Crítica de ‘Resurrection’: La gran ilusión.

«Soy ciudadano de un país llamado Cine». Esta sentencia del maestro Víctor Erice, director de El espíritu de la colmena, El sur o Cerrar los ojos, define con exactitud poética a aquellos que respiran por y para las películas. Dentro de sus fronteras, los sentidos y las emociones palpitan a consecuencia del conjunto de imágenes en movimiento, que pueden ir acompañadas de sonido, música o iluminación, y que conforman la gramática del lenguaje común de todos sus habitantes: el cinematográfico.
Todos estos conciudadanos ríen y lloran al unísono en los grandes templos de esta civilización, bajo la luz proyectada en el altar. Sus corazones laten a 24 fotogramas por segundo mientras ofrecen culto a los grandes creadores que generan vidas e historias que ramifican más allá de la línea de vida del humano físico. Sus confines se desvanecen en pro de la ilusión cinematográfica de igual modo que lo hacen los pasaportes congénitos, no importando edad, clase social o nacionalidad para el entendimiento mutuo. Las sinergias convergen de igual modo –y, a su vez, diferente– mediante los estímulos visuales entre alguien de nuestro país o para un amante del cine nativo en China.
Uno de estos cineastas que transpira cine por cada uno de sus poros es Bi Gan (Largo viaje hacia la noche, 2018). Consciente de la crisis de fe que está tambaleando los cimientos de estos templos cinematográficos en el S. XXI, descarga un nuevo impulso eléctrico para desfibrilar la arritmia que oprime la ilusión por las historias y revertir esta afección para hacerlo resurgir: Resurrection.

El desencadenante de esta catarsis es un viaje onírico a un futuro distópico, donde la humanidad ha perdido la capacidad de soñar y emocionarse, a cambio de prolongar su vida. Tan solo algunos rebeldes preservan su capacidad de sentir, renunciando a la vida eterna y son perseguidos por unos agentes del Estado capaces de percibir sus emociones. Uno de ellos ha capturado a un Delirante –este nombre reciben los rebeldes– y se adentra en sus sueños para reconstruir su memoria a través de los recuerdos, en un viaje que recorre cien años de la historia del cine.

Bi Gan es un cineasta innato. Un director con una capacidad instintiva, sobresaliente, para crear imágenes que impactan en el espectador. Pese a sus 36 años, ofrece un conocimiento y manejo de los recursos del lenguaje cinematográfico como muy pocos a su edad han demostrado en el cine contemporáneo. En su tercer largometraje, no solo hace gala de su talento formal, sino que vehicula una obra que atraviesa gran parte de la historia del cine, que ha construido el esqueleto sobre el que hoy se sustentan las películas.

Para contar este viaje temporal, la película está estructurada de manera capitular y cronológica, con el elemento común del Delirante, capaz de transformarse y mutar físicamente en cada una de las historias. Alejado de la soberbia que se podía presuponer a su edad y de la que peca gran parte del cine del S. XXI, Bi Gan entrega un prólogo deslumbrante, basado en los inicios del cine. Un homenaje de más de treinta minutos al movimiento cinematográfico más influyente de todos cuantos se nutre la historia del cine –para quien escribe–: el Expresionismo Alemán. Mediante un ejercicio de cine mudo, el espectador acompaña a la mujer que persigue al Delirante por escenarios que homenajean, de manera directa e indirecta, a varias películas, destacando El gabinete del Dr. Caligari (Robert Wiene, 1920), Nosferatu (F.W. Murnau, 1922) y, sobre todo, Las tres luces –también conocida como La Muerte cansada– (Fritz Lang, 1921), película de la que Bi Gan toma su estructura episódica y la simbología de la vela como línea de vida, imagen que no abandona hasta su inolvidable final.
El cine silente da paso, materializado físicamente en la película, al sonoro, en una historia noir llena de transiciones, encadenados y sobreimpresiones, donde destaca el impacto de la mezcla y uso del sonido. Porque, además de un viaje transversal y cronológico de 100 años de cine, los capítulos de Resurrection tienen una relación directa con los cinco sentidos, conectados directamente con la memoria, el recuerdo y los sueños. Invoca la emoción, mediante la potenciación de los sentidos. En los episodios centrales, la virguería técnica y el ritmo de los dos primeros dan paso a una elegancia formal y condensación narrativa, evocando, entre muchos otros, al cine asiático de los años 50, con un relato introspectivo que recordará al cine de Akira Kurosawa, para dar paso, después, a las fechorías del Delirante y su joven socio, evocando al cine chino de timadores y estafas de los años 70 y 80. No podía faltar el recurso del plano secuencia, herramienta a la que se adscribe una última historia que entrelaza el terror y el drama, y que trae a la mente el imaginario de Wong Kar-Wai (In the Mood for Love) o la escenografía onírica del recientemente fallecido David Lynch (Twin Peaks).
Cada uno de los capítulos ofrece una paleta cromática muy definida, de modo que es fácil recordar una gama de color concreta en cada uno de ellos, dotándolos, así, de una personalidad que los diferencia. La fotografía, a cargo de Dong Jingsong, una de las mejores del año, logra sugerir el plano onírico y fantástico que impregna la obra en todo el juego cinematográfico que ofrece Bi Gan durante casi tres horas, con, quizá, algún altibajo narrativo en su nudo central.

Resurrection, Premio Especial del Jurado en la pasada edición del Festival de Cannes, es una experiencia visual, sensorial y cinematográfica como muy pocas en el s. XXI. Una propuesta para revivir todas las emociones e ilusión que generan las películas a quienes forman parte de ellas desde la butaca de una sala de cine, y que está en peligro de extinción. Bi Gan, por su parte, se confirma como el gran heredero visual del cine de Andrei Tarkovski (Stalker, 1979) y hace un homenaje al cine como elemento infinito de prestidigitación, magia y creador de ilusiones.
NOTA: ★★★★½
«RESURRECTION», ESTRENO EL 1 DE ABRIL DE 2026 EN CINES.
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