CRÍTICA: “Vidas Perfectas” (“Mothers’ Instinct”)
Un duelo psicológico entre Jessica Chastain y Anne Hathaway digno de una película de sobremesa.
Jessica Chastain y Anne Hathaway han compartido créditos en dos películas anteriormente, Interstellar y Armageddon Time, pero curiosamente nunca han compartido escena. Ahora, en Vidas perfectas, las conocidas actrices, ambas ganadoras de un premio Oscar, por fin se encuentran cara a cara.
Vidas perfectas nos transporta a la época dorada de los sesenta, presentándonos la vida perfecta de Alice (Jessica Chastain), su marido Simon (Anders Danielsen Lie) y su hijo Theo (Eamon O’Connell) junto a sus íntimos amigos y vecinos Céline (Anne Hathaway), Damian (Josh Charles) y su hijo Max (Baylen D. Bielitz). Sin embargo, la vida idílica de ambas familias salta por los aires cuando Max sufre un trágico accidente que Alice no logra evitar.
No nos engañemos. La trama de la película, e incluso su título – tanto el de la versión original, Mothers’ Instinct (en español, Instinto Maternal), como el de su traslación al español, Vidas perfectas – parecen sacados de una película de sobremesa de Antena 3. Uno casi puede imaginarse esa voz característica que introduce las pelis de tarde al leer el título del filme. A todo ello hay que sumar que la película es una adaptación de una novela belga, Derrière la Haine, de la autora Barbara Abel. Ya sabemos cuánto abundan los filmes belgas los sábados y domingos a la hora de la siesta. Y, también sabemos de sobra lo que todo esto implica: las vidas perfectas de Alice y Céline no durarán mucho tiempo.
Y es que todo cambia cuando Max sufre un terrible accidente, que desata una batalla psicológica entre Alice, interpretada por la talentosa Jessica Chastain (Criadas y señoras, Los ojos de Tammy Faye), y Céline, interpretada por la también talentosa Anne Hathaway (Los miserables, La idea de tenerte) – esta última con un personaje bastante desdibujado. Un accidente que saca a relucir los instintos maternales de ambos personajes. Momento a partir del cual la película deja de ser un melodrama para transformarse en un thriller psicológico que intenta acercarse en vano al thriller hitchcockiano – con muchos momentos en los que el personaje de Chastain espía entre cortinas. Todo un retrato de la obsesión, la maternidad, el trauma y la culpa que mantiene al espectador en una constante incertidumbre en torno a la realidad de lo que ocurre entre ambas familias de este barrio suburbano de los sesenta.
Unos años sesenta que cobran vida gracias a la deslumbrante fotografía onírica a cargo del director de fotografía Benoît Delhomme – y también director de la película tras el abandono de Olivier Masset-Depasse (quien dirigió la adaptación belga de 2018)–, el diseño de producción de la mano de Russell Barnes (Sin malos rollos), el diseño de vestuario, obra de Mitchell Travers (George & Tammy), y el diseño de peluquería al frente de Derrick Kollock y Lauzanne Nel, que transportan al espectador a una era pasada de forma auténtica.
Como conclusión, Vidas perfectas es una arquetípica película que se queda corta en su intento de emular el estilo de Hitchcock, pero también es una entretenida película que logra atrapar al espectador hasta el final para averiguar si Alice está delirando o si su instinto maternal está en lo cierto. Una película que merece incorporarse en unos años a la parrilla de películas de sobremesa de Antena 3.
NOTA: ★★★☆☆
“VIDAS PERFECTAS”, YA EN CINES.
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