Crítica de ‘Good Boy’: El Daniel Day-Lewis de los perros.

En los últimos meses, Good Boy ha dado mucho de qué hablar en redes sociales. La película, escrita y dirigida por Ben Leonberg, parte de una premisa tan sencilla como estimulante: una historia de terror contada a través de los ojos de un perro. La figura de la mascota es un cliché en sí misma dentro del género (y más todavía en el mundo de las casas encantadas). En la gran mayoría de los casos, el animal es el primero en notar que algo no va bien. Su reacción se trata con escepticismo o, directamente, se ignora. Y también, en la mayoría de los casos, el perro es el primero en morir y sufrir las consecuencias de «ignorar las señales».
En Good Boy, hay una apuesta radical por el punto de vista de la mascota. Indy, el perro, es observador y, en ocasiones, parte activa de la trama en la que se ve envuelto su dueño, Todd. Este padece una enfermedad indeterminada, lo que lo lleva a recluirse en la vieja casa de su abuelo, quien pasó por los mismos síntomas. Durante la película –de escasa hora y quince minutos– Todd se verá sometido a un acoso constante por parte de una presencia invisible que hará empeorar su enfermedad. Su mascota parece ser la única capaz de detenerlo.


No es justo calificar a Good Boy de «cine experimental», porque sus formas son muy sencillas y convencionales, pero no abundan muchas propuestas como esta en el cine de terror contemporáneo. Solo por la novedad, ya merece la pena echarle un ojo, aunque no haga nada realmente revolucionario.
El director hace un trabajo muy correcto en el manejo del punto de vista. La cámara se sitúa a la altura de la mirada de su protagonista o deja aire en la parte superior del encuadre. Vemos y escuchamos únicamente lo que Indy ve y oye. Nos guía por el relato con independencia de las acciones de su dueño, salvo cuando estas son realmente relevantes.

El problema surge cuando lo que Indy ve y escucha es básico y pobre. Básico en el desarrollo de su historia, plagada de los mismos tropos de siempre. Pobre en la construcción de momentos de terror, predecibles y narrativamente simplísimos. El 1:1 de la narrativa cinematográfica aplicada a provocar inquietud o sustos al espectador, luces bajas, sombras predominantes, espacios vacíos pero planos, silencios prolongados antes de la aparición de sonidos fuertes o el estallido de la música. Hay decisiones narrativas, como ocultar los rostros de los humanos adrede, cuya lógica resulta dudosa. Responden más a efectismos y conveniencias que a una necesidad narrativa.

El punto sobre el que se sustenta en todo momento Good Boy es su protagonista. El perro, de aspecto y actitud conmovedores, es el gran anclaje emocional. Si algo malo le sucede, el impacto es todavía mayor que si la víctima fuera su dueño humano. El director es plenamente consciente de esto y, muy inteligentemente, lo juega a su favor.
¿El perro como actor? El Daniel Day-Lewis de los mamíferos a cuatro patas. Gracias al trabajo de cámara y montaje, logra ser tremendamente expresivo y preciso en sus gestos y movimientos, en la misma liga que Messi, el perro de Anatomía de una caída.

En definitiva, Good Boy es una película de terror bastante básica y olvidable, pero con un protagonista que llevará a la gente al cine.
NOTA: ★★½
«GOOD BOY» SE PROYECTA EN SITGES Y SE ESTRENA EL 17 DE OCTUBRE EN CINES.
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