Crítica de ‘Ahora Me Ves 3’: Abracadabra, amor-oo-na-na y escapismo que ya no engaña.

Cuando se produjo el mediático robo en el Louvre, el pasado 19 de octubre, en el que se sustrajeron joyas valoradas en 88 millones de euros pertenecientes a la colección de Napoleón y la emperatriz en la Galería de Apolo, a una redactora se le encendió la bombilla: ojalá –fantaseó– todo aquello fuese una estrategia de marketing de Ahora me ves 3. Pero no. Por desgracia, la promoción de la película fue mucho más mundana: lo más «arriesgado» y «original» fueron unos carteles desperdigados por Nueva York –«¡Mirad a mi amigo Jesse hacer un truco de magia!», decían–, que guiaban a unos cuantos curiosos a un truco callejero de cartas –no con joyas–, ejecutado por el mismísimo Jesse Eisenberg, rostro principal de esta saga de atracos envuelta en ilusionismo grandilocuente.
Doce años después de la inventiva primera entrega, a las órdenes de Louis Leterrier, y nueve años después de su notablemente inferior secuela, bajo la batuta de Jon M. Chu –a quien se le da mucho mejor la magia de Wicked–, llega esta tercera parte, cuyo título en versión original es, a todas luces, mucho más inspirado: Now You See Me, Now You Don’t (traducido como Ahora me ves, ahora ya no). Esta vez, Ruben Fleischer, que ya trabajó con Eisenberg y Woody Harrelson en Zombieland, está al mando y, por supuesto, no desperdicia la oportunidad de incluir la Abracadabra de Lady Gaga en la banda sonora para acompañar la función.

Diez años han pasado también dentro del universo de la saga desde que los Jinetes desaparecieron del mapa. En este lapso, un trío de jóvenes ilusionistas de la generación Z ha decidido seguir sus pasos, actuando como auténticos Robin Hood de la prestidigitación (y de los deepfakes), encontrando en la magia y en su amistad un refugio. Cuando uno de los propios Jinetes reaparece para reclutarlos con un críptico mensaje de El Ojo –recapitulemos: la sociedad secreta de magos que se dedica a robar a los ricos para entregárselo a los pobres–, se ponen entonces manos a la obra para ejecutar su golpe más ambicioso: un tour trotamundos que los lleva de Nueva York a Francia, Amberes, Sudáfrica, el desierto de Arabia y Abu Dabi, siempre a la fuga, siempre un paso por delante, con el objetivo de hacerse con una joya de valor incalculable custodiada por una magnate corrupta, interpretada por Rosamund Pike (Saltburn) como la villana que sucede a Michael Caine y Daniel Radcliffe.

A los cuatro –o, mejor dicho, cinco– Jinetes de siempre (Eisenberg, Harrelson, Dave Franco e Isla Fisher, ausente en la segunda parte y recuperada en esta, junto con Lizzy Caplan, su sustituta en la anterior) se les suma un reparto joven, a modo de relevo generacional, una carta tan de franquicia fatigada que han jugado Scream, Rocky, Star Wars y hasta Jurassic Park/World. Ellos son: el fantástico Dominic Sessa, revelación de Los que se quedan, que es el que más destaca de todos, especialmente cuando hace imitaciones y se disfraza; Justice Smith (El brillo de la televisión), el cerebro de la trinidad con un punto de fangirleo hacia los Jinetes; y Ariana Greenblatt, la joven Gamora de Los Vengadores, con su dominio del parkour, la apertura de cerraduras y el hurto.
El añadido de estas caras frescas hace que la película gane en dinamismo y en química, no solo a través de las interacciones entre los mismos jóvenes, sino también entre estos y los veteranos, como se observa en las fricciones entre Sessa y Eisenberg, y en el duelo de habilidades entre Greenblatt y Franco, algo que compensa la escasa evolución del cast habitual, atrapado en el simplista patrón de «nos separamos, nos reunimos, nos queremos».

Los momentos más destacados de la película son los alejados del propio heist: la secuencia inicial y todo lo situado en el Château de Roussillon, sede secreta de El Ojo, que concentra las escenas más estimulantes. En una de ellas, rodada en plano secuencia, protagonizan un concurso improvisado de magia, donde cada personaje realiza un truco basado en sus habilidades específicas, antes de pasarle el turno al siguiente; en otra, exploran salas de ilusiones ópticas (un laberinto de espejos, un pasillo giratorio al estilo Inception o una habitación de perspectiva forzada que hace que los objetos parezcan crecer o encogerse al moverse de un lado a otro).

Pero los trucos. Ay. Los trucos. Al igual que en las anteriores, el espectador ha de suspender la incredulidad y dejarse llevar por lo inverosímil como parte integral del espectáculo. Poco ayuda el abuso del CGI en detrimento de los efectos prácticos, a pesar de contar con un notable equipo de consultores mágicos –entre ellos, Randy Pitchford, propietario del célebre Magic Castle de Los Ángeles–, ni un guion repleto de conveniencias, incoherencias temporales y lagunas que hacen rodar los ojos de los espectadores. Y es que, como bien es sabido, un mago nunca revela sus trucos, y aquí está el problema: ya nos los sabemos todos. El desenlace, de hecho, replica sin disimulo las fórmulas ya vistas en las otras películas.

En definitiva, quienes cayeron rendidos ante los trucos de las entregas anteriores hallarán en Ahora me ves 3 un entretenimiento continuista, incapaz de reinventarse, pero eficaz como pasatiempo; en cambio, sus detractores no hallarán motivos para reconciliarse con una saga cuya estructura permanece inalterada. Esta nueva entrega arrastra los defectos de las anteriores, pero también hereda sus aciertos, con el mayor de ellos siendo el de brindar un escapismo, capaz de hacer que dos horas en una sala de cine se evaporen como si alguien hubiese chasqueado los dedos. Queda por ver si la cuarta parte, ya confirmada y también dirigida por Fleischer, seguirá esta misma línea.
NOTA: ★★★☆☆
«AHORA ME VES 3», YA EN CINES.
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