Crítica de ‘Una Casa Llena de Dinamita’: Este thriller nuclear no es una película de terror, pero despierta en nosotros un auténtico pánico.

En la secuencia final de Oppenheimer, los expresivos ojos azules de Cillian Murphy transmitían su horror mientras imaginaba el más que probable y apocalíptico futuro al que su personaje, J. Robert Oppenheimer –el denominado «padre de la bomba atómica»–, sabía que había contribuido. La aclamada película de Christopher Nolan era histórica; Una casa llena de dinamita, la nueva obra de Kathryn Bigelow, estrenada recientemente en Netflix tras su paso limitado por cines (tan solo 21 salas), se lee casi como una suerte de secuela ficticia, acaso profética, que simula el inicio de un ataque nuclear en pleno siglo XXI.
Todo comienza en un día cualquiera, aparentemente anodino, rutinario, hasta que una ojiva nuclear es lanzada desde algún punto del Pacífico hacia la costa continental de Estados Unidos. Dieciocho minutos: ese es el escaso tiempo que tienen los responsables políticos y militares para contrarrestar la ofensiva, descubrir quién ha sido (¿Rusia? ¿Corea del Norte? ¿China?) y determinar si conviene ordenar un contraataque de carácter masivo.

Bigelow, doble ganadora del Óscar por En tierra hostil (2010) y primera mujer en la historia de los premios de la Academia en alzarse con la estatuilla a la Mejor Dirección, se alía con el guionista Noah Oppenheim, expresidente de NBC News y responsable de la serie de ciberataques de Netflix Día cero.

Una casa llena de dinamita, que compitió en un festival de cine de clase A como lo es el de Venecia, se estructura en tres capítulos. El primero nos sitúa en la Sala de Crisis de la Casa Blanca, donde trabaja la capitana Olivia Walker, interpretada por Rebecca Ferguson (Misión: Imposible – Sentencia mortal. Parte Uno), y en el 59.º Batallón de Defensa Antimisiles, con el mayor Daniel González, encarnado por Anthony Ramos (Twisters), al mando; el segundo adopta la perspectiva del Comando Estratégico, con el joven asesor adjunto de Seguridad Nacional Jake Baerington, al que da vida Gabriel Basso (El agente nocturno), y el secretario de Defensa Baker, en la piel de Jared Harris (Fundación), como protagonistas; y el tercero y último se narra desde la óptica del propio presidente de los Estados Unidos, personificado por Idris Elba (Secuestro en el aire), cerrando un tríptico que se asemeja a un manual de crisis.

El principal problema radica en que, tras un trepidante e intenso primer acto –el mejor de todos–, llega el segundo, que nos devuelve al punto de partida para recrear los mismos acontecimientos desde otro punto de vista, y lo mismo ocurre con el tercero. Así pues, aquellos rostros –o voz, en el caso del POTUS– que aparecían en las pantallas de la videollamada de Zoom durante el primer asalto pasan a ser el centro de atención en los siguientes. De esta forma, dentro de este reparto coral de lujo, nadie termina por destacarse, y el retorno al principio interrumpe toda tensión, confiriendo a la cinta cierto aire de repetición.

Pero la indudable fortaleza de Una casa llena de dinamita reside en su tono de advertencia, porque Bigelow consigue transmitir que lo que se muestra en pantalla podría ocurrir, literalmente, mañana mismo. Que en cualquier momento, todo podría estallar. Dinamitar. Y eso es lo que generará auténtico pavor en el espectador.
Para producir tal efecto, la cámara permanece siempre en constante movimiento –temblorosa, con sorprendentes tics de mockumentary y sus rápidos zooms sobre caras de asombro–, imprimiendo al largometraje un aura de documental, punteado con una banda sonora de Volker Bertelmann que, aunque efectiva, resulta excesivamente familiar, recordando en varios pasajes a su trabajo en Cónclave.
Por todo ello, es una verdadera lástima que su desenlace, ambiguo e inconcluso, no sea explosivo, ni pirotécnico, ni incendiario –como cabría esperar por su título–, y que no nos deje esa escena final memorable que permanezca en el recuerdo durante días para atormentarnos.

En definitiva, Una casa llena de dinamita funciona como thriller –¡e incluso como película de terror!–, pero lo que la hace destacar no es tanto cómo hilvana los hechos, sino lo que cuenta. Y es que, con el Reloj del Fin del Mundo más cerca que nunca de señalar el apocalipsis, esta película actúa como un recordatorio inquietante –y demasiado plausible– de nuestra fragilidad y del peligro nuclear que nos amenaza.
NOTA: ★★★☆☆
«UNA CASA LLENA DE DINAMITA», YA EN NETFLIX.
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