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Crítica de ‘8’: El peligro de lo obvio.

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© Morena Films

Conocer la historia de un lugar no solo evita que ciertas heridas vuelvan a abrirse, sino que también ayuda a no volver a cometer los mismos errores. En un contexto actual, lleno de polarización, donde las ideas están radicalizando y el consenso parece desvanecerse, el cine puede emerger como un faro que ilumina ese espacio. A través de sus imágenes y narrativas, no solo deja en evidencia esas cuestiones, sino que también invita al espectador a reflexionar, a cuestionar y, quizás, a reconducir un relato.

Con esta intención, Julio Medem presenta su nueva película 8, estrenada en la última edición del Festival de Cine de Málaga. En ella, teje la historia de Adela (Ana Rujas) y Octavio (Javier Rey), dos personajes nacidos el mismo día, el 14 de abril de 1931, pero en orillas opuestas de un país dividido. Él, hijo de una familia franquista; ella, de raíces republicanas. El director donostiarra al igual que hizo en 1998 con Otto y Ana en Los amantes del círculo polar, entrelaza, une y separa la vida de estos personajes. Mediante ellos, la memoria cobra vida, se entrelaza, se retuerce y se reconstruye, revelando cómo el pasado, lejos de ser un testigo fiel, se fragmenta, se distorsiona y, a veces, se convierte en una cicatriz viva que sigue tensionando el alma colectiva.

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© Morena Films

Tanto Adela como Octavio personifican la historia de España. Sus vidas, marcadas por la herencia de un pasado que aún resuena en el presente, se desarrollan en un relato estructurado con precisión matemática. La película está dividida en ocho partes, cada una de ellas filmada en un falso plano secuencia, una decisión estilística que acentúa la sensación de fluidez y destino inevitable en la historia de los protagonistas. Medem, además, introduce el uso de espejismos y reflejos, reforzando visualmente la idea de que la memoria no es lineal ni objetiva, sino un territorio ambiguo donde la realidad y la percepción se confunden. De ahí la elección del nombre de la película, que no solo hace referencia a la estructura narrativa de los personajes, sino que también actúa como simbolismo: un infinito, evocando la naturaleza cíclica de la historia y la memoria.

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© Morena Films

A lo largo de su filmografía, Julio Medem ha construido universos narrativos cargados de simbolismo y estructuras que desafían la linealidad del tiempo, como en Vacas (1992) o Lucía y el sexo (2001), donde los personajes parecen atrapados en un destino prescrito, lleno de espejos y casualidades. Sin embargo, en 8, esta ambición formal se diluye en una narrativa que, aunque visualmente sugerente, acaba cayendo en una idea algo pobre y demasiado evidente. Medem, en su afán por subrayar el peso de la memoria y las heridas del pasado, se vuelve innecesariamente paternalista, ofreciendo al espectador una lectura demasiado cerrada, donde todo parece explicado y subrayado, sin la sutileza que ha caracterizado sus mejores obras. En su intento por ilustrar la polarización política en España, recurre además a comparaciones algo burdas, como la analogía entre la Guerra Civil y un clásico Barça-Madrid, una simplificación que reduce la tragedia histórica a una rivalidad futbolística trivial, restándole matices y profundidad al conflicto. Lo que en otras películas suyas era un enigma que el público debía descifrar, aquí se transforma en un discurso casi didáctico, donde la metáfora cede espacio a la sobreexplicación y deja poco margen para la reflexión personal, entregando un relato demasiado masticado que priva al espectador de explorar sus propios significados.

De esta forma, si bien es cierto que este film pretende dibujar un espacio para reflexionar sobre la fractura social actual, termina atrapado en su propia necesidad de remarcarlo todo, impidiendo que el espectador extraiga sus propias conclusiones. Aun así, películas como 8 confirman que el cine sigue siendo un poderoso vehículo de memoria y debate, una herramienta capaz de iluminar zonas de sombra en la historia y de poner sobre la mesa cuestiones incómodas, aunque su ejecución no siempre alcance la sutileza deseada. Como se ha demostrado estos días con manifiesto contra el rearme de la UE, entre los que se encuentran cineastas, actores y artistas, el compromiso del arte con la realidad sigue siendo imprescindible. Carolina Yuste lo expresó con claridad: «No nos resignamos a la guerra, porque no queremos la paz de los cementerios, porque la historia nos demuestra que el único camino realista para conseguir la paz no es militar, sino político. Pónganse manos a la obra y trabajen por la paz, se lo exigimos».

Imagen de la película 8
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En tiempos de extrema polarización, el cine, con todas sus imperfecciones, sigue siendo un espacio de resistencia, un arte que desafía, provoca e invita a reflexionar, recordándonos que, más allá de bandos y discursos cerrados, aún existe la posibilidad del pensamiento crítico y el diálogo.

NOTA: ★★½

«8», YA EN CINES.


TRÁILER:

PÓSTER:

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Andrea González

Andrea González

Estudiante de Crítica Cinematográfica en la ECAM y amante del cine social, con referentes como Alice Rohrwacher, Sandra Romero y Carla Simón. He asistido a festivales como Cannes y la SEMINCI. Fiel defensora de que la crítica es una herramienta para traer nuevas miradas al cine y a la sociedad.

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