Crítica de ‘The Smashing Machine’: Benny Safdie sale victorioso de su primer combate en solitario.

El cine de los hermanos Josh y Benny Safdie se caracteriza por el estilo frenético, realista e inmersivo que atraviesa su filmografía. A partir de una cámara en movimiento constante, primeros planos intensos y un montaje vertiginoso, construyen una sensación de urgencia que refleja el caos y la tensión de la vida urbana contemporánea. Sus películas, como el documental Lenny Cooke (2013) o las ficciones Heaven Knows What (2014), Good Time (2017) y Uncut Gems (2019), exploran personajes marginales o en crisis, impulsados por la desesperación, el deseo de redención o la simple supervivencia, siempre desde una mirada empática y sin concesiones. Combinando la crudeza del documental con la potencia dramática de la ficción, y mediante una dirección que alterna intérpretes profesionales y no profesionales, los Safdie difuminan los límites entre lo real y lo representado, logrando un retrato visceral, desbordado y profundamente humano de quienes viven al filo del colapso.
En ciertos aspectos, los hermanos Safdie recuerdan a los Coen (Fargo, No es país para viejos): ambos exploran personajes moralmente ambiguos, atrapados por el azar y las malas decisiones, donde el humor –negro en los Coen; nervioso en los Safdie– atenúa la tragedia. También comparten una construcción precisa del ritmo y un uso del entorno –ya sea el urbanismo desbordado de los Safdie o los paisajes rurales de los Coen– como un personaje más. Sin embargo, mientras los Coen estilizan la fatalidad con ironía, los Safdie optan por un realismo sucio y abrasivo, sumergiendo al espectador en la experiencia emocional de sus protagonistas. Curiosamente, ambas duplas se han separado para seguir caminos propios: en cuanto a los Safdie, Josh lanza este año Marty Supreme, mientras Benny ha estrenado ahora The Smashing Machine, ganadora del León de Plata a la Mejor Dirección en Venecia.

La película es un drama biográfico que narra la vida del legendario luchador de artes marciales mixtas Mark Kerr. Protagonizada por Dwayne Johnson (Jumanji: Bienvenidos a la jungla), la cinta aborda tanto sus triunfos deportivos como sus demonios personales: la adicción a los analgésicos, el peso de la fama, la presión física y mental y la relación conflictiva con Dawn Staples, interpretada por Emily Blunt (Oppenheimer), su pareja durante los momentos más difíciles de su carrera. A lo largo del relato se exploran los hitos de su paso por la UFC y Pride, así como su caída y posterior intento de redención.

En líneas generales, el filme conserva las cualidades que han definido el cine de los Safdie. El desarrollo dramático se concentra en el interior del protagonista, cuyas debilidades no se ocultan, sino que se ensalzan al mismo nivel que sus fortalezas. A través del contexto deportivo, la dirección de Benny se muestra sobria y rompe, aunque solo parcialmente, las convenciones del género para narrar una historia de auge y caída. Consigue equilibrar el peso de la narración y evita inclinarla hacia la épica lacrimógena del éxito o el romanticismo idealizado, ofreciendo así un relato de superación que abraza tanto los logros como las caídas de sus figuras centrales.
Como en otros films deportivos, se establece una fusión esencial entre cuerpo y mente: la presencia física actúa como representación de aquello que moldea la psique, una forma de vida que trasciende lo terrenal hacia lo espiritual. Casi como un acto de fe, el deporte dota de sentido a la existencia, aunque una entrega total no está exenta de tentaciones y ambiciones desmedidas. En este sentido, la figura del luchador sirve como reflejo de las propias inquietudes del director, quien junto a su hermano ya había demostrado una notable sensibilidad para explorar la fragilidad humana y las relaciones marcadas por una realidad asfixiante que podría ser la de cualquiera.
El estilo visual es crudo con el fin de reflejar la brutalidad del deporte y la endeble humanidad tras el personaje público. La puesta en escena presenta ecos del cine documental y una textura granulada que remite al realismo y a la estética televisiva de finales de los noventa. El uso de la cámara en mano, constantemente matizado por la vibrante latencia del movimiento, persigue al protagonista y afirma desde el primer minuto su punto de vista.

Johnson sostiene la línea dramática del film más allá de la fuerza de su cuerpo mastodóntico, ofreciendo una interpretación sólida que rompe con su trayectoria como actor de comedia y héroe de acción. El ojo de Benny aprovecha esa potencia física y expresiva para acercarse al rostro del personaje y revelar la vulnerabilidad del luchador. Sin embargo, este comprensible interés por Johnson/Kerr no se extiende con la misma profundidad a Blunt/Dawn, quien ejerce un poderoso magnetismo sobre las flaquezas del protagonista, aunque carece de una exploración suficientemente rica que la defina más allá de sus propias debilidades.

Cabe mencionar las inevitables comparaciones con El luchador (2008), ya que ambas obras comparten la figura de un luchador enfrentado a su propio deterioro físico y emocional, aunque difieren profundamente en su enfoque. La película de Darren Aronofsky es una ficción melancólica sobre la soledad y la búsqueda de redención, centrada en un personaje inventado y filmada con tono intimista; en cambio, la de Benny Safdie adopta una aproximación visceral y realista, basada en la vida de un peleador de MMA, donde la narrativa se adentra en el mundo de las peleas y la autodestrucción, mezclando actores profesionales con luchadores reales y difuminando así los límites entre documental y ficción.

En suma, The Smashing Machine, primer largometraje en solitario de Benny Safdie como director y guionista, constituye una atrevida aventura fílmica que consolida su autoría genuina. Apoyándose en la transformación física de Dwayne Johnson y en la intensidad emocional de Emily Blunt, la cinta explora temas como la identidad, la adicción y el sacrificio. Su mayor logro radica en la sinceridad con que revela las cicatrices de la persona tras el ojo público, asumiendo el roce emocional que provocan las dudas e inseguridades vitales. La mirada documental se entrelaza con el retrato de ficción para construir una atmósfera auténtica y emotiva, situando al espectador en la crudeza del ascenso, la caída y la lucha interna de Mark Kerr, pero sin caer en la condescendencia ni en la autocomplacencia del biopic deportivo tradicional.
NOTA: ★★★½
«THE SMASHING MACHINE», YA EN CINES.
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