Crítica de ‘Ballerina’: Derroche de acción a lo John Wick sin estar a la altura.

Cuando en 2014 se estrenó John Wick, absolutamente nadie se hubiera imaginado que aquella modesta producción –con un presupuesto estimado de entre 20 y 30 millones de dólares– acabaría convirtiéndose en una de las sagas más influyentes y revolucionarias del cine de acción contemporáneo. Y muchísimo menos aún que daría pie a películas derivadas, como esta Ballerina, que llega mañana a los cines.
Si John Wick se articulaba como una historia de venganza de lo más particular –recordemos: el detonante no era el asesinato de un familiar, sino de su perro, regalo póstumo de su esposa–, Ballerina se enraíza en una vendetta, por el contrario, de origen mucho más convencional. Así, en sus primeros compases, se nos presenta a Eve Macarro (Victoria Comte en su niñez; Ana de Armas en su adultez), quien ve cómo su padre es asesinado por un grupo cuyos miembros llevan la misma marca en la muñeca. Una marca que, por supuesto, quedará grabada a fuego en la memoria de Eve, que queda huérfana y, posteriormente, es enviada a la Ruska Roma, la misma organización criminal encargada del adiestramiento de John Wick (Keanu Reeves) y una tenebrosa institución que utiliza su riguroso entrenamiento en ballet para enmascarar su verdadero plan de estudios: convertir a sus aprendices en sicarios o «kikimoras» (figuras protectoras a sueldo).

Antes de nada, conviene situar Ballerina dentro del universo John Wick. Esta se ambienta durante los acontecimientos de John Wick: Capítulo 3 – Parabellum, pero igualmente relevante es conocer el tortuoso trayecto hasta su llegada a las salas. Concebida originalmente como un guion ajeno a la saga, firmado por Shay Hatten (John Wick 4), el libreto fue después reconfigurado para encajarlo dentro del denominado «wickverso», y su rodaje fue, cuanto menos, convulso: los rumores apuntan a un primer corte desastroso que obligó a múltiples reshoots, con el propio Chad Stahelski (director de todas las películas de John Wick) al mando para rehacer gran parte del metraje original de Len Wiseman (Underworld). Un contexto turbulento que, inevitablemente, deja su huella en el acabado final de la película.
Una película protagonizada por Ana de Armas (Puñales por la espalda) –quien ya demostró su destreza en escenas de acción con su breve pero elogiada aparición en Sin tiempo para morir– como Eve, un personaje que, como decíamos, además de tener un motivo vengativo más tradicional, carece del halo mítico que envuelve a John Wick. El resultado es un spin-off más formulaico, salpicado, a su vez, por el temido fan service en forma de un Keanu Reeves cuya presencia se siente impostada y totalmente prescindible para el desarrollo de la historia.
Reeves no es, sin embargo, el único rostro familiar. El reparto recupera a varios personajes emblemáticos como la Directora de la Ruska Roma (Anjelica Huston), el dueño del Hotel Continental de Nueva York, Winston (Ian McShane), y su conserje, Charon, interpretado por Lance Reddick, quien falleció apenas semanas después del rodaje. Junto a ellos, se presentan nuevos personajes secundarios que, por desgracia, resultan decepcionantes. Y es que, si John Wick 4 –la mejor entrega de la saga, al menos desde el punto de vista de quien escribe esta crítica– destacó en su rica y fascinante galería de personajes secundarios (como el ciego Caine, que merecidamente tendrá su propio spin-off), en Ballerina los nuevos integrantes se sienten más bien arquetípicos e intrascendentes. Es el caso del desaprovechado Daniel Pine, interpretado por Norman Reedus (The Walking Dead), o del antagonista principal, El Canciller (Gabriel Byrne).

Pero hablemos de lo que verdaderamente define a la saga John Wick: la acción. Resulta inevitable –por muy odiosas que sean las comparaciones– medir las escenas de acción de Ballerina en relación con las de sus predecesoras. Sin llegar a la altura de la saga madre, lo cierto es que la película ofrece momentos de acción que resultan disfrutables y aseguran un visionado ágil y ameno. Una acción, eso sí, que va de menos a más, empezando por algunas secuencias ya muy vistas (sí, otro club nocturno envuelto en neones y luces fluorescentes) que van ganando brío y personalidad a medida que Eve profundiza en su cruzada personal en busca de aquellos que mataron a su padre, desembocando en un adrenalínico tramo final, ambientado en el pueblo austríaco de Hallstatt. En el trayecto, no faltan las ya clásicas paradas en el Hotel Continental –dos hoteles, para ser más exactos: uno el de Nueva York y el otro en Praga–, y un despliegue armamentístico de lo más variado y creativo: cuchillos, katanas, granadas, lanzallamas, patines sobre hielo, manguera de alta presión y cualquier cosa a la vista, como platos, sartenes u ollas. Lo que, sin duda, se echa en falta es una escena que integre el ballet con la lucha, un aprovechamiento más audaz del concepto que da título a la película y a la tapadera de la Ruska Roma (cuesta no fantasear con la idea de ver a Ana de Armas sobre puntas, coreografiada al compás de un vals sangriento).

En definitiva, Ballerina es una adición entretenida –aunque claramente menor– al lucrativo universo John Wick, que empezó a expandirse en 2023 con la serie El Continental y que ahora sigue creciendo con esta película derivada protagonizada por Ana de Armas y próximamente con el filme centrado en el personaje de Caine y una precuela animada ambientada antes de la primera película. Esta Ballerina deja la puerta abierta a una secuela, que, esperemos, sea mejor.
NOTA: ★★★☆☆
«BALLERINA», ESTRENO MAÑANA EN CINES.
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