Crítica de ‘La Fuente de la Eterna Juventud’: Guy Ritchie se pone el sombrero aventurero en un divertimento trotamundos que podría haber dirigido cualquiera.

Apple TV+ suma hoy a su catálogo la película La fuente de la eterna juventud, una superproducción familiar de gran presupuesto (unos 180 millones de dólares) y un reparto repleto de rostros conocidos. En la línea de otras apuestas de la plataforma –como Wolfs o Plan en familia–, Apple refuerza su vertiente más comercial de entretenimiento mainstream, alejándose del prestigio más autoral que le han granjeado películas como Los asesinos de la luna o La tragedia de Macbeth y series de alto nivel como Separación o la recién llegada The Studio. Para ello, pone al frente a Guy Ritchie, quien deja de lado sus habituales tramas de gánsteres y bajos fondos (véase The Gentlemen o Snatch) para adentrarse en el terreno de la aventura para todos los públicos.
La trama es sencilla y de manual: dos hermanos distanciados, hijos de un célebre arqueólogo ya fallecido (como manda el canon), Luke (John Krasinski), ladrón de pinturas, y Charlotte (Natalie Portman), comisaria de una galería londinense en pleno divorcio y con un hijo, Thomas (Benjamin Chivers), de 12 años y prodigio musical, se unen (ella a regañadientes) para encontrar el mítico manantial que otorga inmortalidad a quien beba de sus aguas (imposible no pensar en Piratas del Caribe: En mareas misteriosas, que ya exploró esta misma leyenda). Lo hacen financiados por un multimillonario, Owen Carver (Domhnall Gleeson), enfermo de cáncer terminal. En su búsqueda, se encontrarán, como es lógico, con numerosos obstáculos, entre ellos, un grupo resentido con Luke por no entregarles una obra robada, Esme (Eiza González), decidida a evitar que cumplan con su objetivo, y el inspector Abbas de la Interpol (Arian Moayed), empeñado en detenerlos.

Ritchie se acurruca cómodamente en una fórmula que bebe sin pudor de películas aventureras como La búsqueda, La momia, El código Da Vinci, Viaje al centro de la Tierra, Indiana Jones (sobre todo la de En busca del arca perdida) y un largo etcétera de títulos del estilo. De hecho, la secuencia que levanta el telón de La fuente de la eterna juventud recuerda mucho a las célebres aperturas in media res de las entregas del arqueólogo con látigo y miedo a las serpientes. No se esconde mucho en su intención Ritchie, que define su película como «en la línea de Indiana Jones, pero contemporánea».
Como toda aventura trotamundos, la película recorre numerosas ciudades como Bangkok, Viena, Londres, Liverpool y El Cairo, y el mayor acierto es, sin duda, rodar in situ. Y es que, en plena era de la pantalla verde, se agradece ver un helicóptero sobrevolando de verdad las pirámides de Giza o una persecución dentro de la majestuosa Biblioteca Nacional de Austria, donde, por cierto, se sustituyeron los libros por réplicas para evitar daños. Y, por supuesto, no faltan los vehículos: en los primeros quince minutos, el protagonista ya ha pasado por moto, tren y coche, y pronto se embarcará en un submarino, un barco, un avión y un helicóptero.
La aventura, claro está, no escatima en acción, aunque en clave de concatenación de escenas efectistas, carentes de cualquier atisbo de adrenalina o progresión narrativa con pulso propio. La persecución en coche –que abre la película– y una mejor inmersión submarina constituyen las set-pieces más ambiciosas del filme que, desgraciadamente, no logran sorprender y palidecen frente a cualquier escena menor de Misión imposible, con la que, curiosamente, comparte fecha de estreno (hablamos de su ¿último? capítulo, Misión imposible: Sentencia final, estrenada hoy en cines).
Insertándose sin mucho brillo en el subgénero de la caza del tesoro, la película avanza demasiado en piloto automático con enigmas a tutiplén (pistas ocultas en pinturas de Caravaggio, Rubens, Wildens, El Greco, Rembrandt y nuestro Velázquez, anagramas y mapas), que bien podrían formar parte de un escape room del montón, hasta llegar a la fuente de la juventud donde, como dicta la tradición, la inmortalidad tendrá su precio.

Todo ello convierte a La fuente de la eterna juventud en una película entretenida, aunque insustancial, predecible y profundamente convencional, pero, ante todo, impersonal. Cualquiera podría haberla dirigido y se alinea más con Rey Arturo: La leyenda de Excalibur y Aladdín que con las obras más distintivas del cineasta británico. Tan solo algunos destellos –el uso del slow motion, sus secuencias oníricas y un épico tramo final junto a la fuente titular con un gran despliegue de efectos visuales y de diseño de producción– rescatan la impronta más característica del Ritchie de siempre.
Pero lo peor proviene del guion, firmado por James Vanderbilt (Criminales a la vista) con unos diálogos vacíos y poco naturales, escenas que apuntan a un romance forzado entre John Krasinski y Eiza González, una comedia que no conecta con el espectador y una relación fraternal con una yuxtaposición entre Luke, el espíritu aventurero, y Charlotte, la prudente, que carece de desarrollo emocional genuino. El desenlace, por si había dudas, deja la puerta abierta a una segunda entrega.

Por mucho que uno busque el oro al final del arcoíris, La fuente de la eterna juventud solo ofrece un entretenimiento efímero, nada de eterno.
NOTA: ★★☆☆☆
«LA FUENTE DE LA ETERNA JUVENTUD», YA EN APPLE TV+.
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