Crítica de ‘Ritos Ocultos’: Todo es como era.

El folk horror se irguió en los años 70 como un pequeño subgénero del fantástico británico a merced de películas más o menos desconocidas como La garra de Satán (Piers Haggard, 1971) y otras obras maestras como El hombre de mimbre (Robin Hardy, 1973), un imprescindible prodigio de sugestión, atmósfera y capacidad de extrañamiento que a lo largo de los años ha ido creciendo en su condición de película de culto. En los últimos tiempos, acaso oscuros, cintas como la aclamada por la crítica La bruja (Robert Eggers, 2015) o la sobrevalorada Midsommar (Ari Aster, 2019) han revitalizado esta fórmula que tan inquietante puede llegar a resultar. A saber, pequeñas comunidades, con ritos y costumbres ancestrales que beben del paganismo (lo tradicional, lo «supersticioso»), reciben la visita de algún personaje que viene de la gran ciudad (lo moderno, lo «racional»). De esa tensión entre ambas formas de ver la vida y la espiritualidad surge el conflicto, que casi siempre acaba en purificación a través del fuego, la sangre, o ambas.
Ritos ocultos (su título original, Lord of Misrule, tiene mucha más personalidad y precisión: el señor del desorden, o del caos) cuenta la historia de una reverenda católica (Tuppence Middleton) que llega con su hija y su marido a una pequeña comunidad de localización indefinida con costumbres, digamos, peculiares. Al desparecer la hija en uno de los rituales de la Fiesta de la Cosecha, comienza la búsqueda y el conflicto central.

La propuesta de la cinta, aunque interesante sobre el papel y con elementos de valor, se desinfla bastante rápido. La protagonista elegida, Tuppence Middleton (Downton Abbey: Una nueva era), resulta carente de carisma y poco creíble como mujer espiritual, plana en su gestualidad e inverosimil en su conflicto interno. Para contrarrestar, uno de los mayores aciertos de la película es la presencia de Ralph Ineson (Nosferatu), un actor británico de inquietante rostro que ya había trabajado en la citada La bruja y que consigue acaparar los mayores momentos de interés de estos Ritos ocultos con su turbadora presencia, aunque dicho sea de paso, no consigue la turbiedad y la ambigüedad moral del Lord Summerisle encarnado por Christopher Lee en la película de Robin Hardy.

El libreto lleva la firma de Tom de Ville (The Hallow) y contiene elementos interesantes como el conflicto entre la religión católica y los ritos paganos, aunque éste no se profundiza tanto como debiera y queda más diluido de lo deseable. En general, resulta un guion más bien torpe y poco hilvanado, con saltos en ocasiones inexplicables –que, por otra parte, bien podrían ser resultado de cortes en el montaje– y decisiones de los protagonistas poco creíbles, además de los consabidos tópicos del género como el rol de la pareja de la sacerdotisa que, a pesar de estar muy claro desde el principio que el pueblo es una comunidad que realiza sacrificios paganos, trata a su mujer como una loca histérica que se lo está inventando todo.

En resumen, Ritos ocultos es un título que da la sensación de oportunidad perdida y no aporta gran novedad al subgénero de marras, que se ve resentida por un presupuesto escueto (en este sentido, las escenas de celebración con todos los integrantes del pueblo dan una imagen pobre, como una representación teatral de instituto), luciendo en ocasiones una imagen televisiva. Pero, sobre todo, lo que más escuece es la nimia imaginación, tanto en la realización como en el guion, más aún si lo comparamos con esa maravilla del fantastique llamada The Wicker Man. Tendremos que seguir esperando, porque, al final, todo es como era.
NOTA: ★★½
«RITOS OCULTOS», YA EN CINES.
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