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CRÍTICA: “Wicked”

La muerte del Technicolor.

© Universal Pictures

En la historia del cine, pocas películas han logrado el impacto cultural y legado artístico que consiguió El mago de Oz. Una obra de arte en Technicolor, dirigida por Víctor Fleming, que se convirtió en un icono de la narración fantástica, pionera en cuanto al uso de los efectos visuales, así como el punto de referencia para el futuro de los musicales. Su llamativo uso de los colores, las encantadoras actuaciones, y canciones como Over the Rainbow que han superado el paso del tiempo, conforman un antes y un después en la forma de concebir el séptimo arte.

De hecho, durante décadas, Oz ha inspirado a numerosas adaptaciones, reimaginando e interpretando este mágico mundo, aportando, cada una de estas nuevas “visiones”, una perspectiva única con respecto al material original. Y entre todas ellas, el musical de Broadway Wicked, el cual ofrece un nuevo enfoque de la historia que redefine a la Bruja del Oeste como la villana de una historia mal contada, es sin duda la que más destaca. Un nuevo enfoque que Jon M. Chu (Crazy Rich Asians) lleva a la gran pantalla, dividiendo su narrativa en dos partes con el fin de adaptar la dispersa historia del musical.

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En lo más profundo de Wicked encontramos un relato sobre la inclusión, la aceptación, y las convenciones sociales que moldean a los individuos, posicionándolos como héroes o villanos. Elphaba, interpretada por una emocionalmente intensa Cynthia Erivo (Malos tiempos en el Royale), simboliza al paria, al marginado. Aquel que es dejado de lado por un rasgo que lo hace diferente al resto, y que en el caso de Elphaba se manifiesta en el verde de su color de piel. La que se convertiría en La bruja del Oeste recorre un viaje de autoaceptación en el que resuenan temas tan actuales como la lucha contra los prejuicios y la defensa de los valores personales. Por el contrario, Glinda, la encarnación del privilegio, representa la fascinación y el atractivo vacío. Ese que goza de la popularidad y la aprobación social. Una Glinda a la que Ariana Grande (Don’t Look Up) insufla un exterior vibrante y condescendiente que se va desvaneciendo hasta revelar la vulnerabilidad del personaje, capturando así la complejidad inherente de alguien que está aprendiendo a usar su posición privilegiada de manera (pseudo)responsable.

Una polaridad entre las figuras de Elphaba y Glinda que se ve enfatizada gracias al trabajo de Chu a nivel directoral. El primer acto de la película, al igual que ocurría en el musical, se centra en mostrar la relación en continua evolución de las dos jóvenes. A través de sus propios conflictos, la narrativa de Wicked examina el impacto que tiene en la vida individual y privada de las personas las expectativas sociales, cuestionando quién determina lo que es bueno y lo que es malo en un mundo tan polarizado como el de Oz. Sin embargo, y a pesar del corazón emocional de la historia, la exploración de la diversidad se siente, de alguna manera, superficial, dependiendo demasiado del carisma de sus protagonistas, sin llegar a cuestionarse de manera más profunda los problemas sistémicos a los que se enfrenta Oz.

© Universal Pictures

El arco de Elphaba en esta primera parte de Wicked gira en torno a su inquebrantable compromiso para con sus principios. Su postura desafiante frente al Mago de Oz -interpretado con un implacable carisma por Jeff Goldblum (Jurassic Park)- marca un momento clave en su desarrollo, subrayando su transformación como símbolo de rebelión frente a una autoridad opresiva. Wicked consigue capturar esta clarividencia moral a través de grandilocuentes números musicales como Defling Gravity, el cuál emerge como colofón emocional y narrativo de la primera parte de la historia. La interpretación de Cynthia es sobrecogedora, siendo capaz de combinar pura vulnerabilidad con una inamovible convicción que la coloca como eje central sobre el que gira la moralidad de la cinta.

Por el contrario, el viaje de Glinda es uno centrado en el compromiso, ya que su ambición es la que la lleva a tomar según que decisiones que pueden entorpecer su amistad con Elphaba. Una tensión -entre el interés personal y la solidaridad- que le brinda a Wicked la mayor parte de su carga dramática. A pesar de ello, la celeridad en algunas de las escenas clave minan el gran peso que tienen las decisiones de Glinda, dando la sensación de que su arco es menos impactante de lo que debiera.

