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Crítica de ‘Esa Cosa con Alas’ (‘The Thing With Feathers’): Benedict Cumberbatch pone las alas en una película que no alcanza a volar.

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© Avalon

Adaptar un texto –ya sea novela, ensayo o relato– al plano cinematográfico siempre supone un reto para el director que lo aborda. Afirmaba Alfred Hitchcock que la adaptación exitosa de una novela no era aquella que transcribiera con literalidad el lenguaje escrito, sino aquella que transformara la historia original hasta traducirla al medio visual con las herramientas propias de la forma cinematográfica: el movimiento de cámara, la composición de planos, el uso del color, el sonido, etc. Si a esto le sumamos la sobreprotección que reciben títulos que han tenido cierto éxito literario y han sido traducidos a nivel mundial, la adaptación se convierte en un deporte de riesgo por las expectativas que genera.

La novela de Max Porter El duelo es esa cosa con alas (Grief Is the Thing with Feathers) no solo aúna las dos cualidades anteriormente mencionadas. Parte de su éxito reside en la forma vanguardista de abordar el duelo mediante la estilización de los propios párrafos en la novela, la inclusión de frases tachadas, plumas negras o trazos que simbolizan el dibujo a lápiz del narrador principal del libro: el ilustrador que ha perdido a su mujer.

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Tras su estreno mundial en el Festival de Sundance y su paso por la Berlinale, Esa cosa con alas ha sido proyectada dentro de la programación de la 58.ª edición del Festival de Cine Fantástico de Sitges, tras la presentación por parte de su director, Dylan Southern, y su actor protagonista, Benedict Cumberbatch (Doctor Strange, Eric), quien además recogió el Premio Máquina del Tiempo de manos del director del festival catalán, Ángel Sala.

Un escritor de cómic –que no novela gráfica, como indica la propia película en uno de los pocos guiños cómicos que inserta– afronta la fase de duelo tras la pérdida repentina de su mujer. Desde el mismo día del entierro, deberá asumir el nuevo papel de padre viudo a cargo de dos hijos en plena infancia. Incapaz de gestionar el duelo y la enérgica tarea que requieren los niños, una presencia oscura y sobrenatural pasa del papel al plano físico para atormentar al escritor, interpretado por Cumberbatch.

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© Avalon

El sonido de las campanas repicando sobre la pantalla negra da paso al primer vistazo del padre de la familia mediante un plano dorsal, en el que se atisba el luto de su vestimenta y, en segundo plano, a los dos hijos de los que deberá hacerse cargo. Con esta decisión para arrancar el film, Southern establece el tono que no abandonará prácticamente durante todo el metraje, transitando por la pesadumbre y las sombras físicas y emocionales de su personaje protagonista.

Uno de los aspectos más interesantes presentes en el inicio de la película –y que se difumina con el paso de los minutos– es cómo la cámara rueda con sosiego y letanía al escritor cuando se encuentra solo, y cómo se vuelve nerviosa, acompañada del sonido molesto generado por el ruido de los niños, cuando estos comparten plano con su padre. Esto ayuda al espectador a empatizar con el estado de estrés, sumado a la ansiedad propia de la pérdida, que va conformando la depresión del personaje de Cumberbatch.

Debido a la tonalidad de la película, el actor británico de El poder del perro, entre otras grandes obras, entrega una convincente interpretación de un padre sumido en el dolor emocional y el desgaste físico que va haciendo mella en él conforme avanza su indigestión del duelo y el creciente sufrimiento. Esta falta de matices en la escritura del personaje impide que veamos varios registros de Cumberbatch a lo largo de la película, más allá de una exploración psíquica y cinética de la vulnerabilidad.

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© Avalon

Como el propio Southern ha indicado, mantener la esencia de una novela imposible de adaptar desde la literalidad fue todo un reto para él y su equipo. Así, una de las apuestas formales más arriesgadas del film es la de materializar físicamente el duelo en forma de cuervo gigante que, en un principio, ronda al escritor y ocupa más espacio en el último acto del metraje. Funciona mejor el diseño visual del pájaro cuando se funde con las sombras propias de una casa en destrucción emocional –iluminada con un gusto tenebrista que cabe destacar por parte del director de fotografía Ben Fordesman (Love Lies Bleeding)– que cuando se decide mostrarlo explícitamente con todo su ser, interactuando con Cumberbatch y los niños, algo que ocurre demasiado pronto, destensando el interés y la curiosidad del espectador. Menos es más.

Uno de los problemas que se perciben en Esa cosa con alas es la sensación final de estar abordando, con una forma convencional, un texto literario experimental y vanguardista. En otras producciones de género, como Babadook, el recurso del espectro maligno que acecha la pérdida de un familiar resulta más misterioso, inquietante y, por tanto, más interesante que aquí. El guion, que nunca esconde su intención de buscar el impacto emocional a través de la tristeza que evoca el personaje protagonista, se vuelve algo confuso en cierta escena donde se produce un giro que hace preguntarse el sentido del objeto fantástico de la película en una dirección u otra.

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Imagen de la película The Things With Feathers
© Avalon

En definitiva, queda la sensación de que Esa cosa con alas no las utiliza para volar por encima del relato emocional sobre la pérdida, que resulta menos original que la propia propuesta literaria. Sin duda, los seguidores de Benedict Cumberbatch volverán a encontrar una nueva interpretación sólida de su protagonista que, pese a todo, no se quedará entre las más destacadas de una carrera magistral. Una película que llegará al corazón de aquellos espectadores que empaticen con el dolor emocional de personajes y familias rotas.

NOTA: ★★★☆☆

«ESA COSA CON ALAS» SE PROYECTA EN SITGES Y SE ESTRENA EL 31 DE OCTUBRE EN CINES.


TRÁILER:

PÓSTER:

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Jesús Casas

Técnico Superior. Coordinador de Deportes. Curioso cultural y ávido consumidor de cine clásico (Hitchcock - Buñuel - Ford). Madrid.

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