Crítica de ‘MadS’: El extraño viaje.

La forma es el medio que elige un cineasta para contar una historia a través del lenguaje cinematográfico. El encuadre, el montaje, el uso de la luz, el sonido o los tipos de plano constituyen la estructura que guía al espectador durante un visionado. En relación con esto, la elección del plano secuencia o plano largo (tomado de su nombre inglés, long take), que se refiere a realizar una toma sin cortes, al menos aparentes, durante un período determinado, es una decisión formal cuyo valor positivo o negativo depende del servicio que aporte a la narración. La serie de Netflix Adolescencia o la premiada película 1917, dirigida por Sam Mendes, son dos ejemplos recientes de obras que emplean este tipo de plano durante la totalidad de la trama. La complejidad técnica, la coreografía entre los personajes y el cameraman, el espacio o el riesgo de realizar planos tan largos sin posibilidad de error, hacen que estas propuestas sean especialmente vitoreadas, aunque no siempre, y a juicio de quien escribe, justifican su utilización y resultan más bien un artificio efectista que esclaviza la forma natural de narrar una película a través del corte y el montaje.
MadS es la nueva propuesta del prolijo género de terror-francés a cargo de David Moreau, director de la también película de género Ills, que se adhiere al conjunto de obras rodadas íntegramente en un plano largo. Concretamente, y aquí traslado las palabras del propio Moreau, en la película no hay ningún corte falseado, y la toma final que ha quedado es la que filmaron el último día de rodaje de los tan solo cinco únicos días que dispusieron para realizarla. Con el bajo presupuesto que se presume para tan poco tiempo de rodaje, el hecho de contar con actores debutantes para filmarla y la abundancia de efectos prácticos, es meritorio y habla de la ambición del proyecto que transcurra en tiempo real y que no se ciña a un espacio más o menos determinado, sino que desarrolle la trama a través de las diferentes localizaciones de una ciudad.
En MadS, Romain (Milton Riche) es un adolescente que se prepara para celebrar su cumpleaños a lo grande junto a su novia y algunos amigos más. Ante tal acontecimiento, decide que es un buen momento para tomar una nueva sustancia psicotrópica, que le ofrece un amigo y, a su vez, dealer de confianza, prometiéndole emociones fuertes, distintas de la cocaína o el LSD, a las cuales, casi con toda seguridad, ya ha generado algún tipo de tolerancia. Como adolescente con la cabeza en su sitio, que no es otro que la irresponsabilidad, Romain conduce hasta la fiesta, mientras empieza a notar el subidón de esta droga, y se verá interrumpido por una mujer herida que aborda su coche, se comporta de manera totalmente irracional y acaba golpeándose hasta morir, algo que el muchacho, lleno de sangre y hasta arriba de drogas, intenta ocultar en casa ante la ausencia de un padre al que conocemos solo vía telefónica. A partir de este momento, Romain verá cada vez más alteradas sus facultades cognitivas y dudará de qué es real o no en esta pesadilla que tan solo acaba de empezar.

