Crítica de ‘Avatar: Fuego y Ceniza’: El mayor espectáculo visual de la saga.

Después de los 13 años que pasaron desde que James Cameron revolucionara la industria del cine con el estreno de Avatar (2009) hasta el lanzamiento en 2022 de su secuela, Avatar: El sentido del agua, los fans de la saga solo han tenido que esperar tres años para el lanzamiento de su siguiente entrega: Avatar: Fuego y ceniza. Esto no es casualidad, ya que la segunda y tercera parte del Universo Pandora se rodaron de manera simultánea para evitar problemas, entre otros, como el envejecimiento de algunos de los actores más jóvenes.
El director de Terminator o Titanic lleva más de 30 años –desde la escritura del primer guion– en la creación de una epopeya cinematográfica que ha transformado por completo la manera de hacer blockbusters en el s. XXI. Solo el tiempo definirá el lugar que ocupa en la historia del cine, pero, como ya hicieron otros a lo largo de los más de cien años de este joven arte, Cameron construye sus películas con las nuevas herramientas que el avance tecnológico y técnico le permiten, convirtiéndose en un pionero en el desarrollo de determinadas técnicas digitales, como la captura de movimiento de los actores, que implantó en la película origen de la saga y que ha ido perfeccionando en sus dos siguientes entregas.
El propio Cameron ha declarado recientemente que de la cosecha en taquilla de Avatar: Fuego y ceniza pende el hilo de las otras dos películas previstas para continuar la saga, en principio, para 2027 y 2031. Viendo los históricos números de Avatar: El sentido del agua (2.300.000 €), presuponemos que el público no va a dar la espalda a esta nueva entrega.
Avatar: Fuego y ceniza toma como punto de partida inmediato el cierre de la anterior entrega. Establecidos en los Arrecifes del Mar del Este de Pandora, los miembros de la familia Sully están sumidos en la gestión del duelo y dolor que supuso la pérdida de su primogénito, Neteyam, a manos de los humanos. Spider, el adolescente humano adoptado por Jake y Neytiri como un miembro más de la familia, tiene problemas para adaptarse al ecosistema de Pandora, y Jake decide emprender un viaje para ayudarlo. En este viaje, conoceremos al Clan de la Ceniza, una tribu Na’vi violenta bajo el regio mando de Varang, que asaltará al grupo y desencadenará conflictos externos e internos que afectarán de manera directa en una familia de por sí herida.

El primer acto de la película es completamente continuista, tanto visual como narrativamente, con El sentido del agua. Si esta presentaba los lazos y personajes de la familia Sully y la relación con el entorno del Arrecife y el Clan del Agua, aquí podemos vislumbrar las consecuencias de la herida que ha producido la muerte de Neteyam en la última batalla con los humanos. Lo’ak (Brian Dalton) ejerce ahora como hermano mayor en el seno de la familia, mientras que el conflicto dramático se cierne sobre los padres y una relación que adolece de la fortaleza que, hasta ahora, la ha definido. El optimismo, amor y vida que caracterizan a los Na’vi se ha perdido en pos de la duda, la ira y el odio hacia el humano. No obstante, la parte más contemplativa de la película no dura demasiado, pues pronto el guion hará que la acción se haga presente para no abandonarla, prácticamente, en sus nada pesadas 3 horas y 20 minutos de duración. El texto y las decisiones vuelven a ser la parte más débil de la película, utilizando algunos personajes como meras motivaciones para resolver una escena o generar un conflicto, sin llegar a insertarse orgánicamente en la trama.
Virtud, por otro lado, es la complejidad con la que están presentados los Na’vi respecto a las anteriores entregas. Lejos de ser una civilización llena de luz, por primera vez se presentan clanes decididamente destructivos y violentos, que no dudarán en colaborar con los humanos en su conquista de Pandora, lo que otorga un matiz más interesante a este universo. Toda gran película de aventuras –Avatar: Fuego y ceniza, lo es– tiene un gran villano, y la introducción de la líder del Clan de Ceniza, Varang, es uno de los puntos fuertes de la película. Mientras está en pantalla, el interés en ella es magnético, gracias a la escritura del personaje y a la actuación de Oona Chaplin (Juego de Tronos). El único pero aquí es que, en la segunda mitad del metraje, su personaje queda algo desdibujado en cuanto se alía con el del Coronel Quaritch, Avatar de Stephen Lang (Sisu).

Son los personajes femeninos los que más destacan en esta nueva entrega de la saga. La flamante ganadora del Óscar por Emilia Pérez, Zoe Saldaña, encarna de nuevo a una Neytiri que ofrece, por primera vez, dudas como madre y como Na’vi, transitando entre la ira y el odio al humano que le produjo la pérdida de su primer hijo. Este conflicto materno transita toda la película, hundiendo al personaje en un debate interno entre sus sentimientos presentes y los valores que han definido al personaje y la civilización azul.

Esta película supone el mayor espectáculo visual de la saga Avatar y una nueva muestra de que la ambición por contar historias de la manera más grande y épica aún corre por la sangre de James Cameron. Esta entrega es el mejor blockbuster del año 2025 y de los más grandes del S. XXI. Es una experiencia visual arrolladora, donde Tierra, Aire, Agua y Fuego confluyen para entregar las set pieces de acción más impresionantes del año. Avatar: Fuego y Ceniza es el mayor exponente de película-evento de 2025. Una película para ver en la pantalla de cine más grande que uno tenga a mano, y conseguir, de este modo, que James Cameron no deje de sorprendernos con su universo cinematográfico.
NOTA: ★★★★☆
«AVATAR: FUEGO Y CENIZA», ESTRENO ESTE VIERNES EN CINES.
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