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CRÍTICA: “Por Donde Pasa el Silencio”

El cine andaluz también tiene voz.

© BTeamPictures

El cine andaluz ha sido un género geográfico en el séptimo arte de la península que no ha terminado de arrancar. Siempre ha existido representantes que han tenido su éxito ligado a un carácter menos arraigado en su tierra y que les ha correspondido mayor éxito fuera, sin crear en sí una escuela andaluza de peso. Algunos nombres como Manuel Summers (De rosa al amarillo) o Benito Zambrano (El salto) lideran este paradero: autores individuales que, dentro de sus pocas conexiones con un ámbito cultural y cinematográfico andaluz pobre, presentaron obras que tuvieron profundidad en la historia filmada española, pero no como sellos identitarios de la comunidad que los vio nacer.

Es por ello que, a la hora de alabar que nuevas voces intenten crear ese sentimiento de pertenencia y redes de conexión con el territorio andaluz, tenemos que destacar lo nuevo de Sandra Romero: Por donde pasa el silencio. Este título, que procede de un primer cortometraje de la ECAM – que tuvo representación en festivales como el de Málaga –, se ha transformado ahora en un largometraje de 98 minutos, realizado gracias a las ayudas institucionales de la Junta de Andalucía o el ICAA, con la participación activa también de BTEAM como distribuidora. Un título también aplaudido en San Sebastián y que está marcando el renacimiento de un cine andaluz distinto pero arraigado. Una esperanza para un pueblo en el que también crece otro nombre como el de Luis Soto Muñoz (Sueños y pan) como creador.

Por donde pasa el silencio sigue la historia de Antonio quien, a sus 32 años y afincado en la capital española, tiene que regresar por unos días a su pueblo natal, Écija. En plena Semana Santa, uno de sus momentos favoritos del año, Antonio tiene que lidiar con el reencuentro familiar y la relación tan complicada que sostiene con Javier, su mellizo, con una discapacidad física. En la línea que separa el mundo que ha construido fuera de Andalucía y el mundo que parece tener que rescatar en su pueblo de Sevilla, la decisión de Antonio radicará en quedarse o marcharse – como es el caso de muchos jóvenes –.

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De esta forma, Sandra Romero conecta con su pueblo, con un antiguo amigo, como es el protagonista de esta historia, que tiene mucho de real, y con un cine que aprendió fuera de los límites de Andalucía y al que ahora quiere regresar. En un ejercicio técnico de grandes alturas y con una dirección de fotografía y estética que recuerdan al cine ya creado por autoras como Carla Simón (Alcarrás), Daniela Cajías (Los destellos) o Elena López Riera (Las novias del sur), esta película encuadra la estela de un Cuatro Tercios que ocupa la pantalla a través de una delicadeza y sutileza que son lo que más potencia su valor creativo. Parece que la nueva mirada de estas directoras está tomando el mismo camino visual, aunque con claras diferencias temáticas entre unas y otras.

En el caso de Sandra, encontramos aquí una confrontación con las costumbres y las tradiciones culturales y familiares, y un nuevo paradigma que no rompe con ellas, sino que intenta adecuarlas a las nuevas realidades. La masculinidad tóxica se desfragmenta y también cambia la percepción del colectivo LGBTIQ+ en un lugar donde siempre se le había visto apartado. Es importante también ver la delicadeza, la necesidad de ella en los contextos de la España rural más profunda y el silencio que impera, sobre todo, por no saber o no querer saber. Quizá el silencio – como el propio título indica – sea lo más destacable de toda la obra. La mudez que se enquista por el deber de, o por pertenecer a, hace que uno de los aspectos más interesantes de la película de Romero sea que, sobre todas esas temáticas que se exploran y explotan hoy en día en el cine actual, hay ciertos lugares recónditos en lo más profundo de nuestro país en los que el silencio suena mejor para según qué oídos.

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Aunque sí es una pena que, en este caso, la película parezca dar circunloquios en una idea clara, pero cuya ejecución es poco concreta para llegar a un final. El concepto está claro, pero el desarrollo no termina de cuajar como debería. Quizás existen películas que deben dar vueltas sobre un mismo asunto para hacerse entender, pero hay que saber salir de esos laberintos, y Sandra se enreda un poco en aspectos de la trama que hacen grandes nudos de continuidad. Además, otra cosa que le juega malas pasadas al título es la inexperiencia de sus actores. Con un protagonista más desenvuelto, pero con unos personajes secundarios que se ve que no son intérpretes profesionales, la dirección de actores peca de poca credibilidad en ciertos momentos y uno de los mayores errores se concibe al no marcar los límites entre lo que se actúa y lo que no. Aspecto que puede sacar al espectador de la línea narrativa, y con razón.

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Pero aun así, pesan más las cosas buenas que malas en un cómputo global. Lo que ofrece Romero es una nueva oportunidad para una tierra que necesita de creadores que cuenten estas historias. Narrativas que rompan con lo instaurado, que aporten nuevas visiones y que nos hagan creer en otra Andalucía, una más sana y acogedora para los que vienen. Quizás rodeada de silencio, Sandra Romero ha decidido dar voz a lo mudo, y eso es lo más valiente y particular de su ópera prima. Por donde pasa el silencio de muchos, ella se detiene a escuchar.

NOTA: ★★★☆☆

“POR DONDE PASA EL SILENCIO”, YA EN CINES.


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Álvaro Campoy
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Álvaro Campoy

Crítico de cine desde 2019, con presencia en festivales como Málaga y San Sebastián. Apasionado de la psicología y la literatura, estudió dirección y producción cinematográfica en su ciudad natal, Málaga. Actualmente trabaja en la distribución independiente.