Crítica de ‘Hedda’: Una relectura tan superficial como la aristocracia que retrata.

Las obras del noruego Henrik Ibsen exploran con profundidad psicológica los conflictos internos y morales de individuos atrapados por las normas sociales. A través de su dramaturgia, pone en escena las tensiones entre libertad, verdad, identidad y máscaras sociales, revelando la hipocresía de la sociedad burguesa, encorsetada por rígidas expectativas. Un ejemplo de ello es Hedda Gabler (1890), centrada en una mujer atrapada entre las convenciones sociales de Noruega y su deseo de libertad y poder. Esta pieza teatral sirve a la cineasta Nia DaCosta (Candyman, The Marvels) como punto de partida para desarrollar una lectura contemporánea de sus ideas centrales.

La película Hedda, ya en Prime Video, traslada este clásico a la Inglaterra de los años cincuenta, donde Hedda (Tessa Thompson), una mujer de origen aristocrático, se encuentra atrapada en un matrimonio sin amor con el académico George Tesman (Tom Bateman). Durante una fiesta organizada en su mansión, las tensiones afloran con la aparición de una antigua amante, Eileen Lovborg (Nina Hoss), detonando pasiones reprimidas, manipulaciones sociales y viejas heridas.

Como en el texto de Ibsen, Hedda es un personaje consumido por la frustración de vivir una vida que considera mediocre, lo que alimenta su vanidoso carácter hasta manipular a quienes la rodean. En torno a este rol giran reflexiones sobre la opresión social, el papel de la mujer y las expectativas de género, la libertad y el conflicto entre deseo y moralidad en una sociedad conservadora marcada por el tedio existencial. Sin embargo, la película traslada la acción a tierras inglesas de mediados del pasado siglo y sustituye al amante masculino por una mujer, introduciendo así nuevas capas de lectura, entre ellas, la identidad queer y el trasfondo racial sugerido por la elección de su actriz principal. También, modifica el tratamiento del espacio, pues concentra la tensión dramática en el evento festivo frente al ámbito doméstico de la obra original. Con ello, construye un auténtico circo de atracciones alrededor de las extravagancias de las clases altas.
Este tratamiento espacial constituye una de las principales apuestas por las que DaCosta arriesga en su reinterpretación. La puesta en escena se sostiene sobre planos medios y largos, a menudo en movimiento, recorriendo los pasillos y salones de la mansión, dirigiendo la atención hacia los ostentosos decorados. Pero, la jugada no termina de funcionar: los personajes acaban siendo meras extensiones del entorno. Tampoco ayuda la falta de un lenguaje cinematográfico más imaginativo para desarrollar las miradas y tensiones internas, lo que evidencia una mayor preocupación por representar la acción descrita, en vez de potenciarla. Además, la edición, a cargo de Jacob Secher Schulsinger (Big Little Lies), presenta cierto caos en la comprensión del espacio, así como en las relaciones entre los personajes –articuladas esencialmente mediante diálogos–, diluyendo progresivamente la claridad narrativa.

Otra gran apuesta es su enfoque contemporáneo, el cual no tiende puentes sólidos con el planteamiento original. Por ejemplo, el diseño de vestuario sugiere un espíritu modernista, poco verosímil para el contexto histórico, aunque todavía justificable por las excentricidades de las élites. No obstante, este es un mal menor frente al guion adaptado –firmado por la propia directora–, que busca retratar la avaricia de estos grupos e incorporar una reivindicación de la sexualidad femenina y la represión sexual. El impulso inicial se esfuma por un exceso de subrayado: los diálogos explican demasiado y restan personalidad a los personajes. Asimismo, la división de la historia en cinco actos resulta arbitraria, pues ninguno adquiere identidad propia, por lo que esta estructura se siente innecesaria.


En conjunto, la premisa supera la ejecución de la joven directora. DaCosta ofrece una lectura moderna de la obra de Ibsen que, pese a su ambición, no alcanza los objetivos emocionales propuestos. El relato continúa a flote gracias a los destellos interpretativos de Tessa Thompson (Creed), quien transmite con precisión la crueldad de la protagonista, y de Nina Hoss (Tár), quien otorga a su figura más matices que el resto del reparto. Por consiguiente, la profundidad psicológica del texto original emerge solo a través de sus actrices protagonistas, aunque estas quedan ensombrecidas por decisiones, tanto técnicas como narrativas, que dejan un regusto a oportunidad perdida para escarbar entre las miserias de la aristocracia.
NOTA: ★★☆☆☆
«HEDDA», YA EN PRIME VIDEO.
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