Crítica de ‘Expediente Warren: El Último Rito’: El ocaso de la franquicia sin la fuerza de sus orígenes.

Los sucesos paranormales han suscitado el interés de diversas disciplinas culturales, entre las cuales destacan la literatura, el teatro, la música, el arte, la televisión y, por supuesto, el cine. Es más, los antiguos registros históricos son testigos de una vasta acumulación de creencias misteriosas, incluso oscuras, que han moldeado el folclore, la mitología y las religiones. Por lo tanto, no es de extrañar que este legado haya sido analizado por aquellas ciencias que estudian al ser humano y la cultura, tales como la filosofía, la antropología, la sociología o la psicología, entre otras. Al fin y al cabo, tras cada relato teñido de misterio divino, oscuridad amenazante o simbología sobrenatural, se esconde la genuina necesidad humana de comprenderse a sí mismo y a los demás.
En cuanto al cine de terror, dicha curiosidad innata ofrece un vehículo narrativo para transmitir miedos, deseos o tensiones, tanto individuales como colectivas. La gramática cinematográfica sirve a sus autores para canalizar estos impulsos desde la fantasía conceptual, visual y sonora. No obstante, esta misma necesidad de experimentar el terror ha derivado en una sobreexplotación del género, reduciendo sus códigos a fórmulas previsibles. En otras palabras, este modelo de producción tiende a erosionar el valor cinematográfico del terror.

En este contexto, llega Expediente Warren: El último rito, cuarta y última entrega de su franquicia, a manos de Michael Chaves. La historia se sitúa a mediados de los 80, cuando el matrimonio Warren lleva varios años alejado de la investigación paranormal. Todo cambia cuando la familia Smurl sufre la amenaza de una presencia demoníaca que está estrechamente vinculada con los propios investigadores, poniendo a prueba tanto su fe como la integridad de su propia familia.

Echando la mirada atrás, los fenómenos paranormales investigados por los estadounidenses Ed y Lorraine Warren (él, demonólogo; ella, clarividente y médium) abarcaron varias décadas del pasado siglo. Si bien contaron con alta notoriedad a lo largo y ancho del país americano, especialmente en la década de los 70, también fueron criticados respecto a la veracidad de sus investigaciones. A pesar de ello, ejercieron una significativa influencia en la cultura popular estadounidense, aprovechada en 2013 por el cineasta James Wan para iniciar la rueda de la franquicia Expediente Warren, inspirada en diferentes casos documentados por el matrimonio (además de varios spin-offs, expandiendo, más si cabe, los márgenes de la saga).
En esta ocasión, a partir de un planteamiento similar a las películas anteriores, Chaves se muestra continuista en su estructura principal, la cual trata de cohesionar el terror demoníaco con el drama familiar, el romance e incluso leves toques de comedia. A pesar de que la fórmula presenta dosis de entretenimiento desde varios frentes, esta nueva entrega carece de cierto equilibrio narrativo y de una identidad propia. La película no ofrece una mirada original sobre el caso, sino que se limita a explotar aquellos elementos que elevaron a la franquicia.

Las primeras dos entregas, Expediente Warren: The Conjuring (2013) y Expediente Warren: El caso Enfield (2016), realizadas por James Wan, mostraron un estilo particularmente personal en la creación de personajes y escenarios. Por ejemplo, los entes demoníacos son representados como pálidas y fantasmagóricas amenazas que acechan la casa familiar afectada. Los espacios interiores son recorridos por ágiles y calculadas coreografías de cámara, jugando así con el espacio narrativo. El uso de ópticas angulares amplían los límites del campo visual, posibilitando ingeniosos encuadres que amplifican el sentido del terror. Es decir, fácilmente se identifican ideas estéticas y técnicas de autor que ofrecen divertimento, a la vez que una elaborada puesta en escena, parcialmente alejada de los clichés del género.
En cambio, la tercera entrega Expediente Warren: Obligado por el demonio (2021), así como en este nuevo largometraje, Michael Chaves continúa las labores de dirección bajo el amparo del todavía productor James Wan. El cineasta conserva la atmósfera general, pero introduce algunas reformulaciones sobre la personalización del mal, puesto que el tono fantasmal deriva en representaciones más crudas y viscerales. El predominio del teleobjetivo y los planos cerrados aproximan las motivaciones e impulsos de cada personaje, pero la puesta en escena se fragmenta y estandariza hacia lo meramente funcional, disminuyendo las ideas de composición y gramática visual. De hecho, en Expediente Warren: El último rito el antagonismo se personifica en un espejo, por lo que los limitados y previsibles juegos de encuadre, buscados a través de su reflejo, entraña un oportunidad fallida y un ejemplo de la pérdida de identidad narrativa de la saga.

En lo argumental, la película mantiene el amor familiar en su eje central, lo cual supone el punto débil exprimido por los seres demoníacos, pues desestabilizan el hogar y las relaciones familiares. El desarrollo dramático de ambas familias está estructurado en una suerte de efecto de embudo, reuniéndolas en una misma dirección para enfrentar un mal común, pero sin apenas un aprendizaje narrativo. El arco familiar, tanto de los Smurl como de los Warren, no logra una evolución relevante, resultando en personajes planos y unidos por un amor incondicional, repitiendo ecos discursivos respecto a entregas anteriores. Más concretamente, la relación romántica de Ed y Lorrain sigue mostrándose inocentemente pura y a modo de contrapeso sobre las fuerzas del mal. A ello se suman pequeños momentos de humor que, lejos de equilibrar las tensiones, resultan irrelevantes.

En conclusión, la supuesta última entrega de esta popular franquicia de terror se despide con sensaciones ambivalentes. Por un lado, la narrativa es continuista, tanto a nivel argumental como estructural, y la puesta en escena es menos imaginativa que las primeras entregas. Además, tratándose del capítulo final, el retrato del caso no es tan memorable como parece prometer, evidenciando el inevitable agotamiento de su fórmula. Por otro lado, en contexto de una época de sobreproducción del cine de terror, Michael Chaves logra imprimir, entre sus desequilibrios, cierta luz en la composición de escenas y el ritmo de algunas set pieces, así como un nivel de cohesión aceptable entre las distintas tramas que cierran el ciclo de Expediente Warren.
NOTA: ★★½
«EXPEDIENTE WARREN: EL ÚLTIMO RITO», YA EN CINES.
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