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Crítica de ‘Flores para Antonio’ [73SSIFF]: Memoria, duelo y música.

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Hablar de Antonio Flores es evocar a un artista que se convirtió en puente entre la herencia flamenca y la sensibilidad pop de los años ochenta y noventa en España. Hijo de Lola Flores y Antonio González “El Pescaílla”, y hermano de Lolita y Rosario, creció rodeado de música, escenario y un peso familiar tan legendario como difícil de sostener. Y es que su carrera no fue precisamente sencilla. Tras un temprano debut en 1989 con su primer disco, Antonio, el artista sufrió tropiezos, periodos de silencios, así como una lucha constante por encontrar su propia voz dentro de un apellido cargado de historia. Pero fue a través de esa búsqueda donde fue dejando canciones que hoy son himnos generacionales –tales No dudaría, Al alba, o Siete vidas– en las que se reflejaba un espíritu frágil y poético. Muy cercano a la herida y a la ternura. Su muerte en 1995, apenas dos semanas después del fallecimiento de su madre, convirtió su figura en mito, elevándolo a símbolo de la vulnerabilidad de una estirpe que parecía destinada a ser eterna.

‘Flores para Antonio’ se presenta en el Festival de San Sebastián con la presencia de la familia Flores.
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Y es ese mito el que aborda Flores para Antonio, el nuevo documental de Isaki Lacuesta (Segundo Premio) y Elena Molina (Laatash) presentado en el 73º Festival de San Sebastián. Con Alba Flores (La casa de papel) como narradora y presencia esencial, más que una biografía convencional, la película se plantea como un viaje íntimo, un recorrido de hija a padre a través de la memoria, el dolor y la música. En este sentido, no se aprecia ningún tipo de afán de enumerar cronológicamente discos y conciertos, sino de reconstruir, a través de recuerdos fragmentados, imágenes inéditas y testimonios de quienes lo conocieron, plasmando así la esencia de un hombre complejo, luminoso y contradictorio.

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Por ello, lo primero que sorprende en Flores para Antonio es su tono. Lejos del documental televisivo o de archivo que se limita a homenajear al ídolo caído, Lacuesta y Molina apuestan por un relato emocional, casi confesional, donde la voz de Alba guía al espectador con la misma mezcla de dulzura y crudeza con que recuerda a su padre. Alba tenía ocho años cuando Antonio murió, y esa distancia temporal se convierte en uno de los motores narrativos del filme. Porque, ¿cómo recordar a alguien cuando los recuerdos propios se confunden con imágenes mediáticas, con lo que otros dicen, y con lo que la memoria borra o inventa?

Para dar respuesta a esto, el documental utiliza un valioso material de archivo, reorganizando y mostrando al espectador una vasta colección de grabaciones caseras, fotos familiares, ensayos en pequeños estudios, o entrevistas de la época. Sin embargo, no se limita a exhibirlos, sino que los entrelaza con testimonios actuales de familiares y amigos: sus hermanas, Rosario y Lolita; su mujer y madre de Alba, Ana Villa; y artistas como Joaquín Sabina o Ariel Rot. Cada testimonio abre una grieta distinta en el retrato de Antonio: el músico generoso, el hombre vulnerable, y el padre ausente y presente a la vez.

La mano de Lacuesta se percibe en la forma de construir un relato que oscila entre lo documental y lo poético. Ya en La leyenda del tiempo o Entre dos aguas había explorado la relación entre música, memoria e identidad, y aquí aplica esa misma sensibilidad a una figura cuya biografía parece escrita con acordes. Elena Molina, por su parte, aporta una mirada que refuerza la dimensión femenina y familiar de la historia, subrayando la manera en que Alba reconstruye su identidad a partir de la ausencia. El resultado es una obra que, sin abandonar el homenaje, se convierte en un ejercicio de duelo y reconciliación.

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Entonces, podríamos decir que, uno de los logros más notables de Flores para Antonio es la no idealización de su protagonista. El documental no oculta las sombras: las adicciones, la inestabilidad, o los conflictos personales. Pero tampoco se recrea en ellos. Prefiere sugerir, dejar que los silencios hablen tanto como las palabras, y encontrar en la música la clave de una vida marcada por la contradicción. En este sentido, resulta especialmente conmovedor el contraste entre la imagen pública de Antonio, sonriente en programas de televisión, y los testimonios que revelan su fragilidad cotidiana.

La música, por supuesto, ocupa un lugar central. Las canciones funcionan no solo como banda sonora, sino como memoria viva. Cada acorde convoca al Antonio artista y al Antonio padre, creando una dualidad que atraviesa todo el documental. En varios pasajes, Alba escucha o canta fragmentos de esas piezas, y el espectador asiste a un acto íntimo de reapropiación, puesto que no son ya solo canciones del mito, sino un puente personal entre padre e hija.

Visualmente hablando, el trabajo de montaje se podría definir como preciso y delicado. Se percibe un cuidado por evitar la saturación de imágenes, dejando respirar los planos y otorgar espacio a las emociones. Los fragmentos de archivo se insertan con naturalidad, sin necesidad de subrayados, y las entrevistas actuales se iluminan con sobriedad, evitando el artificio. El resultado es un documental que parece tejido más que editado, con hilos de memoria que se entrelazan para construir un tapiz emocional.

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Imagen de la película documental Flores para Antonio
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Flores para Antonio es, en definitiva, un retrato íntimo que logra trascender la figura del artista para hablar de algo más universal: la memoria, el duelo, y la herencia emocional que todos cargamos. Es también un gesto de justicia hacia un músico que nunca terminó de encontrar su lugar en la vida, pero que con el tiempo se ha convertido en símbolo de una sensibilidad única. Por ello, el documental lo devuelve al presente no como mito lejano, sino como ser humano cercano, imperfecto y luminoso. En tiempos en que abundan los biopics y documentales musicales que buscan explotar la nostalgia, esta obra destaca por su sinceridad y su capacidad de conmover. No es un producto diseñado para el consumo rápido, sino un acto de amor. Un ejercicio de memoria compartida. Y quizás por eso, más allá de su valor artístico, Flores para Antonio se convierte en un acontecimiento cultural: una oportunidad para volver a escuchar a Antonio Flores desde un lugar más íntimo y verdadero, de la mano de su hija y con la sensibilidad de dos cineastas que saben que el cine, como la música, es también un territorio de duelo y celebración.

NOTA: ★★★★★

«FLORES PARA ANTONIO» SE PROYECTA EN EL FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN Y SE ESTRENA EL 28 DE NOVIEMBRE EN CINES.


TRÁILER:

PÓSTER:

Póster de la película documental Flores para Antonio
© SSIFF

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Mario Hernández

Mario Hernández

Cinéfilo granadino de la generación del 98 (1998 más concretamente), amante del cine independiente y las grandes sagas. Entusiasta de una buena sesión de peli y manta y graduado en Economía por la Universidad de Granada (UGR) con nivel C1 de inglés. Ha realizado el curso de Crítica de Cine en la Escuela de Escritores de Madrid.

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