Crítica de ‘Warfare. Tiempo de Guerra’: Sangre, arena e irresponsabilidad.

El nombre de Alex Garland ha ido menguando con el tiempo. De guionista de prestigio, autor de títulos como 28 días después o Sunshine, a director de las maravillosas Ex Machina y Aniquilación. Tras estos títulos de ciencia ficción, entre los cuales deberíamos reivindicar su serie Devs, cambió de género en 2022 con Men, un folk horror sobre la violencia machista que pecaba de ser demasiado obvia e irónica en su mensaje. El año pasado, cambió de género de nuevo con Civil War, un thriller bélico privado de cualquier ética o razón de ser, empeñada en ser imparcial en un conflicto a nivel nacional que rimaba con la actualidad de EEUU.
El cine de Garland ha ido despojándose de la complejidad de los temas que trata para centrarse más en los aspectos puramente técnicos y formales. No podemos discutir ni la fotografía (siempre a cargo de Rob Hardy) ni el sonido en sus cuatro primeros largometrajes, pero sí podemos (y debemos) poner en duda su compromiso discursivo. Así, Civil War presentaba una absoluta desincronización entre fondo y forma, provocando que todo pareciera gratuito, sin intención y haciendo oídos sordos a las problemáticas de la historia que narra. Todo esto se incrementa y empeora en Warfare.

No se puede entender Warfare sin conocer a su co-director; Ray Mendoza, exmilitar y asesor técnico militar en películas bélicas. Garland colaboró con él en Civil War en busca de realismo en la representación del ejército de los Estados Unidos. Mendoza está ligado a proyectos estrechamente relacionados a operaciones militares modernas, tales como Acto de Valor o la serie The Warfighters. Pero lo más importante para Warfare es su testimonio y experiencia en la operación que narran con rigurosa autenticidad.
El argumento de Warfare puede contarse de manera detallada en tres frases porque es de lo más simple dramáticamente. El guion está enteramente basado en los testimonios de un pelotón de SEAL de la Armada en una misión que aconteció en 2006 en territorio insurgente. El trabajo con los personajes es coral, aunque todos representan prácticamente lo mismo: soldados norteamericanos que luchan por sobrevivir. Durante la misión, toman una casa, son asediados por el enemigo y se ven obligados a pedir refuerzos. No hay arcos dramáticos y tampoco hay subtexto. Es un acercamiento todavía más simple que el de Christopher Nolan a los soldados de Dunkerque.

El objetivo de los directores es la representación realista e inmersiva del infierno que vivieron los soldados norteamericanos en la guerra de Irak. Para ello, Garland vuelve a disponer de un trabajo de cámara y sonido de lo más estimulante a nivel técnico, aunque en esta ocasión no cuenta con Rob Hardy como DOP. Da la misma importancia a los tiempos muertos que a los momentos de más acción, apoyándose en un espacio reducido, en los silencios y en los golpes de efecto. No escatima en brutalidad ni en recursos estéticos algo manidos (la vista de dron, el ensordecimiento, etc.), pero sí hay una escasez preocupante de cine en su puesta en escena: todo resquicio de narrativa y lenguaje cinematográfico queda solapado por esa supuesta objetividad y base documental. Aquello que debería dotar a Warfare de interés realmente se lo está arrebatando.
Warfare resulta frustrante en todos y cada uno de sus frentes. En el puramente narrativo, ya que ese realismo que ansía se ve perjudicado por la manera tan “autoral” con la que rueda Garland. En el interpretativo, con actores jóvenes de moda (Will Poulter, Joseph Quinn, Charles Melton, Kit Connor…) deslucidos. En lo formal, que aun siendo lo único que interesa a su director, está lejos de emocionar o transmitir algo al espectador. Pero lo peor de todo es esa visión de túnel, esa falta de crítica, ese tufo patriota que acerca a la película a un producto propagandístico como es Call of Duty.
Garland y Mendoza ven esta historia como una de valentía y heroísmo, cuando la Guerra de Irak es el peor lugar donde ir en busca de ambos conceptos. La invasión es una de las lacras más siniestras de la historia estadounidense. Los cineastas nos invitan a empatizar con la brutalidad que sufrieron los soldados, ignorando deliberadamente todo lo que les rodea: la familia a la que privan de su hogar y a la que retienen en una habitación de la casa, los niños iraquíes cuyos hogares fueron invadidos, demolidos o bombardeados durante esos ocho años, las madres y los padres que han enterrado a infinidad de niños a manos del imperialismo estadounidense. Pero la película decide prescindir de todo esto y centrarse en lo mal que lo pasaron los jóvenes voluntarios estadounidenses.

De todos los posibles enfoques, Warfare tiene el más simple, conservador y lamentable imaginable. Dijo Garland recientemente que deseaba retirarse de la dirección de cine. Sería una buena decisión si sus próximas películas fuesen en la misma dirección que sus dos últimos títulos.
NOTA: ★★☆☆☆
«WARFARE. TIEMPO DE GUERRA», ESTRENO MAÑANA EN CINES.
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