Crítica de ‘El Segundo Acto’: El arte perdido del cine subversivo.

¿Cuándo fue la última vez que una película de verdad os sorprendió? ¿Un film que sea capaz de subvertir nuestras expectativas, no para enfadarnos o desafiarnos, sino para realizar un comentario genuinamente interesante sobre el cine y las relaciones humanas? Es el caso de El segundo acto (Le deuxième acte), dirigida por Quentin Dupieux (Yannick), que, tras pasar por los cines franceses y por el Festival de Cannes, verá su estreno en España mañana.
La premisa, sobre el papel, es sencilla: Chica está enamorada de Chico A y quiere ir a comer con él para presentarle a su padre. Chico A no siente ninguna atracción por Chica, pero siente que es un buen partido, así que le pide a su amigo, Chico B, que intente seducirla para que ella le deje en paz. Los cuatro personajes se reúnen en un restaurante llamado «Le deuxième acte» en medio del campo. Pero esto es solo la apariencia, la primera impresión y la primera capa que se va desmontando en este filme cebolla.

Todo el elenco está superlativo. Léa Sydeoux (The Beast), Vincent Lindon (Titane) y Louis Garrel (Mujercitas) llenan la pantalla con una versatilidad y una presencia inolvidables, pero incluso los actores menos conocidos, como Raphaël Quenard (Mandíbulas) o Manuel Guillot (Les Goûts et les Couleurs), sorprenden con interpretaciones muy creíbles y naturales.
Se habla mucho de metanarrativas en estos tiempos de cine mainstream vacío y cínico. No es el caso de esta cinta en la que pasamos de planos secuencia conversacionales de cinco minutos a cortes superprofesionales con gradación de color, música diegética, etc. de forma totalmente natural dentro del contexto de la película y con un montaje sencillo pero hecho con muy buen gusto.

Uno llega al cine a ver El segundo acto pensando que va a ver una comedia romántica francesa tontorrona. De esas que entran fácil y que no te hacen preguntarte demasiadas cosas. En contraposición, uno sale con toda probabilidad con sentimientos encontrados. Ciertamente, y sin ánimo de destripar nada, la premisa es una fachada con la que colarle a la audiencia las verdaderas intenciones artísticas de la cinta. Formidable, monsieur Dupieux. Y cierto es que Dupieux siempre ha estado en el avant-garde francés más estricto. Cuando era joven fue un DJ bajo el seudónimo de Mr. Oizo, y su primer EP, Flat Beat, forma parte de una playlist que este redactor escucha con frecuencia sobre el French Touch, ese movimiento francés de música electrónica del que salieron gigantes como Air o el archiconocido Daft Punk.

El segundo acto es una película con magnetismo, eléctrica, que te coge y no te suelta durante el corto pero intenso metraje. Habla de muchas cosas en poco tiempo. Tengo la impresión de que dentro de su alcance como cine de autor de bajo presupuesto dará que hablar durante algún tiempo en círculos de cinéfilos. Necesito que alguien con más cine francés que yo a las espaldas me cuente lo que simboliza el plano secuencia final con las vías del tren, eso sí.
NOTA: ★★★★☆
«EL SEGUNDO ACTO», ESTRENO MAÑANA EN CINES.
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