Crítica de ‘La Mujer del Camarote 10’: Keira Knightley cambia la Perla Negra por un yate de lujo en el que podría haber sido testigo de un crimen.
Su título dice mucho de lo que uno va a encontrarse en la película. La mujer del camarote 10, la nueva propuesta de Netflix estrenada (ejem) hoy 10/10, adapta la novela homónima de Ruth Ware y se inscribe, sin complejos, en esa estirpe reciente de thrillers literarios trasladados a la gran (o pequeña) pantalla, como La chica del tren (2016) o La mujer en la ventana (2021). Cambien el tren y la casa de los suburbios por un yate de lujo, y sustituyan a Emily Blunt y Amy Adams por Keira Knightley, la eterna Elizabeth Swann de Piratas del Caribe, y tendrán el cóctel.
Knightley interpreta a Laura Blacklock, una periodista renombrada que, tras un caso anterior con un final trágico, decide embarcarse (literalmente) en un nuevo reportaje para «recuperar la fe en la humanidad». De esta forma, acepta la invitación a un crucero de tres días, con billonarios a bordo, para cubrir una gala benéfica en Noruega en honor a la creación de una fundación destinada a financiar tratamientos para quienes no pueden costear clínicas privadas. Al frente del altruista proyecto está el acaudalado Richard Bullmer, propietario del transatlántico, y su esposa Anne, que padece leucemia muy avanzada y para la que esto sirve de viaje de despedida.
Pero no todo iba a ser vacaciones para Laura. Una de esas noches, escucha un alboroto en el camarote contiguo, el número 10, por supuesto, y presencia –o cree presenciar– un crimen en alta mar: alguien es arrojado por la borda, pero le aseguran que no falta nadie en el barco.
A partir de ese momento, como puede intuirse, paranoia y determinación por descubrir la verdad se entrelazan en esta película de misterio, cuya dirección atmosférica, aseada e impersonal de Simon Stone (La excavación), que aspira a lo hitchcockiano, rara vez imprime un sello propio. El filme girará en torno a la evidente pregunta: ¿ha perdido Laura la cabeza o todos conspiran contra ella? Y, en ese sentido, el suspense mantiene la atención del espectador durante su hora y media de metraje, aunque los giros inverosímiles (y absurdos) se encadenan y la lógica se toma vacaciones en cubierta, obligando al público a suspender la incredulidad en numerosas ocasiones.
En todo ello, Knightley sostiene (nunca mejor dicho) el timón de la historia, rodeada de una galería de personajes más bien anecdóticos, dibujados con escasa profundidad, pero interpretados por un elenco estelar que sirve de reclamo para darle al play y que conforma la lista de sospechosos habituales: Guy Pearce (The Brutalist) como el anfitrión, Hannah Waddingham (Ted Lasso) y David Morrissey (Prime Target) como la pareja galerista adinerada, Kaya Scodelario (El corredor del laberinto) como la influencer, Art Malik (La sirenita) como el doctor, y un largo etcétera de pasajeros, que incluye a Ben Howard (El destino de Júpiter) como el ex de Laura y fotógrafo.
La realidad es que Knightley nos da más alegrías navegando en un barco de época con bandera pirata que en este superyate (el Savannah, de 83 metros, utilizado para el rodaje). Y, si sus cifras en el gigante del streaming acompañan, quién sabe si su siguiente escala será en el hotel de lujo de la secuela literaria La mujer en la suite 11.
En definitiva, La mujer del camarote 10 no naufraga, pero tampoco llega a buen puerto. Es un ejercicio de lectura fácil y, naturalmente, made for streaming. Un pasatiempo funcional y entretenido que sirve para llenar una tarde o una noche en la que no apetezca complicarse demasiado.
NOTA: ★★½
«LA MUJER DEL CAMAROTE 10», YA EN NETFLIX.
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