Crítica de ‘La Doncella del Lago’: Haiku a la naturaleza.

«Ser humano significa, implícitamente, exterminar otras formas de vida», decía el director japonés Masakazu Kaneko en relación a su debut, The Albino’s Trees. La conservación de la naturaleza y la relación de esta con los humanos son las dos ideas sobre las que versan sus largometrajes, y con su nueva obra, La doncella del lago, presentada en el Festival de Gijón, además de llevarse el Premio del Jurado Joven al Mejor Largometraje, Kaneko plasma de manera hermosa y sobrecogedora un paisaje en extinción.

Basada en una novela de Yuhachi Matsuda, la historia comienza en 1958, con la llegada del progreso y la modernidad, después de la Segunda Guerra Mundial, a un pueblecito japonés. Haru (Tomomitsu Adachi), leñador dedicado a talar árboles para construir un embalse, y su hijo pequeño, Yucha (Sanetoshi Ariyama), se enfrentan a la enfermedad de su esposa y madre del niño (Kinuo Yamada), así como a un tifón que pretende destruir el lugar donde viven. Este desastre, según una leyenda popular ancestral, es provocado por el espíritu de Oyo, una aldeana enamorada de un nómada artesano de la madera que terminó ahogándose en el río por la prohibición de su matrimonio.

Sin necesidad de decorados, la orografía es el hilo que une esta fábula con el presente, sumergiéndonos en un cuento onírico de gran belleza visual, donde se rescata la importancia de la tradición y del cuidado de los recursos naturales. Mediante la leyenda, Kaneko recupera las antiguas profesiones y rinde homenaje a la cultura nipona, apoyado por la música envolvente del músico Masakatsu Takagi (El niño y la bestia) y la exquisita fotografía, de la mano de Tatsuya Yamada (Tsunagaru), que realzasu carga poética.
Más que las actuaciones (que resultan algo simples y melodramáticas, especialmente en el personaje de Saku, el artesano), el entorno es quien nos habla y nos acerca a preguntarnos sobre los conflictos actuales, como el cambio climático y la continua explotación de recursos naturales. Aunque el argumento de la cinta carece de sorpresas, pues nos presenta una fábula sencilla, y quizás alarga demasiado algunas escenas, nos dejamos llevar por imágenes que parecen cuadros, por el silencio, también protagonista, que llena toda la pantalla, y por el cuidado sonido del río y de las hojas entrelazadas por el viento, en una suerte de simbiosis con la naturaleza.

Por otro lado, Kaneko otorga un peso importante a la tradición y la espiritualidad, simbolizados en el uso del cuenco, que fabrica el artesano, como una figura circular que se devuelve al río, representando cómo el presente no puede existir sin el pasado. Pone en alza el valor de las leyendas ancestrales y cómo éstas repercuten en el presente, y nos enseñan grandes lecciones que no solo se cuentan, sino que son continuamente renovadas y actualizadas.

La obra recuerda a la película El más allá, del director Masaki Kobayashi, quien también propone un cuento folclórico y un uso del color igualmente hipnótico, pero en género de terror. Sin embargo, La doncella del lago comparte más los mundos de Miyazaki u Ozu, con un tono más inocente y tierno, de lirismo penetrante y con un propósito de denuncia social a través del poder de la tradición cultural, gracias a la mirada íntima que remueve emociones del director.

La doncella del lago es, en resumen, una sencilla y delicada fábula, con una cuidada fotografía, que contempla la naturaleza y la memoria de quienes la han preservado, para recordarnos el vínculo que tenemos con ella.
NOTA: ★★★½
«LA DONCELLA DEL LAGO», ESTRENO HOY EN CINES.
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