Uno de los aspectos más interesantes de la película es la elección del punto de vista por parte de Moreau. La cámara sigue la acción de tres personajes principales a lo largo de sus 85 minutos de metraje, acompañándoles en una estructura en tres actos protagonizados por cada uno de ellos. El primero de ellos se centra en Romain y en el proceso inicial de afección de esta droga, así como en el supuesto virus que había contraído la mujer del coche y que parece apoderarse ahora del muchacho. El segundo muestra el proceso del contagio y cómo el humano transita por estados alterados de conciencia en los que puede ser una amenaza o una víctima. Y el tercer acto, a través del tercero de los personajes, transmite al espectador el pavor de una amenaza latente y de una ciudad en proceso de caos.
Esta regla se ve en algún momento traicionada por el director, ya que no siempre es fiel al personaje que ocupa el acto correspondiente, bien yéndose momentáneamente con otro o bien por el motivo técnico de necesitar enfocar un segmento para preparar la siguiente toma. A esto hacía referencia con la esclavitud de elegir la decisión inquebrantable de la única toma y que hace que la cámara esté presente en varios momentos de la película: enfocando durante unos segundos un seto, una ventana vacía, sintiendo el vehículo sobre el que se mueve, sorteando obstáculos fijos, o no mostrando de manera efectiva un hecho que está aconteciendo.
MadS tenía la difícil tarea de lograr que el espectador empatizara con los personajes: unos hiperbólicos adolescentes entregados al sexo, las drogas y el descontrol máximo, alienados completamente de un mundo de lógica y razón. Sin embargo, Moreau logra encontrar en el desarrollo de este virus o alucinación sintética los espacios de vulnerabilidad y fragilidad de estos seres inmortales pero, a la vez, completamente superficiales. Sus tres intérpretes protagonistas son debutantes que logran dotar de verdad a estos jóvenes hiperbólicos que tan bien sientan al tono de la película. Milton Richie es Romain, el joven que nos introduce en la historia y que entrega una interpretación orgánica que construye bien el estado de confusión que su personaje experimenta. La actuación más hiperbólica, arriesgada y que se mueve entre la fina línea del histrionismo y el ridículo es la de Laura Pavy en la piel de Anäis, que acaba saliendo airosa y que fue reconocida en el Festival Isla Calavera de Cine Fantástico de Canarias por este rol. Por último, aunque aparece de manera recurrente en los actos que protagonizan sus compañeros, Julia es el personaje que cierra la película en una secuencia que traerá recuerdos de REC a los amantes de la película de Jaume Balagueró y Paco Plaza.

La dirección coreográfica y afinada de David Moreau logra un ritmo y un pulso narrativo que se mantiene prácticamente inalterable a lo largo de toda la trama, gracias al uso del plano secuencia y la combinación de diferentes movimientos orgánicos de cámara, casi siempre, por los diferentes espacios de la ciudad. Si bien es cierto que la película, hacia su final, parece desgastar la fórmula iniciada, su propuesta formal eleva el interés de una narrativa más convencional en cuanto a la temática del adolescente irresponsable y desconectado del mundo.
Es muy destacable el gran y laborioso trabajo de iluminación que, intuyo, hubo de adaptarse a las diferentes condiciones según el movimiento de los personajes, el transcurso natural del día a la noche y las localizaciones, tan diversas como una casa, un bar de karaoke, las calles de un barrio o un edificio de oficinas. Para terminar de ajustar las imperfecciones propias del plano secuencia, se usaron efectos visuales en posproducción que otorgan un acabado visual muy notable. Del mismo modo, la edición de sonido salva literalmente la película. Ante la imposibilidad de hacer un maquillaje más depurado o aderezar el uso de los efectos prácticos de sangre o vísceras durante el corte y el montaje, los actores realizan una interpretación muy física para evocar los síntomas de una afectación vírica al más puro estilo zombi, lo que se refuerza con la incomodidad y el malestar que genera el sonido de las mandíbulas al desencajarse, las onomatopeyas guturales que nacen de este proceso de transformación, además de aquellos sonidos que aluden al caos de una ciudad infectada, como helicópteros o sirenas de policía, que casi nunca se muestran en pantalla.

El espectador aficionado al terror, al cine de infectados y a las grandes cantidades de sangre quedará altamente satisfecho con el visionado de MadS, una película ambigua que no deja claro si estamos viviendo una realidad apocalíptica o un mal viaje lisérgico, pero que sí indaga en la fragilidad y la relación de los adolescentes con el entorno que les rodea. Los admiradores del laborioso y complejo trabajo de rodar una película en plano secuencia encontrarán en la de David Moreau otra propuesta en la que poner a prueba su tensión durante todo el metraje.
NOTA: ★★★½
«MADS», YA EN CINES.
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