Lo que sí que no podemos negar es que la química que demuestran en la gran pantalla Cyntia y Ariana es lo que enfatiza el viaje de las protagonistas. Ambas actuaciones son capaces de mantener por sí solas gran parte del metraje de la cinta, aportando a la arquetípica dinámica enemies-to-friends un calor y pasión que se sienten genuinos. El terrenal retrato que dibuja Cynthia de Elphaba se equilibra a la perfección con la efervescencia que le aporta Ariana a su Glinda, creando así una relación que mantiene la conexión de toda la historia. Su dueto en For Good, es un claro ejemplo de este hecho, encapsulando en un número musical la naturaleza agridulce de sus destinos entrelazados.

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Pero hay algo que ensucia el viaje que recorren las dos protagonistas a lo largo de los 160 minutos de metraje. Algo que provoca que Wicked se vea como un producto deslucido y carente de fantasía. Su presentación visual. Siendo uno de los defectos más escandalosos de Wicked, y pese a lo innegablemente sorprendentes que se sienten el vestuario y el decorado de la película -recreando con sumo detalle el fantástico mundo de Oz-, la fotografía marchita y apagada de la cinta echa por tierra la viveza de la paleta de color seleccionada para la ocasión. A diferencia del vibrante y mágico Technicolor empleado en nuestro primer viaje a este mundo de la mano de El Mago de Oz, Alice Brooks (Tick, tick,… Boom!) opta, para su fotografía, por un enfoque desaturado de los tonos que apagan el esplendor de la diversidad cromática de Oz. Sin ir más lejos, la Ciudad Esmeralda, carece de ese deslumbrante brillo que una vez pudimos ver.

Una decisión cuanto menos misteriosa dado el esfuerzo (y dinero) invertido en los efectos prácticos por los que apuesta Wicked. Shiz University, la Ciudad Esmeralda, y demás localizaciones icónicas están construidas de manera meticulosa, demostrando un nivel de artesanía que merecía un mejor tratamiento cinematográfico. Y es que, mientras que el diseño de producción rinde homenaje al legado de Oz, la descolorida fotografía empaña los logros conseguidos por esta.

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Musicalmente hablando, Wicked nos deja momentos que nos llevan de vuelta a la época dorada de Broadway. Números musicales como Popular o What Is This Feeling? conservan la capacidad de contagiar energía que tiene el musical, siendo la faceta cómica y el poderío vocal de Ariana Grande lo que sobresale con respecto al resto. Una energía contagiosa que también impregna a las actuaciones grupales, aportando a la película una teatralidad vibrante que se siente fiel a sus orígenes.

Dicho esto, cuando la música se para, el mundo de Oz se siente profundamente vacío. La escasez de personajes secundarios con peso, y la falta de el típico ambiente vivido en torno a los protagonistas hacen que Oz se sienta más como una serie de elaborados escenarios que un dinámico y bullicioso mundo. Una falta de inmersión que desapega al espectador del peso emocional de la cinta, dejando a los asistentes deseosos por una descripción más detallada del mundo de Oz.

A esto hay que sumarle que la dirección de Chu vacila a la hora de decantarse entre un enfoque más alegre y fantasioso, o uno más dramático centrado en la alegoría política. En ocasiones, los elementos visuales y narrativos de Wicked recuerdan a algo sacado del imaginario de Roald Dahl, mientras que en otras se apoya en la apariencia cauterizada de los cuentos de hadas de Disney. Esta falta de cohesión impide que Wicked posea una identidad clara, dejándonos con la duda sobre qué tipo de Oz se nos está dibujando.

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Por todo ello, se podría decir que Wicked es una ambiciosa pero irregular adaptación del famoso musical de Broadway. Pese a lo excelso de sus interpretaciones, los números musicales, y efectos prácticos, la cinta flaquea (y mucho) en su presentación visual, la construcción de Oz, y la claridad tonal. Como la primera parte de una narrativa contada en dos películas, Wicked se sustenta en unos cimientos fuertes, pero que dejan mucho que desear. Solo queda descubrir si la secuela puede rellenar la fracturada promesa del preludio.

NOTA: ★★★☆☆

“WICKED”, YA EN CINES.


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Mario Hernández

Mario Hernández

Cinéfilo granadino de la generación del 98 (1998 más concretamente), amante del cine independiente y las grandes sagas. Entusiasta de una buena sesión de peli y manta, soy graduado en Economía por la Universidad de Granada (UGR) con nivel C1 de inglés. Actualmente, estoy realizando el curso de Crítica de Cine en la Escuela de Escritores de Madrid.