CRÍTICA: “Madame Web”
El esperpento de Valle-Inclán hecho cine.
Cuando en 2003 el visionario director novel Tommy Wiseau dirigió, protagonizó y produjo la película The Room, no era consciente de que iba a crear una de las obras cumbres dentro del género cinematográfico conocido como “las comedias involuntarias”. Películas que generan en el espectador una sensación de vergüenza ajena y estupefacción tan ridículamente involuntarias, que acaban por convertirse en fenómenos sociales humorísticos sin querer pretenderlo. Películas donde el amplio presupuesto dedicado a ellas (80 millones de dólares en caso de la cinta que nos ocupa en esta crítica) se siente desperdiciado, dando la sensación de estar viendo una de las denominadas como ‘fan films’ más que una producción hollywoodiense. Películas como la recién estrenada Madame Web.
Al mando de esta esperpéntica película encontramos a la directora S.J. Clarkson (Jessica Jones), quien evapora el poco jugo que podría habérsele sacado al insuficientemente elaborado y sintético guion escrito por la dupla Matt Sazama y Burk Sharpless (guionistas de películas como Morbius o Dioses de Egipto), y que nos presenta a Cassandra Webb (Dakota Johnson), una paramédica neoyorkina, quien descubre que posee poderes clarividentes. Esta, por cosas del destino, acabará haciéndose cargo de tres adolescentes que verán cómo sus vidas corren peligro después de que un hombre con poderes arácnidos descubra que son la razón de su muerte.
Con esta premisa, Madame Web pretende convertirse en una historia de orígenes del personaje ficticio creado por Marvel Comics de la mano del escritor Denny O’Neil y el artista John Romita Jr. que lleva el mismo nombre. Unas pretensiones que, lejos de no llegar a buen puerto, ni siquiera llega a salir del mismo. Con un departamento técnico desastroso que nos deja una mezcla de sonido inaudible y una fotografía donde el proceso de etalonaje de posproducción arruina por completo la vistosidad de las calles de Nueva York, la cinta no termina de dibujar una imagen clara del personaje interpretado por Dakota Johnson -quien pone todo de su parte para brindarnos con éxito una actuación creíble y a la altura de una actriz como ella — y de los poderes que tiene.
Unos poderes de clarividencia que en momentos, sólo en momentos, son tratados con el desconcierto visual acertado capaz de generar esa misma sensación de angustia y desconcierto que sufre Cassandra Web al intentar descubrir qué le está pasando, siendo la escena del tren la única capaz de transmitir esta sensación de manera exitosa. Un desconcierto visual que, sin embargo, no solo es empleado para crear en el espectador la desorientación de los episodios de déjà vu que experimenta la protagonista, sino que, de manera inconsciente, sacan por completo al espectador de la trama que está presenciando a base de un juego de cámaras, encuadres y puesta en escena del todo arbitrario y carente de trasfondo narrativo.
Un trabajo a nivel de dirección cuanto menos cuestionable, que termina por hundir un guion que se siente constreñido en una tela de araña, y donde la mala gestión de los tiempos narrativos y la inexistencia de momentos aletargados que permitan profundizar en el trasfondo materno filial y de abandono que sobrevuela la cinta, convierten a esta historia de orígenes en una con la que se es incapaz de empatizar. Una historia de orígenes con un villano tan mal escrito como interpretado, cuya intrahistoria y motivaciones nos son por completo desconocidas, moviéndose (el antagonista) única y exclusivamente por unas visiones oníricas que no se nos llegan a explicar de dónde provienen. Conveniencias de guion continuas que hacen avanzar la trama a base de un montaje errático y sin ningún tipo de criterio cronológico, que son salpimentados por visiones y flashbacks cargados de unos efectos especiales y visuales de lo más desacertados. Desacertados porque lejos de mostrar una imagen clara de lo que suponen estos momentos para el personaje, y que te llevarían a empatizar con él y entender el viaje que recorre, generan una estridencia visual difícil de descifrar.
A esto hay que sumarle el exceso de personajes secundarios que posee la película y cuya narrativa es imposible de trazar de manera correcta por el poco tiempo que el guion de Madame Web le dedica. Una amalgama de personajes llevados por los escenarios más estereotípicos del género de superhéroes -se me viene a la cabeza escenas como las del bosque donde la soledad y el peligro les fuerza a crear un vínculo afectivo al más puro estilo del escape de Kyln en Guardianes de la Galaxia-, y que derivan en un final precipitado y frío.
Unas secuencias de acción finales en las que, al igual que le ocurría a la reciente Argylle de Matthew Vaughn, todo el “cutrismo” visual que impera a lo largo del metraje es concentrado y elevado a la enésima potencia, generando así una sensación irrisoria similar a la que en 2003 se vivió en los cines norteamericanos que proyectaron la cinta The Room.
En definitiva, Madame Web supone un desierto árido de desperdicio a nivel, narrativo, técnico e interpretativo, en el que se pueden llegar a vislumbrar pequeños detalles de genuina calidad en forma de oasis, pero que resultan tan fútiles que son incapaces de hacer que la última adaptación cinematográfica marvelita pueda ni tan siquiera llega a merecer la pena. Una constatación más de que en el género de superhéroes la tendencia actual es la de agradar el fanatismo, en vez de la búsqueda de calidad.
NOTA: ★☆☆☆☆
“MADAME WEB”, YA EN CINES.
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