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CRÍTICA (28FestivalMálaga): «La Huella del Mal»

La evolución humana, ¿éxito o fracaso?

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© Festival de Málaga

Las últimas dos décadas del cine español han experimentado una oleada de thrillers policiales capaces de cautivar a la audiencia gracias a sus oscuras atmósferas e intrincadas narrativas. Películas como La isla mínima de Alberto Rodríguez o la adaptación que hace Fernando González Molina del best-seller El guardián invisible, combinan de manera más que exitosa la investigación policial con profundos contextos sociales e históricos. La huella del mal, dirigida por un Manuel Ríos San Martín (No te fallaré) que adapta su propia novela, pretende seguir esta tradición, llevándose la historia criminal sobre la que gira la trama al prehistórico paisaje de Atapuerca.

Si bien es cierto que la película ofrece una premisa intrigante y un enfoque antropológico único, ésta peca de una narrativa demasiado saturada y un enfoque adaptativo demasiado literal que mina el potencial cinematográfico de la historia.

Y es que, desde sus primeros compases, La huella del mal sigue los sobreexplotados senderos de los thrillers policiales: un asesinato espantoso que esconde cierta ritualidad, un asesino enigmático, una variedad de posibles culpables y una investigación con conexiones del pasado que hacen supurar heridas que parecían haber cicatrizado. Concretamente, el punto de partida de La huella del mal se establece en el momento en el que el cuerpo de Eva Santos, una joven paisana, es encontrado en un yacimiento arqueológico neandertal. Descubrimiento que de inmediato es relacionado con un crimen similar de hace seis años, alimentando la teoría de que el ‘Asesino del Yacimiento’ ha vuelto. Una premisa sobre la que La huella del mal comienza a crear suspense y que deriva en una investigación policial repleta de giros argumentales, a la par que dibuja una clara inspiración en otros thrillers españoles, particularmente en sus elementos narrativos y lenguaje visual.

Imagen de la película La Huella del Mal
© Festival de Málaga

Sin embargo, donde La huella del mal deja su impronta personal es en el trasfondo antropológico de su argumento, generando una temática recurrente a través de los distintos vínculos que se establecen entre el comportamiento del humano moderno y el de su ancestro prehistórico. Los paisajes y entornos de Atapuerca, un tesoro natural a nivel arqueológico, se convierten en más que meros telones de fondo, sirviendo como metáfora del instinto primitivo y las tendencias violentas que persisten en la naturaleza humana actual. A lo largo de la cinta, las referencias a las prácticas de enterramiento neandertal, las tácticas de supervivencia y los conflictos tribales ofrecen un inefable contraste con la brutalidad de los crímenes del presente. Un enfoque intelectual que otorga a La huella del mal una identidad propia, a pesar de que se ve minada de alguna manera por la abundancia de subtramas y personajes secundarios que diluyen su impacto.

Está claro que uno de los grandes retos a la hora de llevar una novela al cine es encontrar una manera de transformar el lenguaje escrito a un medio mucho más visual. Desafortunadamente, La huella del mal presenta problemas en este aspecto, poseyendo un guion que permanece demasiado fiel a la estructura de la novela, resultando así en una adaptación demasiado literal y carente de fluidez cinematográfica. Gran parte de la exposición narrativa se nos ofrece a través de diálogos “inconexos”, omitiendo la faceta narrativa de las imágenes y haciendo que muchas escenas se sientan forzadas y estáticas.

Y no solo eso, sino que La huella del mal introduce una gran variedad de personajes secundarios y tramas paralelas que, a pesar de que puedan enriquecer a la novela, no contribuyen de manera significativa a la narrativa cinemática. Subtramas que involucran las vidas personales de los investigadores, tensiones políticas, y eventos pasados relacionados con la historia reciente de las excavaciones en Atapuerca que son tratadas de manera tangencial a lo largo de la cinta, pero nunca terminan de desarrollarse lo suficiente. Como resultado: la sensación de que distraen más de lo que realmente aportan al devenir del thriller. De haber contado con un guion más simplificado y minimalista, que se centrará en el misterio en sí y las implicaciones antropológicas que este acarrea, probablemente, La huella del mal hubiera resultado en una película más compacta y atrayente.

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© Festival de Málaga

Dicho esto, también cabe destacar que, pese a un inicio que no termina de aterrizar como debiera, La huella del mal consigue ganar cierto impulso en su segunda mitad. El tercer y cuarto acto introduce multitud de clímax que mantienen al espectador en una continua espiral de tensión y suspense. En el momento en el que la investigación llega a distintos puntos de inflexión, con nuevos descubrimientos y revelaciones, el espectador siente verdaderamente la atracción que desde un primer momento se pretendía generar. Un pico en el misticismo narrativo que evita que la cinta se convierta en algo monótono, además de permitir crear cierto sentido de anticipación con el giro argumental final.

En este sentido, podríamos decir que La huella del mal es una película que va de menos a más en cuanto al apartado narrativo se refiere, pero que, sin embargo, no logra sacar el máximo partido al excelente cast con el que cuenta. Liderada por una actriz tan carismática y talentosa como lo es Blanca Suárez (Disco, Ibiza, Locomía), la película tenía el potencial suficiente como para elevar su componente emocional a niveles insospechados. Sin embargo, la dirección de actores falla a la hora de maximizar las habilidades con las que cuenta el elenco. Mientras que Suárez hace un trabajo más que competente a la hora de dar vida a la investigadora a cargo del asesinato, dicho personaje carece de la profundidad necesaria para hacerla irresistible a los ojos de la audiencia. Un problema que se aplica a gran parte del resto del elenco, quienes, a pesar de mostrarse al nivel de lo que se les pedía, nunca termina de plasmar la intensidad que requiere un thriller de esta naturaleza. Una falta de inversión emocional en los personajes que constituye una de las grandes lagunas de La huella del mal. En vez de profundizar en aquellos aspectos personales de los personajes y que solo se atisban desde el horizonte, se apuesta por la saturación de situaciones y escenarios que no llevan a ningún punto clave, haciendo que gran parte del thriller se sienta desacoplado.

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© Festival de Málaga

Por todo ello, La huella del mal es un thriller policial que ofrece una interesante mezcla entre la investigación criminal y la reflexión antropológica, pero que sin embargo falla a la hora de alcanzar su verdadero potencial. Mientras que la película se beneficia de su único escenario y enfoque temático, su saturado guion y falta de traducción cinematográfica afectan a su potencial impacto. Los distintos clímax que se dan en los dos últimos actos otorgan al espectador grandes momentos de tensión, pero no son suficientes para compensar la falta de conexión emocional con sus personajes. Pero, a pesar de sus fallos, La huella del mal se consagra como una interesante propuesta para los amantes del thriller español, especialmente para aquellos que buscan algo más que la resolución de un crimen.

NOTA: ★★½

«LA HUELLA DEL MAL», ESTRENO EN CINES EL 4 DE ABRIL.


TRÁILER:

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Mario Hernández

Mario Hernández

Cinéfilo granadino de la generación del 98 (1998 más concretamente), amante del cine independiente y las grandes sagas. Entusiasta de una buena sesión de peli y manta, soy graduado en Economía por la Universidad de Granada (UGR) con nivel C1 de inglés. Actualmente, estoy realizando el curso de Crítica de Cine en la Escuela de Escritores de Madrid.