles que centran sus obras en historias que reflejan los problemas cotidianos y las dificultades de la vida moderna ha estado emergiendo. Directores y directoras que, por norma general, trabajan con presupuestos cuanto menos modestos, pero que han creado narrativas intimistas que buscan concienciar sobre problemas sociales tales como la precariedad económica, la soledad personal, o la erosión de los lazos entre las comunidades. Una generación de directores que muestran menos interés en grandilocuentes gestos cinematográficos, apostando por un enfoque más sutil, en ocasiones pasado por alto, y que tratan de exponer los momentos que definen la condición humana. Enfocándose en personajes marginales o de clase obrera, subrayan la resiliencia de gente que trata de sobrevivir en un mundo que en ocasiones se muestra indiferente hacia su existencia.
Directores como David P. Sañudo (Ane), quien utiliza su segundo largometraje como plataforma para explorar la intersección que cruza las crisis personales con la realidad social en la que se vive. Y es que, Los últimos románticos es una película contemplativa que combina la crudeza del día a día con flashes de un ácido y punzante humor, todo mientras ofrece un comentario social tan sutil como certero.
Para ser su segundo largometraje, Los últimos románticos marca el tono de la emergente voz de Sañudo como un director capaz de sintonizar con los matices de la realidad de la clase trabajadora y el profundo conflicto emocional de sus personajes. Un director que nos introduce en el mundo casero y solitario de Irune (Miren Gaztañaga), una mujer cuya monótona existencia es agitada por un diagnóstico médico y por su situación laboral, arrastrándola hacia un viaje por la supervivencia y el autodescubrimiento.
Con un guion centrado mayormente en el mundo interior de Irune, Sañudo evita regodearse en el existencialismo y el temor que este despierta en las personas. En vez de eso, usa la comedia como herramienta para impulsar hacia delante la narrativa. Los diálogos que contiene Los últimos románticos, particularmente aquellos que relacionan a Irune con su entorno más cercano, brillan con un ingenio que pocos guionistas saben crear. Un humor que, sin embargo, nunca se lleva a la exageración o caricaturización, permitiendo actuar como contrapunto de los profundos temas sobre la enfermedad, la soledad, y la explotación laboral de los que habla la cinta.
Y es esta versatilidad a la hora de plasmar las diferentes temáticas lo que hace que Los últimos románticos sea capaz de servir como denuncia de las precarias condiciones laborales de la España industrial, a la vez que crea un viaje hacia la faceta más íntima y personal de Irune. A través de su involucración en el conflicto laboral que se da en la fábrica donde trabaja, Sañudo dibuja la imagen de un sistema frío y aséptico, uno en el que las crisis personales a veces eclipsan las profesionales. Un sentido de abandono sistemático que conforma un tema recurrente en la obra de los nuevos directores nacionales – siendo el ejemplo más reciente la Matria de Álvaro Gago Díaz –, y que exploran el impacto de la incertidumbre económica en la identidad personal.
Sin embargo, y como único punto débil, cabe destacar que los elementos románticos que se plasman en la cinta son menos significativos de lo esperado. En vez de ofrecer una apasionada e intensa historia de amor, Los últimos románticos opta por un enfoque para con el romance mucho más restrictivo y tentativo. La vida de Irune está llena de breves y fugaces conexiones, desde los extraños pero conmovedores intercambios con su vecina, hasta sus consultas diarias con un operador de Renfe. Esto hace que Los últimos románticos parezca sugerir que para la gente como Irune, el romance no es una experiencia transformadora y gratificante, sino más bien una parte más liviana, casi imperceptible, de la vida.
Una Irune a la que da vida Miren Gaztañaga (El guardián invisible) de manera brillante. La actriz vasca captura la esencia de una mujer tan frágil como resiliente a la que, a pesar de estar atormentada por sus miedos, le mueve un profundo sentimiento de seguir adelante. Su actuación está marcada por una sutileza que permite a los espectadores empatizar fácilmente con sus problemas, asegurándose así de que Irune no solo sea una colección de inseguridades, sino un personaje complejo cuyo viaje emocional sea capaz de resonar.
También es digno de admiración el trabajo de Víctor Benavides a cargo de la fotografía de Los últimos románticos, siendo esta capa de realzar el tono melancólico e introspectivo de la cinta. El uso de una paleta de colores suave, casi desteñida, refleja a partes iguales el telón de fondo industrial de la película y la desolación interna de Irune.
En conclusión, Los últimos románticos demuestra un dominio impresionante del uso del tono y el tema. Como otros muchos directores noveles, Sañudo apuesta por una historia íntima y personal apoyada en un fondo que le permite tratar problemas sociales. Su decisión a la hora de explorar temas como la inseguridad laboral o la soledad personal se alinea a la perfección con esa corriente contemporánea del cine español que busca mostrar el impacto de la adversidad económica en los individuos, donde el paisaje industrial se emplea no solo como un escenario más, sino como un personaje en sí mismo. Una nueva voz a la que habrá que seguirle la pista de cerca.
NOTA: ★★★★☆
“LOS ÚLTIMOS ROMÁNTICOS”, ESTRENO EL 15 DE NOVIEMBRE EN CINES.
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